Parrita, el primer torero en abrir la Puerta Grande en San Isidro

En aquel 1948, las salidas a hombros las marcaba el público, no los trofeos

Agustín Parra «Parrita» ABC

Ángel González Abad

Si la primera feria de San Isidro en 1947 tuvo un pobre balance artístico, pues la concesión de la primera oreja del ciclo recién estrenado tuvo que esperar al año siguiente para ir a las manos de El Andaluz , en aquel 1948 se prodigaron los triunfos y las salidas a hombros.

Tanto que hasta seis diestros atravesaron el umbral de Las Ventas, trofeos concedidos al margen. El primero en abrir la Puerta Grande dentro del ciclo isidril fue el madrileño Agustín Parra «Parrita» la tarde del 10 de mayo. El madrileño le cortó las dos orejas a un buen toro de Urquijo. Había máxima expectación por ver al torero emparentado con el malogrado Manolete, que venía de triunfar en Sevilla. En la crónica de Giraldillo en ABC se deja clara su evocación hacia el gran torero desaparecido no hacía todavía un año: «Toreó al natural como ¡Aquel! toreaba, impasible, majestuoso, dominador, seguro». Un triunfo que puso a Parrita entre los primeros del escalafón.

Dos días después, el 12 de mayo, el titular abecedario ya daba idea de lo sucedido. «En triunfo», y lo justificaba el crítico: «Así, sencillamente: en triunfo. En triunfo los tres matadores... y el ganadero... ¡y el público! ¿Ha de disentir el crítico del general entusiasmo colocando aquí o allá reparos técnicos que, al cabo, no resultan más que expresiones del propio criterio?». En resumen, excelente corrida de Alipio Pérez Tabernero , y Antonio Bienvenida, Rovira y Paquito Muñoz, a hombros. Todo normal, si no reparamos en el detalle que en la actualidad hubiera significado que Bienvenida hubiera salido a pie, pues consiguió solo un trofeo. Dos se llevó el peruano, y tres apéndices Muñoz.

Y en la misma feria, el día del santo, se volvió a repetir una salida a hombros, esta vez sin cortar orejas. Al que se llevaron en volandas fue a Pepe Dominguín por el mérito de cuajar un excelso tercio de banderillas. Una Puerta Grande fraternal, pues acompañó a su hermano Luis Miguel, que sí que se llevó tres orejas en una tarde en la que «proclamó la soberanía y plenitud de su arte», ante buenos toros de Antonio Pérez de San Fernando.

En aquellos años el público era más soberano que nunca . Al margen de reglamentos y de las orejas concedidas por la presidencia, los tendidos marcaban el devenir de los triunfos. Otra cosa era que la picaresca funcionara entre los de luces y sus mentores a la hora de acabar a hombros tardes mediocres. Que de todo hubo.

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