La torería de Antonio Ferrera en Illumbe

Logra un trofeo de cada toro de su lote y Manzanares desoreja un cuvillo de vuelta al ruedo

Antonio Ferrera, en un relajado muletazo BMF Toros

Andrés Amorós

Un año más, felizmente, se abre el coso taurino de Illumbe. Tenían razón ilustres vascos, como Manuel Chopera y Gregorio Ordóñez : sin toros, la Semana Grande de San Sebastián perdió muchísimos visitantes, españoles y franceses. Para el turismo, era una ruina. El sentido común acabó imponiéndose, aunque hayan continuado los intentos políticos de atacar la Fiesta española y aunque el acceso a la muy cómoda Plaza cubierta no sea fácil, por no haberse completado los proyectos urbanísticos. Alegra comprobar que la afición a los toros, aquí, sigue muy viva.

Los toros de Núñez del Cuvillo tienen casta y movilidad, fuerzas justas; se da la vuelta al ruedo al quinto. Antonio Ferrera corta una oreja a cada uno, en una tarde muy completa. Manzanares, dos, por una estética faena, y Cayetano una, al último.

Ferrera ha alcanzado un personal estilo, que los aficionados valoran. (El rumor apunta a la posibilidad de que mate seis toros en la Feria de Otoño). En el primero, un bravo colorado, le anda con torería; dándole mucha distancia, cuaja buenas series por los dos lados, que culmina con naturales con la derecha, dejando en la arena la espada. Cita de lejos para recibir y deja media arriba: justa oreja. Toda la faena ha tenido sabor y torería. En el cuarto, melocotón, justo de fuerzas, se luce sacándolo del caballo galleando (como hacía Gallito). Saludan, con los palos, Valdeoro y Fernando Sánchez. Aunque el toro flaquea y queda corto, Antonio despliega su estilo, clásico con toques barrocos. Ha cuajado en un artista singular, con oficio, gusto y aroma añejo. Logra una gran estocada, atracándose de toro. Aunque tarda en caer, manda que todos se alejen para que disfrutemos con la hermosa estampa: otra justa oreja.

Manzanares conserva su empaque pero le está costando coger el ritmo a los toros. En el segundo, que se mueve mucho, con cierto genio, no llega a sentirse a gusto, los muletazos resultan acelerados y la espada –tantas veces, infalible– cae muy baja. El quinto sí le permite lucir la natural elegancia de su estética mediterránea, que también aquí se sabe saborear. Cita a recibir, logra un espadazo y el toro también se resiste a doblar: dos orejas y vuelta al ruedo al bravo animal.

También aquí coge Cayetano la sustitución de Roca Rey: desde el triunfo de Pamplona, está lanzado y es una figura popular. El tercero, muy suelto, mansea en el caballo, resulta bondadoso pero apagado. Recibirlo sentado en el estribo no parece lo más adecuado. Traza Cayetano muletazos sin estrecharse, con más estética que mando. Logra una buena estocada, con su habitual salto, y el público agradece su entrega. Devuelto por flojo el último, el sobrero resulta también flojo pero nobilísimo. Le permite a Cayetano desplegar todo su repertorio de rodillas y de pie. Otra gran estocada: oreja.

Los aficionados donostiarras salen felices por haber disfrutado con tres estilos de torear muy diferentes.

Postdata. El gobierno balear (incluido el PSOE, que dice defenderla) intentó prohibir la Fiesta, desnaturalizándola por completo. Un recurso bien argumentado recibió el aval del Tribunal Constitucional: aunque sea simbólicamente, una vez al año, ha vuelto a haber toros en Palma de Mallorca. También el Gobierno catalán prohibió la Fiesta y también el Tribunal Constitucional decretó la ilegalidad de esa prohibición. Aunque el propietario y el gerente de la Plaza sean los mismos que en Palma, y aunque la ley lo permite, en Barcelona sigue sin celebrarse ningún festejo taurino. La razón está clara: miedo. Y el sentimiento que eso suscita: vergüenza. No es el único caso, en la España actual.

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