Las verónicas sin tiempo de Finito en Córdoba

Cuaja un monumento a la verónica en la ruina de corrida de Juan Pedro Domecq

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La muerte no es el final. El eco de las notas militares volaba hasta el cielo donde habita Joselito desde hace 101 años. La emotividad removió hasta la arena de Los Califas desde que aparecieron los dos maestros del arte por el patio de cuadrillas. Una liturgia de otra época en un siglo alejado de los ritos. Bellísimos los ternos, de sangre de toro y azabache, el color del cáliz vertido por el Rey de los toreros y fusionado con el de ‘Bailaor’. Sonó una vez más el Himno Nacional en la plaza de José María Garzón , cuyo termómetro del éxito es la envidia y el descontento que despierta en sus enemigos: otro ‘No hay billetes’ , esta vez con el mano a mano entre Finito de Córdoba , al que tributaron una ovación de gala por su 30 cumpleaños de alternativa, compartida con Morante de la Puebla , en el umbral de su 25 aniversario.

Y con el Fino catalán, que de Sabadell es, se desató una emoción sin bridas. Difícilmente se repetirá tal majestad por verónicas al ralentí. ¿Diez? ¿Doce? Infinitas fueron de categoría y clase, como la del tercer toro de Juan Pedro Domecq, que planeaba en los vuelos del capote. Y Juan Serrano lo meció en lances de pureza , a cámara lenta, con la caricia de las manos bajas. Aquello era la anatomía del arte en su máxima expresión. Cada verónica arrojaba más luz al faro encendido; se aunaban la fiesta y el dolor. Porque torear así, con el alma al aire, debe doler. La gente alzaba los brazos, se ponía en pie. Caían las lágrimas de veteranos que vieron su primera corrida con Finito en el cartel. Ahí seguía tres décadas después, inspiradísimo con el guapo ejemplar, de vieja estampa, estrecho de sienes y con los pitones arremangados. La pasión se desbordó con la media a pies juntos. Morante quiso sentarse en la mesa de ‘Presumido’ con un quite a la verónica, pero el que se sentó fue el toro y cambió al palo de las chicuelinas. Torerísimas. Había que hacerle muy bien las cosas a un animal de tanta calidad, pero ya con el fondo al límite...

Brindis al Cordobés

La tierra prometida no esperó al otro lado de un brindis apoteósico a Manuel Benítez ‘El Cordobés’ . Un «gracias por sus consejos y su amistad» pareció leerse en los labios de Juan Serrano antes del abrazo y el crujido de los cimientos por tanto aplauso. En los primeros muletazos, el toro hizo amagos de rajarse, pero lo toreó a placer en una serie diestra, con la cintura de compañera. Se echó el juampedro, al que le costó un mundo levantarse. Lástima que llegara sin fuelle alguno después de tan excelsa entrega de salida. La faena ya estaba hecha: las verónicas habían sido una obra (casi) total. Y algunos ojos aún continuaban nublados de lágrimas por el estribillo de aquellas verónicas. Como los ángeles quisieran torear. Así toreó el Fino. De Córdoba a la eternidad.

Morante brindó su primero al empresario valiente, el único que se ha atrevido a dar toros en una plaza de primera esta temporada. Con siete verónicas lo había recibido, siete maravillas de la madre del toreo de capa, con la mano de salida altita. Morante, con guiños de la antigua usanza desde la montera hasta los pañuelos en la chaquetilla, impregnó también de añeja torería su lidia a un animal que se movió con poca clase y sin terminar de romper hacia delante. Como ninguno rompería... Vio luego cómo devolvían al cuarto. Y el que salió no guardaba nada bueno dentro. Áspero, hacía hilo y se revolvía, con un peligro sordo que no todos apreciaron. «¡Mata esa mierda!», le gritaron. Y Morante, que había andado con técnica y oficio, lo despenó rápido. Los delantales y la tijerilla del genio despertaron cierta esperanza en el sexto, que no valía nada. Ni tres muletazos le duró entre el mosqueo del personal. Otros agradecieron la brevedad.

Abrió la tarde de la veteranía un animal demasiado endeble, con el que Juan Serrano, sin confiarse, abusó de la voz y el zapatillazo. Se lo pensaba mucho este ‘Orondo’, que no fue toro de alegrías. Genuflexas las verónicas al quinto, que se acostó en el comienzo y no paró de defenderse por esa falta de fuerzas. Finito trató de corregir defectos y alargó una eternidad. Ya hasta los artistas se enredan en largometrajes...

La obra ya había sido: aquellas verónicas sin tiempo bien valieron las dos horas y media de una corrida de Juan Pedro mucho más que decepcionante. Hay que hacer caso a los poetas y apresar los instantes. En ellos está el infinito del arte.

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