Iván Fandiño: el honor de morir con las botas puestas

Se cumple un año de la cornada mortal al último gran héroe de los ruedos

Iván Fandiño, en una fotografía publicada en "Mañana seré libre" IFM

Rosario Pérez

"Hay gente que aún no sonríe". No lo dice quien esto firma; lo escribe Irene, una adolescente que desde la cuna vio a Iván Fandiño forjar su carrera en la Alcarria, la tierra del hombre que creyó en él y en cuya casa vivió como un hijo y un hermano más. La casa de los García. Irene, heredera de la sensibilidad de su abuelo con la pluma, se pregunta hoy cuándo volverá a reír su tío, Néstor, la otra mitad de Iván. Su sonrisa se apagó el 17 de junio de hace 365 lunas. Como se ensombreció la de sus padres, Paco y Charo; la de su hermana, Itziar, y la de su viuda, Cayetana. Y la de todos los que conocieron al hombre y al torero, al torero y al hombre.

Fandiño, como Sabina, no tenía hombres orquesta alquilados; sus "músicos" más fieles lo fueron de principio a fin, tocase en un pueblo sin tranvía o en el mayor escenario del toro: Madrid, su plaza , la que este San Isidro le recordó en ese bonito y nostálgico cartel pintado por Diego Ramos, el Madrid que lo ha inmortalizado con un azulejo, aunque lo verdaderamente inmortal fue la pureza que entregó a la Catedral en tantas y tantas obras.

Una muerte de leyenda

En esas Ventas donde justo hace un año se celebraba el llamado cartel de la Cultura, nos sobrecogió la noticia que nadie hubiese querido conocer ni dar. El portal "Mundotoro" lo anunciaba en primera plana: "Un toro mata a Iván Fandiño en Aire Sur L'Adour" . Ahora que los recuerdos se agolpan, observo la sala de prensa venteña donde los compañeros recibimos aquel mazazo. En medio de esos recuerdos desordenados, sé que hablé con José Miguel Arruego, que lanzó la "última hora" más dura de su vida, y que subí las escaleras de la bocana del 2 para llamar al apoderado del torero que tantas tardes escribió páginas de épica y que aquel 17J subió a los cielos de la heroicidad . Hay lágrimas que no se olvidan, llantos que cosechan un rictus de amargura en el rostro, un dolor que atraviesa como una puñalada. Todo eso se sentía al otro lado del teléfono sin prácticamente cruzar palabra.

Iván Fandiño había nacido para morir, pero no como el común de los mortales, sino para tener una muerte de leyenda. Y lo hizo con las botas puestas. "¡Qué honor, general!" Como el de ese Custer que tantos días vio antes del paseíllo, con ese valor de "cuchillo entre los dientes" que enseñaba a los adversarios. Fandiño, una figura con historia y que ha hecho historia , sabía que tenía un encuentro con ella: "Tengo una cita con la historia, y si he de morir, lo haré libre", había asegurado años antes.

La epopeya y la gloria tenían un precio. Y el León de Orduña habita ya en ese mar de libertad de los elegidos , el de los héroes. El eco de su rugido es eterno e inmortal.

Coda de un mito . "Aitas, Caye, apoderado, sonreíd, por Mara, por Álvaro y por mí. Mi alma está tranquila".

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