El peor desenlace para la lección magistral de Dani Olmo

El análisis en caliente señala, una vez más, que a España le faltó puntería, con más de una decena de ocasiones desperdiciadas en el duelo con la correosa Italia antes de firmar un empate que resultó inmisericorde. Si nadie le pone pegas a esa estadística, se revelaría como una de las grandes causantes del adiós a la Eurocopa, de nuevo agridulce pues la selección demostró y mereció más de lo que dictó el duelo de Wembley . O se aprovechan las ocasiones o corres el riesgo de marcharte a casa. Lección aprendida para el futuro, en especial para un Dani Olmo que se va del torneo con una actuación estelar, pero con veinte tiros a puerta sin haberse podido estrenar como goleador. El ejemplo máximo de lo que ha sido España.

En Wembley, donde el césped se huele incluso a muchos metros de distancia del terreno de juego, comenzó el partido con un ritmo frenético, sobre todo porque Italia quiso enseñar su afilado colmillo a los jóvenes castores españoles a la primera oportunidad. Tras conocerse la suplencia de Morata se extendió el temor por si el choque generacional entre los veteranos Chiellini y Bonucci con los aún tiernos delanteros españoles no sería demasiado. Pero estos no solo no se escondieron, sino que fueron capaces de revertir ese arreón inicial de los transalpinos con una buena dosis de velocidad y desparpajo. Sorprendió mucho, muchísimo, la apuesta de Luis Enrique de colocar a Dani Olmo como falso nueve. El jugador del Leipzig, al que ya le queda poco por probar con el técnico asturiano, se convirtió en un diablillo juguetón, incapaz de quedarse quieto en las inmediaciones del área. Su posición cambió el guion previo del choque, pues dejaba a los dos centrales italianos sin una marca clara, y obligaba a Jorginho a bajar más de la cuenta para sujetarlo. Suya fue la mejor oportunidad de la primera parte, donde se movió con rapidez para cazar un balón muerto en el área y fusilar a Donnarumma . La respuesta del enorme guardameta italiano fue colosal. Poco después lo volvía a intentar el rubio de España, esta vez con un chutazo desde la frontal que se le marchó alto. Para entonces su cara ya mostraba cierta desesperación. Aún tuvo una tercera antes del descanso que tampoco encontró diana. Se estaba marcando un partidazo en un escenario único, pero el premio del gol le seguía esquivando. A esas alturas, acumulaba 18 disparos a puerta, más que ningún otro futbolista de la Eurocopa. Sin embargo su cuenta seguía a cero.

«¡Vamos, vamos!», gritaba, agitando los brazos, nada más marcar Chiesa, por si acaso sus compañeros aún no se habían enterado de que quería la final. Cambió Luis Enrique a Ferran y Oyarzabal para dar salida a Morata y Gerard, pero él siguió ahí, persiguiendo el gol, pues el siguiente tiro a puerta también fue suyo. El número 19. Un disparo raso que salió lamiendo el palo. El 20 llegó en la prórroga, con un saque directo de falta que intentó sorprender a Donnarumma, muy harto para entonces de su pequeño rival.

El extremo, ayer delantero centro, lo ha intentado de todas las maneras posibles. De cerca y de lejos, con la zurda y a pie cambiado, desde la frontal o aprovechando rechazos dentro del área… No ha habido manera. Sí acertó asistiendo a Morata para el gol del empate y también tomando la batuta del juego junto a Pedri. Su sola presencia causaba estragos, pero la fortuna le seguía negando el premio. En la tanda de penaltis asumió el primer lanzamiento, un gesto de coraje, pero lo mandó a las nubes. El abrazo de sus compañeros le consoló lo justo. Solo lo que duró el resto de la tanda. Con el gol de Jorginho se quedó clavado en mitad del círculo central y no quiso saber más, igual de derrumbado que el resto de sus compañeros. «Ha jugado un partido de libro, algo anormal», le ensalzó después Luis Enrique , que ha descubierto en él a uno de sus líderes.