Lo que toros y viento se llevaron

Una tarde sin brillo alguno, con muy deslucidos astados de Las Ramblas

Juan del Álamo, en un momento de su faena Paloma Aguilar

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Después de varias tardes de pasión, nos toca ahora el sopor. Coinciden en el cartel dos diestros que ya han triunfado en Las Ventas, Morenito de Aranda y Juan del Álamo , pero no han logrado entrar en las grandes Ferias, con otro, Tomás Campos, al que el gran público no conoce pero que tiene firmes defensores. Los toros de Las Ramblas, bien armados pero muy deslucidos, dan al traste con todas las ilusiones. Y, como tantas tardes, en esta Plaza, el viento lo complica todo . ¿Cuándo se hará algo para paliar ese problema de siempre, en vez de limitarse a lamentarlo?

El primero sale suelto, renquea de atrás. Por falta de fuerzas, embiste corto y rebrincado, tropieza las telas: no cabe lucimiento alguno. Sin toro, no hay nada que hacer. Y Morenito de Aranda lo mata como ha sido la faena: según «La Codorniz», ni bien ni mal, sino todo lo contrario. (A mi compañero, esto del descabello le pone negro. No es el único. Por eso, sigo defendiendo –sin ninguna esperanza de éxito– que se limite el número de intentos , no sólo el tiempo. Con la sensibilidad actual, esto aleja de la Fiesta a mucha gente). El cuarto embiste rebrincado, sale suelto. Lo sujeta bien Morenito de Aranda por bajo pero sufre un par de desarmes porque el toro pega derrotes, es muy deslucido. Se ha estrellado con su lote, ha quedado casi inédito.

El segundo mansea, barbea en tablas pero sí cumple en el caballo, mientras se desata un ventarrón que impide manejar los capotes. A la muleta, el toro acude de largo, con alegría. Dándole sitio, Juan del Álamo liga buenos derechazos, en el centro del ruedo. Aunque el toro se va apagando, embiste con templanza, le deja estar a gusto. Por la izquierda, la faena baja, a la vez que el toro flaquea y acaba yéndose a tablas. Ha habido momentos prometedores pero la faena no ha cuajado . Entrando de largo, deja media tendida y acierta con el descabello. (Una suerte secundaria, a la que ahora se da demasiada importancia). Media ha sido también la faena. El quinto, bien armado, muy suelto, va a su aire, no se entrega y flaquea: por aburrimiento, la gente protesta. También protesta el toro en la muleta, además de rodar por la arena. Juan del Álamo le planta cara, resuelve la papeleta con más decoro que brillo, en una «empeñosa porfía» ( Borges ). Aunque la espada no está en lo alto, agradecen su voluntad: saluda.

Aplauden de salida al tercero, castaño, veleto. Acude de lejos a la muleta pero cabecea, tropieza la muleta y, en seguida, la taleguilla de Tomás Campos (se llama «Taleguilla», una redundancia). Metido entre los pitones, le saca algún muletazo de mérito, en medio de varios momentos de apuro. Con ese viento y ese toro, no tienen sentido las manoletinas: como se veía venir, acaba prendido del pitón, en medio de una división de opiniones. Con el toro pegado a tablas, logra media estocada, a la tercera. El valor es necesario y merece elogio pero también hay que lidiar con cabeza. El sexto, alto y largo, supera los 600 kilos, pero kilos de carne, no de bravura. Tomás Campos muestra sus buenas maneras y su concepto clásico en suaves muletazos, aunque el toro no humilla. Acaba con naturales de frente, de uno en uno, que el toro simplemente acepta. Mata a la segunda.

Ha habido cosas buenas, esta tarde: toros serios, con pitones; diestros voluntariosos; una duración razonable, poco más de dos horas , como siempre debería ser; una temperatura agradable… No se me ocurre ninguna más. A cambio, sopor, grisura, aburrimiento. Una vez más, he de insistir: lo que importa de verdad, en un toro, no son los kilos ni los pitones, sino la casta, la bravura. Si falla el motor, la carrocería sólo sirve para «vender» apariencia . Sentencia un amigo docto: «Nada de nada». Entre los toros y el viento, se llevaron toda la emoción.

Posdata . Coincido con mi amigo Paco Corpas , matador de toros de notable trayectoria. Casi nadie lamenta tanto el cierre de la Plaza de Barcelona: él y su hermano Carlos nacieron en esa Plaza, en la que trabajaba su padre. Comentando el buen rumbo que lleva este San Isidro, señala un vicio habitual: los toques bruscos, con el pico de la muleta; los chicotazos, en los pases del desdén; los recortes, en las chicuelinas. Lo deseable es mandar con suavidad y acompañar con estética las embestidas del toro. Tiene toda la razón aunque buena parte del público actual no se entere y aplauda más lo que menos mérito y belleza tiene.

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