Emilio Botín: el banquero por antonomasia

Presidente de Banco Santander entre 1986 y 2014

El presidente del Banco Santander, Emilio Botín, junto a su hija Ana Patricia, tras finalizar la junta general de accionistas del banco en el año 1999 ABC

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El Santander no fue siempre un coloso bancario. Cuando en 1986 Emilio Botín (1934-2014) heredó de su padre la presidencia del grupo, la entidad acababa de entrar en el grupo de los siete mayores bancos del país, pero era el más pequeño de ellos. Biznieto, nieto, hijo y padre de banqueros, fue quien lo convirtió en un gigante global y emblema del poder real. «El cielo es el límite» , dijo cuando la entidad superó los 6.000 millones de euros de beneficio. Los Botín tenían una aspiración determinante por crecer y el grupo fue absorbiendo bancos rivales. «Hay que devorar antes de que te devoren» era la máxima de la estirpe, y entre los libros de cabecera de Emilio Botín estaba el milenario, pero actual manual de estrategia militar, «El arte de la guerra» , que aplicaba en su gestión.

La portada de ABC del 11 de septiembre de 2014 daba cuenta del fallecimiento, el día antes, de Emilio Botín, que 28 años antes, en 1986, accedió a la presidencia del Santander en sustitución de su padre. En esas casi tres décadas convirtió al grupo en el primer banco del país y un gigante financiero global.

Con la adquisición de Banesto y del Central Hispano en los 90 el Santander se convirtió en el primer grupo financiero de España. Después desembarcó en la City de Londres en alianza con Royal Bank of Scotland, se expandió por Iberoamérica y compró ABN Amro y Abbey , lo que lo aupó a primer banco de la Eurozona por capitalización bursátil y tercero del mundo por ganancias. Más allá del crecimiento a golpe de talonario, Botín fue un banquero innovador y revolucionó la forma en que se hacía banca en España. En la época en que asumió la dirección del Santander las grandes entidades del país tenían una vocación industrial y los principales banqueros –el clan de los «siete grandes»– solían reunirse una vez al mes y pactaban los tipos de interés de sus cuentas de ahorro. Botín acabó con esos cenáculos lanzando en 1989 la «Supercuenta», que ofrecía una rentabilidad del 11%. Ese movimiento comercial removió a sus competidores del letargo e introdujo competencia en el mercado español. El Santander marcó comercialmente el paso al resto de bancos, como luego haría en varias ocasiones. Hasta con el cambio del color corporativo del banco, del verde al rojo, agitó el sector. Por decisiones como esa, Botín, que entró en la entidad como cajero de la sucursal del Astillero, ha sido considerado un visionario.

Trabajador incansable, madrugador –se levantaba hacia las cinco de la mañana– y de rutinas, hacía jornadas maratonianas. Su semana laboral acababa el jueves y su lunes era el domingo , día en que no era raro que fijase ya reuniones con sus directivos. Aunque siempre más atento a escuchar a sus interlocutores, decía lo que pensaba donde lo consideraba oportuno o donde le pedían su opinión. Defensor a ultranza de España, concedió siempre su apoyo a cada gobierno de turno. Todo eso hizo de él el banquero por excelencia: si se pregunta a cualquier ciudadano qué nombre le viene a la cabeza si se habla de banqueros, es difícil que no mencionen el apellido Botín.

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