Ortega Cano: «Hasta tres veces me dieron la extremaunción»

Cosido a cornadas, el maestro ha resurgido como un ave Fénix y ahora vive un momento de pletórica paz

Ortega Cano, a bordo de un barco, con el Santuario de Chipiona al fondo Fotos: Paco Martín

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Embiste embravecido el mar que baña la tierra de Chipiona. ¿De qué ganadería serían estas olas? «Aquí caben muchos encastes», sentencia José Ortega Cano (Cartagena, 1953). Por arenas gaditanas navega un torero capaz de mojar el agua, un maestro empapado de esas letras de García Márquez al Lebrijano. Chipiona huele a prosa de hombres de mar, suspira con esa fe azabache a la Virgen de Regla y traza versos mientras suena la voz de «la más grande». Chipiona es Rocío (Jurado) de zapatillas a montera, la que tantas tardes se caló una figura del toreo que hizo historia y que, a sus 65 años, conserva el temple de antaño, la torería de la mano izquierda y el sueño del arte intacto.

—Maestro, si naciera de nuevo, ¿volvería a ser torero?

—No lo sé, creo que sí. Ahora, una vez que ha pasado el tiempo y vivo una vida tranquila, pienso que el que ha toreado es mi doble yo, porque siempre he sido una persona muy miedosa, desde niño. Cuando era pequeño, veía un ratón o una hormiga y salía corriendo. El valor siempre se le presupone a las personas, pero el verdadero valor es la superación del miedo. Ahí es donde uno tiene todo ganado. Hay toreros de una valentía asombrosa, que pisan unos terrenos que hacen que el corazón palpite.

—Usted está tatuado a cornadas. ¿Es cierto que por el boquete de las heridas se va el valor?

—Las heridas en el cuerpo hacen daño. Las cornadas, y yo tengo 32, lo hacen. Superar una cornada como la mía de Zaragoza, donde estuve más en la muerte que en la vida, es digno de elogio. Volver a torear con la misma disposición, o incluso más, tiene mérito. Con el paso del tiempo, las cornadas van dejando huella y el valor se va rebajando.

«Los toreros son dioses que merecen mayor reconocimiento»

—¿Cuántas veces ha muerto y resucitado Ortega Cano?

—Me han dicho en varias ocasiones que soy como el ave fénix, que resurjo de mis cenizas. He sentido tres veces la muerte muy cerca: en las cornadas de Zaragoza y Cartagena de Indias y cuando tuve el accidente de coche.

—¿Se olvida aquello?

—Las cosas nunca se olvidan, vuelven a la cabeza y el daño está ahí, pero uno tira para delante. Ya solo quiero vivir el momento tan bonito que atravieso. Estoy muy contento con mi pareja, Ana María, y tener un hijo a estas alturas, mi José María, ha sido precioso.

Ortega Cano, mar adentro

—¿Coge el niño ya los trastos de torear?

—Lleva una racha que no sé qué va a pasar... Como me ve torear de salón y ayudar a algunos chavales, se está picando. Jugamos a los encierros con un carretón que le regaló Talavante. Cuando le digo que adelante la muleta o que se ponga mejor de una forma u otra, me dice: «Papá, tú no sabes». Le gusta mucho el fútbol y yo le digo que sea médico y futbolista. Tiene seis años y será lo que Dios quiera.

—¿Qué recuerda de sus inicios?

—Me viene a la mente que siendo maletilla nos juntábamos una panda de niños, uno de ellos era el padre de El Juli. Íbamos a las capeas: un día me dejaron solo en la lidia de un novillo en Talamanca del Jarama, me llevaron a hombros por el pueblo y me dieron 200 pesetas de premio. Las tengo en casa enmarcadas en un cuadro: fue el primer dinerito que gané.

De aquellas doscientas pesetas a las quinientas que dio de señal para comprarse hace dos décadas una casa en Costa Ballena, donde ahora veranea con su familia. Una vez finalizado el «crucerito» con su amigo Kiko al timón, su fiel cuñado Aniceto, ahora al volante, ejerce de guía por Chipiona. Pasamos por delante del monumento y la casa a «la abuela Rocío». Suena el teléfono y el amor vuela a través de las ondas, con el «guapo, guapo y guapo» de su hija Gloria hacia el orgulloso padre. «Y abuelo también –apunta–, que tengo una nieta preciosa de mi José Fernando clavadita a su hermana». Atrás queda el Santuario, abarrotado de turistas un 15 de agosto de «No hay billetes» en hoteles y restaurantes.

