Juan Antonio Samaranch: la gran llama del olimpismo moderno

Presidente del Comité Olímpico Internacional entre 1980 y 2001

Samaranch, con unas gafas «olímpicas», en una visita a la Villa Olímpica de Sidney 2000 EFE

Sergi Font

Los libros de historia encumbran la figura del barón Pierre de Coubertin como fundador y creador de los Juegos Olímpicos modernos pero el movimiento polideportivo que inventó el pedagogo francés no existiría hoy sin la figura de Juan Antonio Samaranch, que lo rescató de la bancarrota y lo adaptó a los tiempos actuales. Si en la España autárquica de los años 50 y 60 creó el deporte cuando no lo había (organizó los II Juegos del Mediterráneo en 1955), para el mundo salvó al movimiento olímpico de su desaparición. Samaranch formó parte de la familia olímpica durante 44 años, casi la mitad de toda su vida, y fue presidente del COI durante dos décadas (1980-2001).

A las 13.30 horas del 17 de octubre de 1986, Samaranch pronunció la histórica frase: «À la ville de... Barcelona». Y la ciudad se convirtió en la sede de los JJ.OO. de 1992. Fue la culminación de su carrera. ABC llevó a su portada este logro histórico para España.

Nacido en Barcelona en 1920 , en el seno de una familia de la burguesía catalana ligada al sector textil, encontró su pasión por el deporte en la práctica del hockey patines mientras lo compaginaba con sus estudios de profesor mercantil. Flirteó también con la política, en una época en la que como él mismo apuntó «la única misión era sobrevivir y para eso era necesario adaptarse al contexto» . Y ese contexto no era otro que una España franquista que luchaba por restañar las heridas de una cruenta guerra civil. Precisamente, sus cargos como embajador en la decadente Unión Soviética y Mongolia le ayudaron a llegar al lugar más alto del olimpismo en 1980. Aterrizó en un COI sumido en una grave crisis económica y política.

Una de las primeras tareas de Samaranch fue acabar con los boicots políticos a los Juegos Olímpicos. Montreal ‘76 había sufrido la ausencia africana, Moscú ‘80 estaba siendo boicoteado por la administración Carter en protesta por la invasión soviética de Afganistán, y Los Ángeles ‘84 recibiría la contrapartida de la URSS y de sus aliados. No obstante, una de sus grandes decisiones fue eliminar el carácter amateur de los principales deportes, considerado un elemento esencial del espíritu olímpico. Con ello elevó la competitividad y atrajo la atención del mundo.

La participación del «Dream Team» de baloncesto en Barcelona ‘92 es el ejemplo más palpable de ese cambio. Pero sin duda, su gran logro, sobre todo para España, fue la proclamación de Barcelona como sede en 1992. La designación significó un antes y un después para nuestro país a nivel deportivo, social y económico. Barcelona ‘92 no solo supuso un despegue en el medallero español sino que ayudó a situar a nuestro país en el Primer mundo. En sus últimos años tuvo que afrontar la crisis en el seno del COI por algunos escándalos de corrupción, lo que le llevó a acometer una revolucionaria reforma de las estructuras.

Tras no presentarse a la reelección en 2001, fue nombrado Presidente de Honor Vitalicio. Su sucesor, Jaques Rogge no pudo retratar mejor a Samaranch al calificarlo como «el arquitecto de movimiento olímpico».

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