Antonio Ferrer a ya no sabe qué inventar. El exceso de sobreactuación ha devorado al grandioso torero. Lo mismo que prueba a matar en la larga distancia , experimenta con un nuevo tercio de banderillas . Puso a sus tres subalternos guardando fila en los medios . Él en la lidia y cada rehiletero dejando un único par de garapullos. El tercio resultó acertado, aunque mermado por esa 'espontaneidad' impostada . Y mientras Ferrera surca por una tauromaquia heterogénea y subversiva , aparece Morante con una indumentaria decimonónica rebuscando por la ortodoxia y desempolvando los cánones del toreo .
Atraviesa un lúcido momento el de La Puebla del Río . Sosegado por el ruedo, atento en todas las lidias y comprometido con el arte de torear. Tan involucrado que en estos momentos es el líder del escalafón , sorprendente circunstancia para un artista de su talla. Le encontró pronto las distancias al exhausto y descoordinado segund o, al que barrió el lomo en unos torerísimos ayudados por alto. Faena de líneas paralelas convertidas en circunferencias por el juego de su cintura. Se reencontró a la verónica en un lacónico pero enjundioso quite al quinto , que tuvo mayor movilidad y le permitió arrebatarse. Aires barrocos brotando por ambas manos . Pitones por las espinillas que no descomponía el compás semiabierto o cerrado. Lo esencial y lo superficial fundido en una monumental faena . Y rubricado con dos orejas que entregó el puntual alguacilillo de la jornada: Carlos Ruiz, de Cantores de Híspalis .
Y entre esos estilos contrapuestos , el heteróclito de Ferrera y legítimo de Morante, las buenas maneras de Ginés Marín . Virtuoso con el capote y plástico con la franela.
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