«Hay tan buenos toreros y toros tan bravos que estamos a punto de que se indulte un toro en Madrid»

—Es un hombre de fe. ¿A quién reza?

—Soy muy de Vírgenes [y besa el rosario de medallas que cuelga sobre su pecho]. A Rocío la rezo mucho, ella tenía una relación especial con las Vírgenes y los Santos. Me acuerdo a diario de ella, era un ser entrañable, una mujer a la que quise mucho y ella a mí. Ahora he tenido la suerte de que Ana María, que no ocupa su puesto, me haya abierto sus puertas y tenemos un hijo que es un regalo. Vivo muy tranquilo y feliz.

—Hace dos años toreó triunfal en San Sebastián de los Reyes. ¿Continúa el gusanillo?

—Ahí me quedé satisfecho, pero el gusanillo nunca se pierde, pues existe ese regusto de torear de salón o en un tentadero. Eso me sirve para tener un estado físico bastante bueno.

Ortega, con pantalón espuma de mar, camisa turquesa, gafas de sol a juego, pulsera española y el sombrero calado, se mantiene en torero. Clava la mirada en el horizonte y profundiza en sus reflexiones. Se alborozan también los sueños, las ilusiones sin tiempo ni edad: un festival de maestros del ayer. «Se llenaría la plaza...» En el recuerdo de la afición, sus gloriosas obras a «Cabecero», «Fusilero», sus cuatro Puertas Grandes en Madrid, el hito de un indulto a «Belador» en la temporada 82 de «Naranjito». «He indultado muchos toros por el mundo, incluso estaba de presidente de los toreros cuando se aprobó el reglamento Corcuera, pero el indulto del toro de Victorino fue histórico».

Ortega Cano, en el monumento a Rocío Jurado en Chipiona

—Dos años después, en 1984, quiso retirarse, pero su madre le animó a seguir. ¿Ortega es figura gracias a Doña Juana?

—Me animó muchísimo. Después de torear en Madrid y de no salir las cosas, cuando le comenté a mi madre que lo dejaba, me dijo que era una pena, que la Fiesta perdía un gran torero. Seguí los pasos que me indicó. Fue muy bonito y valiente por su parte.

—¿Se siente reconocido?

—Sí y no. Me siento reconocido, pero con el tiempo la memoria se va perdiendo. De vez en cuando, hay que detenerse y mirar hacia atrás. Y no lo digo por mí, sino en conjunto. Hay figurones, como Ordóñez, El Viti o Camino, que son reconocidos, pero que deberían serlo aún más, por la afición y por la sociedad en general. Los toreros son dioses que merecen mayor reconocimiento y algunos toreros en particular son mucho más que dioses. Pero la vida va ahora muy rápida, con poco deseo de amar y de valorar las grandes cosas.

—¿Le asusta el paso del tiempo?

—Hay gente que trata a la tercera edad como si fuese un estorbo. Tengo 65 años y me gustaría tener la suerte de que Dios me dejara verme bien con 80 años. De ahí para delante, que sea lo que Él quiera. Para ser un trasto, mejor partir de viaje... Yo me he educado en otros valores, los de mis abuelos y mis padres, gentes humildes y trabajadoras. Ahora la juventud piensa más en sí misma. De todos modos, yo no puedo quejarme: tengo una familia estupenda.

El torero reza su rosario de medallas

—¿Qué lección le ha dado el toro?

—El toro me ha enseñado a valorar la vida, me ha abierto muchas puertas. He conocido a artistas e intelectuales, a gente muy metida en la fe, cosa que me ha ayudado mucho.

—¿Alguna vez sintió ganas de volver al hotel cuando aparecía el de negro?

—Depende del toro... Pero en alguna ocasión me hubiese ido de la plaza. En más de 2.500 tardes ha habido variedad: todos tenemos fracasos y triunfos.

