Pablo Aguado mojó el agua en El Puerto

El sevillano revienta la feria en el duelo de las últimas balas con Manzanares. Ambos cortan dos orejas a la corrida de Juan Pedro Domecq

Pablo Aguado, naturalmente Paco Martín

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Aquello era el duelo de las últimas balas. Con los toros que cerraban la feria, la pólvora se extendió e incendió los tendidos. Tras la gloria de Manzanares en el exigente quinto, Aguado salió espoleado para dictar una sentencia: el toreo puro es el único camino a lo trascendente. Ardía la plaza mientras el sevillano mojaba el agua. Como cuando cantaba El Lebrijano y García Márquez lo ensalzaba. Pablo no solo la mojó, terminó ahogándola en ese río de naturalidad. ¡Qué gozada! Si el flamenco de leyenda se atrevió con las ‘Bienaventuranzas’ por bulerías, el torero de arte se lanzó al vacío de la pureza, el vacío que más llena. Testigos fueron ayer Rancapino Chico, Vicente Soto Sordera y Paco Cepero. Hasta las cuerdas de su guitarra crujían.

Iba la bien presentada corrida camino de las dos horas y media cuando Aguado bordaba la verónica. Un lujo para los sentidos, que se asustarían luego cuando el juampedro que cerraba la fiesta se lo llevó por delante en unas arrebatadas chicuelinas. A merced del toro anduvo en segundos eternos, con un boquete en la taleguilla de su terno color sangre. Sangre del Cristo de las Tres Caídas. Se levantó Pablo y siguió por el mismo palo, en su homenaje a Chicuelo. Amor propio se llama. Orgullo de luces . Con los tendidos volcados, brindó y se recreó en series fraguadas en Triana. Con prontidud se arrancaba este ‘Vidriero’, de mejores condiciones a estribor que a babor. Y por ese lado, de clase, se centró. Bajo el cielo andaluz, toreaba hasta en los tiempos muertos, con temple crecido. La música no eran solo las notas de Bergamín, sino ese silencio callado entre ellas, esa forma de acercarse y de salir de la cara del toro. Hay que ser muy torero para llenar un escenario de tal manera. Un pinchazo bastó para la concesión de las dos orejas. Si entierra la espada, aquel manicomio que era la plaza le pide el rabo. Una locura.

Manzanares, a portagayola Circuitos Taurinos

En el capítulo anterior se habían vivido fuertes emociones con el ejemplar de mayor transmisión, con su picante y su motor. Con el capote a rastras había saludado Manzanares a este ‘Latoso’, que se arrancó con brío y empujó en el caballo. Se dolió en banderillas el prometedor toro –qué galope–, en el que la cuadrilla puso al público en pie. Se comía las telas con fiereza el castaño, al que la figura alicantina concedió distancia. Y allá que se fue el bravo, pronto y repetidor. Su casta lo pedía todo por abajo. Y Manzanares, muy entregado, lo lució de principio a fin con la mano de la cuchara, buscando el dominio y la templanza. Fácil no era. Más breve anduvo por el izquierdo, por donde se quedaba más corto. Ahora sí tiró de la suerte que enseñorea, la de matar recibiendo, y dejó un estoconazo. Que se cayera unos centímetros no importó para el doble galardón.

A portagayola

Toda la tarde anduvo dispuesto el de Alicante. Desde las ocho y diez para ser exactos. En los rebosantes tendidos no se hablaba entonces de otra cosa que de Morante ... Hasta que José María se plantó frente a la puerta de chiqueros. Ceremonioso todo, hasta esa forma de arrodillarse mientras se llevaba la mano derecha al corazón y rezaba mar adentro. Los ojos, cerrados; el mentón, hundido. Y un silencio de misa de doce, de nervios antes de un ‘sí, quiero’. Y el ‘sí ‘dio al torilero mientras aguardaba con el capote al guapo toro de Juan Pedro en una portagayola fenomenalmente librada. Y otra larga más, casi en el platillo, cosida a verónicas con el gentío a favor. Se vislumbraba un potable son en este ‘Roñoso’, aunque patinaría luego antes de su encuentro en varas. Cuando principiaba la faena, el eco de las voces de fuera llegó al ruedo: los antis, con su cantinela de siempre... Y Manzanares, a lo suyo: a media altura sostuvo al blandito animal, rebrincado por su justeza de fuerzas. Aunque a veces faltó suavidad, con paciencia trazó muletazos con ese empaque tan suyo. Enfrente de toriles se puso otra vez con el obediente tercero, en el que el personal parecía más pendiente del ‘Concierto de Aranjuez’ que de la obra.

Aguado había seguido la estela ‘manzanarista’ y se enfrentó al túnel de los miedos en su renqueante primero. Aun sin reunirse mucho –como en el rajado cuarto–, las gargantas enronquecieron al engarzar un collar de perlas con mimo de artesano y unos naturales de agua en calma. El agua que mojaría luego entre las palmas por bulerías de la Plaza Real.

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