La clase media se queda sin sitio

Este grupo cae un 3,7% en España desde 1985 y las rentas altas solo crecen una décima

Inversores y la OCDE alertan de un fenómeno global que alimenta el populismo

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La clase media, aquel caladero que se fortaleció como mayoría social tras la II Guerra Mundial, puede estar dejando de ser la realidad predominante de las sociedades occidentales tras la crisis. En los años sesenta llegó a aglutinar al 70% de la población de estos países. En los noventa, tras la caída del muro de Berlín, la escena grunge incluso llegó a ver como una desgracia la seguridad palpable de acabar perteneciendo a este estrato, que identificaban como el sistema. «Cuando eres clase media debes vivir con el hecho de que la Historia te ignorará. Tienes que lidiar con que la Historia nunca podrá defender tus causas y que jamás se compadecerá de ti. Es el precio que pagas por tu confort y silencio diario. Y por este precio, toda felicidad es estéril y toda tristeza, inconsolable», lamentaba Generación X, el emblemático libro de Douglas Coupland a principios de los noventa.

Ahora, sin embargo, pertenecer a la clase media es un anhelo insatisfecho para los jóvenes, sean «millennials» -nacidos en los ochenta y noventa- o «generación Z» -en este milenio-, en la medida en que este estrato se ha venido convirtiendo en un club exclusivo, a diferencia de lo que ocurría en los noventa. Con un título digno de un plañidero himno de Kurt Cobain, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) publicó hace una semana el informe «Bajo presión: la exprimida clase media» en el que analiza cómo en los países más ricos del mundo el estrato social mayoritario, que aglutina al 61,5% en el mundo desarrollado, se ha contraído los últimos años.

España no escapa de esta tendencia. La clase media nacional menguó un 3,7% desde mediados de la década de los 80 hasta 2015. Otros países como Suecia -con una reducción del 7,4%-, Alemania (-5%) o Estados Unidos (-4,3%) superan a nuestro país pero el caso nacional guarda una excepción: se trata del único estado analizado en el que se redujo la clase media y la clase alta apenas varió -solo creció una décima-, algo que no ocurre en sus pares europeos, ya que Suecia agrandó sus rentas más elevadas un 3,3%, Alemania un 2,8% y EE.UU, un 3,1%

Gran parte de la excepción española se debe a la ferocidad de la crisis: solo en los siete años que median entre 2008 y 2015 el sueldo más frecuente se desplomó un 1,7% en España, un porcentaje que solo superan Grecia (un 5,7% de caída) y México (un -2,1%), mientras que Portugal (con un aumento del 0,3%) o Italia (con una bajada del 0,6%) parece que tuvieron un mejor desempeño.

La crisis es el «culpable fácil» a un problema estructural de hace décadas como la desigualdad

«Ello se explica porque una parte del ajuste posburbuja de la economía real se produjo mediante menores salarios para ganar competitividad, a lo que se ha añadido el ajuste público estatal, que ha redundado en subidas de impuestos», reflexiona el economista Juan Ramón Rallo. Esto, asimismo, golpea a la economía en su conjunto, como si del «sparring» de Rocky Balboa se tratara en tiempos que fueron y nunca volverán. Manuel Muñiz, decano de la escuela de Global Public Affairs de IE University, explica que «las clases medias sostienen el consumo agregado, y, si deprimes sus rentas, estás haciendo lo propio con las cifras de consumo, lo que conlleva un problema de demanda, inversión y crecimiento».

Hay quien, lejos de la ortodoxia, habla de riesgo de pobreza en España. Y los datos no quitan la razón (16%), acrecentado por el azote de la crisis. «La pobreza es un concepto multidimensional. Deterioro de la clase media es equivalente a pobreza cuando esos individuos pasan de estar en la clase media a estar en la baja, a tener problemas para llegar a fin de mes, a tener que privarse del consumo de bienes de primera necesidad, a tener unos ratios de endeudamiento insostenibles, etc.», sostiene Clara Martínez-Toledano, economista de la Paris School of Economics e investigadora asociada del Laboratorio Mundial de la Desigualdad .

Pero, ¿qué se entiende por clase media? Para la OCDE, en este cajón figuran quienes ganan entre el 75% y el 200% del sueldo mediano, el que corta en dos la distribución salarial, siendo la clase alta los que ganan más y la baja los que ingresan entre el 50% y el 75%. En España la clase media comprendería de 14.500 euros a 38.900 euros, aunque clase media también simbolice una aspiración socio-cultural. Curiosamente, España es de los escasos países con menos personas que piensan que pertenecen a la clase media (un 49%) de los que efectivamente la componen (un 55%).

Como ocurre en la plana mayor de las sociedades desarrolladas, este deterioro no se circunscribe únicamente a los años de crisis, sino que es un fenómeno observable desde hace décadas. Según el profesor de la Universidad Rey Juan Carlos, Luis Ayala , la desigualdad y el porcentaje de hogares sin ingresos, cayó en España durante los ochenta, repuntó con la recesión de 1993 y posteriormente se estancó hasta que llegó de nuevo la crisis en 2008, cuando con la destrucción de tres millones de puestos de trabajo se disparó de nuevo. El empleo es clave en el aumento de la desigualdad en España durante la crisis: un estudio de la Fundación BBVA y del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie) calculaba que expulsó a tres millones de personas de la clase media. En los últimos años, la creación de empleo ha vuelto a reducir ligeramente la inequidad.

