Manuel Marín

Guerra sucia y pucherazos

Manuel Marín
Madrid Actualizado: Guardar
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Las cuentas no terminaban de cuadrar ayer en Ferraz. Algunas especulaciones no oficiales, pero sí malpensantes, sostenían que si Pedro Sánchez no llegó a los 1.000 avales en el País Vasco, o a los 6.000 en Cataluña, le resultaba materialmente imposible haber alcanzado casi 58.000 en toda España. Tampoco cuadraba que nueve de cada diez militantes de la Comunidad Valenciana hubiesen presentado avales. Y también generó una enorme irritación en las candidaturas de Susana Díaz y de Patxi López que el entorno de Sánchez filtrase en muy pocos minutos hasta tres cifras falsas de avales recopilados. De 36.000 se pasó a 46.000, y después a los 57.369, una vez que ya Díaz hizo públicos sus 63.000. ¿El objetivo? Generar convulsión.

Prender fuego a las primarias. Desde la campaña de Susana Díaz no hubo acusaciones formales de fraude deliberado, pero en su entorno se fabricó la sospecha de una «guerra sucia» prediseñada a conciencia para deslegitimar a la gestora.

El recuento definitivo en Ferraz estuvo durante todo el día sometido a un escrupuloso examen, precisamente porque de su exactitud y rigor dependía, por ejemplo, que Patxi López pudiera seguir en la carrera sucesoria. Por la mañana, López estaba indignado, pero no desveló por qué. Era evidente que si se comprobaba que 2.600 avalistas suyos se habían prestado al juego de duplicar el voto para invalidar así sus avales y los de otro candidato, las normas impuestas por la Gestora le empujaban a la cuneta. De 12.000 avales pasaría a menos de 9.000, una cifra insuficiente que le mostraría la puerta de salida. Un competidor menos para Díaz…, pero muy especialmente para Sánchez, cuyo entorno siempre interpretó que sería el principal beneficiario de una salida -forzada o no- del ex lendakari.

Así, si la Gestora se viese obligada a revisar y anular más avales, Sánchez tendría la coartada perfecta para denunciar una conducta abusiva y golpista del «aparato», podría reforzar su victimismo ante el militante indeciso –más de 58.000 no se han pronunciado aún-, y lograría una deslegitimación de Javier Fernández, que en las últimas semanas ha sido especialmente distante y despectivo con Pedro Sánchez.

De todas estas maquinaciones no hay una sola prueba fehaciente. Pero en Ferraz nadie se fía de nadie, y nadie cree a nadie más allá de lo que pueda demostrarse. Todo responde a esa atmósfera virtual y tóxica que sigue alimentando una historia de odios personales, rencores y venganzas nunca vista en el PSOE. Es la lucha de poder más cruel que ha vivido Ferraz.

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