Rafael Guerra, el torero del ingenio: «Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible»

Se cumplen 75 años de la muerte de Guerrita, que riñó con El Espartero para lidiar «el toro mayor de los prados»

MADRID Actualizado: Guardar
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Traje negro, chaquetilla corta, camisa blanca y botonadura negra. Así lo tenía dispuesto y así fue amortajado. Eran las siete y treinta y cuatro minutos de la tarde del 21 de febrero de 1941 cuando Rafael Guerra «Guerrita» emprendió el viaje hacia el cielo de los toreros.

Este maestro del ingenio, para muchos el mejor lidiador del siglo XIX, murió en Córdoba después de preguntarle a su hijo Rafael cómo iban las labores de su finca «El Patriarca». Nada más conocerse la notia, el Club Guerrita cerró sus puertas.

El II Califa del toreo había comenzado su carrera taurina como banderillero bajo el apodo de Llaverito, llamado así porque su padre guardaba las llaves de matadero. Tal fue su fama que su nombre aparecía más grande en los carteles que el de los demás subalternos.

Con él, Fernando el Gallo firmó hasta más contratos por llevarlo en sus filas.

Guerrita se presentó en Madrid agosto de 1885 y se doctoró en esta plaza el 29 de septiembre de 1887, de manos de Lagartijo, con quien luego se desató una rivalidad; también con El Espartero y Reverte. Escribió Giraldillo en ABC que con Rafael el toreo se dividía en dos épocas. «Comprende y penetra y, acaso, se anticipa al gusto de los públicos actuales. Manda en el toro en la plaza y aún antes de que el toro llegue a ella, ¡pero qué hombría y qué celo extremado en todos los actos profesionales de Rafael! Con líneas rectas divide la historia del toreo. Después de él, solo Joselito y Belmonte, pero estos se benefician ya de las experiencias de Guerrita y recogen el mejor fruto de ellas. La lidia está definitivamente encauzada».

Pelea por el toro más grande

Cuentan los cronistas que su gran temporada fue la de 1894 . En la plaza de Madrid firmó en abril a «Farolero» diez ensalzados pases naturales. Pero lo mejor llegó el 14 de mayo: «Aparece en el apartado el toro mayor que se ha visto en los prados, Cocinero, de don Félix Gómez. Espartero y Guerra riñeron por él, ambos lo quieren lidiar y, al fin, corresponde a Rafael. Y su hazaña con aquel enorme toro de Miura que muere a sus pies, en tanto el matador se sienta en el estribo ante su cara, y la que repite con Fogonero, de Adalid, toreando descalzo en medio de un diluvio, sin querer que se suspendiera la corrida».

Cerraba Giraldillo: «De su vida, pródiga en anécdotas y agudezas, queda su lección de buen sentido, el mismo que le llevó a ordenar la lidia, preparando un tránsito necesario entre dos épocas del toreo. Y, cuando deja la vida ativa, sigue años y años, proyectando su influencia sobre la Fiesta que él engrandeció, con el consejo, con el juicio».

Más anécdotas

Al hilo de su retirada, hay una anéctota curiosa que da prueba de su gracia. Se cuenta que en una montería que compartió con Alfonso XIII, este le comentó que le hubiese gustado conocerlo en su etapa en activo como torero. A lo que El Guerra respondió: «Pues haber nasío antes, Majestá». Antes, Alfonso XIII le comentó que le había confundido con un obispo: ¡Qué obispo ni qué cuernos! ¡En lo mío he sido yo el Papa!»

Tres cuartos de siglo después de su muerte, se siguen recordando otras como «ca uno es ca uno» o «más cornás da el hambre» (esta última algunos se la achacan a otros espadas). Al Guerra se le atribuye también aquella conocida mundialmente: «Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible». Dicen que antes que el mítico torero la pronunció Charles Maurice de Talleyrand...

La primera vez que vio a Juan Belmonte torear, tal fue su sorpresa que espetó: «Darse prisa en ir a verlo». El destino quiso que fuera Joselito el que muriese de una cornada. Ante esta fatal noticia, Guerrita exclamó: «¡Joselito ha muerto! ¡Se acabaron los toros!» Pero la Tauromaquia sigue...

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