«Antes de la crisis de 2008 no se recuperaron los niveles previos de principios de los noventa», recoge el informe «La desigualdad en España: fuentes, tendencias y comparaciones internacionales». Muñiz, de hecho, habla de la crisis como un «culpable fácil» del deterioro de la clase media y el ascenso de la desigualdad, cuando, en realidad, «ha ocultado tendencias estructurales de hace más de tres décadas».

Es el caso de la sobrecualificación -y su antónimo- actuales, sacados a la luz esta década. «El crecimiento del desempleo ha sido mucho más pronunciado en España que en la mayoría de países de nuestro entorno, las transferencias por motivos sociales son más bajas y existe una polarización en el nivel educativo de los jóvenes», afirma Martínez-Toledano. Con ello se refiere a que en España hay una oferta de empleo que no se adapta a los perfiles laborales que hay en el mercado; por sobrecualificación, infracualificación o falta de habilidades concretas para las nuevas realidades del mercado de trabajo. Una tendencia que ya se inició décadas atrás y que agrava la robotización, que amenaza al 25% de los empleos de la clase media española, según la OCDE.

Los riesgos que presenta la desigualdad han trascendido los ámbitos académicos para saltar a las gestoras de fondos de inversión y las casas de análisis. Larry Fink, el presidente de la mayor gestora del mundo, BlackRock -que controla activos por valor del PIB de España e Italia juntos-, destacó este fenómeno en su última carta anual a sus accionistas. «Muchas personas viven de nómina en nómina, son vulnerables a las crisis, no pueden establecer una base financiera segura y mucho menos planificar para el futuro (...). Un sorprendente 41% de los norteamericanos no pueden pagar un gasto inesperado de 400 dólares sin pedir un préstamo o vender una posesión.», recogía la misiva. Mismo dato que recordó el consejero delegado de JP Morgan, Jamie Dimon, en otra carta de 2018 a inversores. Esta preocupación por la desigualdad revela que se está convirtiendo en un peligro creciente que puede dañar la salud de empresas, estados y, por tanto, inversiones. Moody’s advirtió en un informe de que la «creciente desigualdad de ingresos lastrará el perfil crediticio de EE.UU.», ya que esto elevaría su gasto público para atender a los más vulnerables.

«La desigualdad de ingresos está ligada con la división política en EE.UU. La división que provoca que no puedas tomar medidas, legislar y crecer. (...) Una gran parte del aumento del PIB de los últimos años ha ido a poca gente», admitió a la CBS el presidente de Goldman Sachs , Lloyd Blankfein. Un fenómeno muy ligado al populismo, fuente de preocupación para los mercados, apunta Schroders en un informe reciente, calculando que el aumento de los ingresos mundiales desde 1980 se ha concentrado en los muy pobres y los muy ricos.

El deterioro de la clase media impacta sobre el consumo, la inversión y el crecimiento

Pese a ello, la preocupación de las gestoras tiene doble cara. Al tiempo que alertan de las trampas del empleo, las rentas y la desigualdad, por otro amasan mayores cantidades de dinero a nivel mundial. Si la clase alta engorda, los fondos de inversión también. Philippe Waechter, economista jefe de Ostrum Asset Management ( Natixis ), se sincera sobre cómo la caída de la clase media agranda sus beneficios: «Este cambio en la distribución de ingresos en detrimento de la clase media y en favor de la alta ha sido una fuente de rentabilidad para las empresas de gestión de activos, en particular para los asesores financieros». Aun así, llama a la cordura. La rentabilidad no garantiza una buena salud económica: «Un sesgo demasiado grande en la distribución de ingresos tiene un impacto negativo en el crecimiento, el empleo y la felicidad. La actual situación desequilibrada no es sostenible a largo plazo».

Leopoldo Torralba, economista de Arcano Economic Research , encarna la posición de que no se trata de ganadores o perdedores. «No es beneficioso a largo plazo para la economía que los salarios hayan perdido tanto peso frente al capital, porque lo que termina generando realmente demanda, y por ello crecimiento del PIB sostenible, es el consumo de las familias. Y este se ve resentido por la pérdida de poder adquisitivo. Además, se da la circunstancia de que el capital no encuentra oportunidades de inversión suficientes para aplicar sus crecientes beneficios, al ir a menos la demanda final», dice.

Las recetas para la OCDE son gravar a altos patrimonios, herencias y hacer el IRPF más progresivo . Precisamente, cree que España es uno de los países con impuestos al trabajo -IRPF y cotizaciones- más progresivos, lo que provoca que la clase media y baja paguen menos impuestos que en otros países y las rentas altas contribuyan más: mientras las clases medias nacionales aportan un 54,5% de la recaudación -en la OCDE es un 64,4%-, suponen 60.8% de la renta. En cambio, la clase alta paga un 41,4% de la recaudación -frente al 28,5% de la OCDE- y las clases bajas aportan menos -un 4,2% frente al 7,1% de media-. En cambio, la OCDE da un tirón de orejas a España porque las transferencias públicas no benefician lo suficiente a los más vulnerables.

Unas recetas sin garantía de «buen sabor» y dudas en los ingredientes. La tecnología, el avance digital y la robotización podrían llegar a ser un peligro para el empleo e, incluso, despejar el camino a una nueva clase social 4.0 . Está por ver. De momento, España y el mundo tienen suficiente con cuatro clases y sus problemas.

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