Un Gobierno cegado por el flash

Sánchez y su equipo se ven obligados a posar en Moncloa por tercera vez en cuatro meses

Los ministros y el presidente del Gobierno posan por tercera vez en Moncloa IGNACIO GIL
Juan Fernández-Miranda

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¿En qué estarían pensando los diecisiete ministros -sí, diecisiete- cuando por tercera vez en cuatro meses tuvieron que posar ayer en la escalinata del Palacio de la Moncloa? Con Màxim y Montón; sin Màxim, pero con Montón y Guirao; y sin Màxim ni Mónton, pero con Guirao y Carcedo. Los demás siguen ahí, también Delgado y sus grabaciones e incluso Sánchez y su tesis . Claro, que sin el presidente se acabarían las fotos; tal vez por eso ha aguantado el chaparrón del desprestigio universitario, a pesar del silencio cómplice de una Universidad, la Camilo José Cela, que aún no ha piado sobre el plagio de su ilustre doctor. ¿Por qué será?

El día de la primera foto de equipo, el 8 de junio, los ministros debieron pensar poco, nerviosos todavía por el nombramiento, imbuidos aún del éxito del Gobierno bonito, henchidos de cambio. El segundo día, 6 de julio, la cosa debió ser más amarga , sin Màxim y con los pies en el suelo, conscientes de que ser ministro de Pedro Sánchez implicaba estar dispuesto a someterse a sus exigencias de ejemplaridad. Empezó a cundir el temor a no estar a la altura de un listón demasiado elevado, absurda y demagógicamente alto.

¿Y el tercer día? Ayer, 5 de octubre, los ministros y sus sonrisas estaban de nuevo convocados a la escalinata, como si nada pasara, como si los cuatro meses no hubieran transcurrido como una apisonadora sobre un Gobierno que envejece a velocidad de vértigo . Las tres fotos en cuatro meses son en sí mismas metáfora de un Gobierno agotado, más si sumamos el escándalo mayúsculo de la ministra Delgado, o el caso aún no del todo aclarado del ministro Duque. Da la sensación de que la principal fortaleza de Sánchez es su debilidad: si cae uno más, caen todos. Conclusión: no caerá nadie más, aun a cuenta de soportar la humillación pública, universitaria, profesional o personal.

Metáfora de una escalinata

Tal vez ayer, mientras posaba, alguno pensaría que por esa escalinata ascendió a interlocutor válido el presidente de la Generalitat, con su lazo amarillo y su discurso xenófobo ; y tal vez ese ministro -o ministra- pensaría que Sánchez debió pararle en la puerta y espetarle que el símbolo que llevaba en la solapa es un insulto a los españoles.

Tal vez, mientras posaba, otro ministro pensaba ayer que Sánchez debería dedicar más tiempo a la gestión y menos a la autopromoción, como cuando posó en otra escalinata monclovita en pantalón corto y con su perrita Turca; o cuando viaja por el mundo con agendas diseñadas para construir su imagen como presidente; o cuando tuitea y tuitea y vuelve a tuitear ajeno a las ruedas de prensa en suelo español.

Y tal vez, quién sabe, algún ministro pensó ayer que la política de gestos es un bumerán que regresa envenenado si no se sustenta en una poítica real. Porque este cuatrimestre gubernamental se puede resumir en dos cuestiones: gestos y contradicciones.

Gestos y más gestos. Como el de ayer de la vicepresidenta Calvo, llegando en coche hasta la escalinata y sacando personalmente del maletero varios ejemplares de la Constitución. Todo, casualmente, enfrente de los fotógrafos. ¿Es que no hay constituciones en Moncloa ? ¿Es la vicepresidenta quien debe personalmente cargar con ellas? ¿O es que este Gobierno cree ciegamente que esa imagen neutraliza el lazo amarillo de Torra? Alegan en Moncloa que son Constituciones conmemorativas del 40 aniversario y que la vicepresidenta «es así».

Y contradicciones. Como la del ministro Marlaska , que dijo el jueves lo siguiente a cuenta del juez que en privado llamó «hija puta» a una denunciante de malos tratos: «Muchas veces las palabras en privado implican mucho más de lo que creemos». ¿Y las palabras en privado de Delgado, que le llamó «maricón» en su almuerzo con el comisario Villarejo, además de otras lindezas poco afines en un gobierno que se dice feminista? El problema se zanja con otra foto: los dos ministros abrazándose en el Senado. Y aquí paz y después gloria. Para este Gobierno no hay nada que no pueda resolver una foto.

El refranero español, útil para toda contingencia, nos ofrece interpretaciones muy válidas para este tercer posado, primero del otoño. «No hay dos sin tres» , ironizarán los detractores. «A la tercera va la vencida», responderán los entusiastas del sanchismo. La primera fue la del Gobierno bonito; la segunda, menos bonito y sin Màxim, pero con Guirao, cuyo mérito inicial es ser exactamente el negativo positivado de su antecesor: del escritor popular con caché televisivo al gestor cultural. Muy coherente todo.

Antes de Sánchez (A. S.) los miembros de un gobierno se dividían entre políticos y técnicos. Ahora hay que añadir un tercer elemento: el ministro mediático. O bien por haber salido en la tele durante años, como Màxim el breve , o porque se ha labrado una trayectoria de éxito internacional, como Pedro Duque. Fama o popularidad, lo mismo da para el ministro mediático.

Nadie dijo que gobernar fuera fácil, más aún para un Gobierno improvisado, pero ya son varios los ministros a los que empieza a pesar haber aceptado la oferta de Sánchez. En privado unos refunfuñan por la sobreexposición, otros por ser víctimas de la ejemplaridad absurda a la que se comprometió Sánchez en su asedio ciego a Rajoy -ay, el bumerán- y alguno porque teme que esta etapa derive en borrón curricular. No son todos, ni siquiera la mayoría, pero lo estados de ánimo se contagian y eso difícilmente se arregla con una foto. Tampoco con tres.

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