—En el retiro, ¿se duermen los miedos?

—El miedo siempre está ahí, igual que el valor, despiertos en cualquier momento.

«He sentido tres veces la muerte muy cerca: en las cornadas de Zaragoza y Cartagena y en el accidente de coche»

—¿Nostalgia?

—Siento satisfacción de haber salido adelante, de triunfar y poderlo contar pese a todas las cornadas que tengo.

Muy castigado por los toros, su cuerpo es un mapa de cicatrices, las del alma y las de la piel. «Hasta tres veces me dieron la extremaunción. Y en las tres resurgí», cuenta mientras contempla sus medallas.

—¿Son héroes los toreros?

—Claro que sí. Me encanta esa palabra. Hay muchas personas que son héroes sin ser toreros, pero en el escalafón de héroes encaja muy bien el torero.

—¿En qué ha cambiado el toro?

—Ahora es más grande que nunca, con más cara y pitones. En cuanto a comportamiento, se ha mejorado mucho la raza.

—¿Qué fue de «Yerbabuena»?

—Tuve una oportunidad bastante buena y la vendí.

—¿Es más complicado ser ganadero o torero?

—Ambas cosas, pero ser ganadero es muy difícil.

—¿Los toros embisten más a izquierdas o a derechas?

—Siempre me he sentido más torero y me he defendido mejor con la mano izquierda. Con la política no me defino: el que lo haga bien.

—En la política actual se echa de menos el temple. Defínalo.

—Es reducir la embestida del toro. Mi gran meta era acomodarme a esa forma de sentir el toreo, que es despacio. Torear lento y bonito. Respecto a la política, no es mi terreno, pero espero que se pongan pronto de acuerdo y tengamos Gobierno.

—¿Se torea hoy mejor que nunca?

—Yo no diría que hoy se torea mejor que antes. Hoy se arriman mucho y se torea muy despacio, pero en todas las épocas ha habido toreros grandiosos. Una cosa sí digo: hay tan buenos toreros y toros tan bravos que estamos a punto de que se indulte uno en Madrid.

—¿Más de arte o de valor?

—Lo podemos mezclar: hay que tener valor para tener arte y para tener valor también hay que echarle arte.

«Antes el que era empresario era empresario; el que era ganadero, ganadero; el que era apoderado, apoderado, y el que era periodista, periodista»

—Muchos aseguran que jamás ha sido tan difícil ser torero como hoy.

—Difícil es siempre. En mi época había muchos matadores figuras, pero también más corridas y más oportunidades para los novilleros. Antes se toreaba en los pueblos para ir a Madrid y ahora se torea en Madrid para ir a los pueblos.

—¿Existía tal intercambio de «cromos» y tanto pluriempleado?

—No, no. Antes el que era empresario era empresario; el que era ganadero, ganadero; el que era apoderado, apoderado, y el que era periodista, periodista. Y así debería ser. Yo ayudo a Paulita, que tiene unas condiciones extraordinarias pero torea muy poco. Todo llegará.

—De los jóvenes que acaban de irrumpir, ¿quiénes le ilusionan?

—Hay muchos: Aguado, Ureña, Emilio de Justo, David de Miranda, Román... La Fiesta necesita un revulsivo de gente nueva junto a las figuras consagradas, como El Juli, Morante, Manzanares, Ponce, Talavante...

–¿Y el fenómeno Roca Rey?

—Ese ha venido a mandar y lo está haciendo.

«Ahora que vivo una vida tranquila pienso que el que ha toreado es mi doble yo»

—¿La tauromaquia es cultura?

—Por supuesto que lo es. El toreo es una manifestación artística arraigada en los pueblos de España. Póngalo en mayúsculas: yo me siento muy orgulloso de ser TORERO y ESPAÑOL.

—¿Torero o matador de toros?

—Me gusta torero, aunque el final del toro sea morir.

—¿Y cuando un antitaurino le llama asesino?

—En Benidorm me lo gritó uno. Ni lo soy yo, ni ningún torero es un asesino. Los toreros somos los más animalistas, amamos a los toros. Y la sangre de los toreros merece un respeto.

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