Talavante
Talavante - EFE

En Talavante estaba el edén

Sensacional tarde del extremeño, que corta la única oreja en una deslucida corrida de Cuvillo

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Delante de miles de ojos se encontraba el paraíso. Al hilo de las tablas, mientras se fundían el terral y el levante, con un viento que condicionó la deslucida corrida, Alejandro Talavante se rompió como las olas al bramar. Casi todo al natural, con esa izquierda dorada que enseñaba el camino del edén. Por ese pitón se plantó tras brindar un toro que regaló algunas buenas embestidas dentro de su huida y mansita condición. En su refugio, en el de "Juguetón" y el de Eolo, sopló naturales fenomenales, primero con el compás semiabierto; después, a pies juntos, con el medio pecho ofrecido. Goteaban como perlas, como una joya fue el cambio de mano que cinceló tras una serie en redondo de su medida labor.

El pinchazo enfrió la petición y saludó. La excelencia queda en el recuerdo.

Excelente y para aficionados fue su obra al último, que iba y venía sin sobrada clase. Los ayudados, una espaldina, el molinete y el de pecho brindaron un prometedor comienzo a una faena colmada de torería por ambos pitones. El toro se movía en las manos de Talavante, pero cabeceaba y para colmo incomodaba el viento. No le importó: planteó una obra in crescendo cerca de los medios. Quizá no hubo la limpieza exigida por los «mister fairy», pero las series fluyeron con frescura y poso, con una naturalidad iluminadora. Un cambio de mano tendió un puente mágico antes de ceñirse en las manoletinas del broche, una atrevida arrucina y un desdén primoroso. Enterró una estocada y ahora sí se abarrotaron los tendidos de pañuelos blancos. Cortó la primera y la única oreja al desigual sexteto de Cuvillo, falto de casta.

Los seguidores de Morante esperaban su segunda tarde como agua de agosto. Nada en el primero: echaba las manos por delante y el sevillano quiso bajarle los humos con un capote a la antigua. Como no cesaban las cornadas al viento, lo masacraron en cuatro varas. Con el animal acobardado y descompuesto a la par, el de La Puebla salió directamente con la espada de verdad y, tras un breve tanteo, entró a matar. Sobraron las palmas de guasa al toro antes de la bronca al torero. Se resarció en parte con el cuarto, al que cuidó en el piquero y en el que principió de modo preciosista. Un molinete contuvo más torería que todos lo molinetes que se hayan parido en el siglo XXI. Descalzo, con naturalidad, se lentificó a derechas e izquierdas y dibujó muletazos con su excepcional sello, pero mató mal, se acercó al filo de los tres avisos y se desencadenó la división de opiniones.

Perera vislumbró opciones con el jabonero segundo y brindó al público. Su faena aunó capacidad y valor en una doble misión: torear y batallar contra un molesto viento. «Reposado» perseguía las telas, aunque punteaba, y Miguel Ángel extrajo algunas series meritorias, pero sin el suficiente eco. Tampoco pudo brillar con el quinto, que embestía algo mejor por el derecho y por el zurdo no paraba de pegar tornillazos.

En la memoria quedaban media docena de muletazos geniales de Morante, en lo que pudo haber sido y no fue, y una sensacional tarde de Talavante, en cuyas muñecas se hallaba ayer el paraíso.

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