El gran libro para amar el toro bravo, «el orgulloso animal que ataca siempre»

Hoy, Día del Libro, es un buen momento para rescatar esta fabulosa joya de Don Álvaro Domecq

Ganado de lidia

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Voces en la dehesa. Un fuego de mugidos retumba. Es el lenguaje del toro bravo. Ese trío de sonidos que evocaba don Álvaro Domecq: el pitido que avisa del peligro, el reburdeo estremecedor de la pelea y el berreo, ese que anuncia la cobardía o, para orgullo del ganadero, la casta honda...

Todo ello en la palabra preciosa y precisa de don Álvaro Domecq y Díez en «El toro bravo», una de las grandes joyas de la literatura taurina, un «Quijote» imprescindible en este Día del Libro en la biblioteca de todo aficionado. En esta obra editada por Espasa, don Álvaro desvela, capítulo a capítulo, los misterios de la bravura. Y es en el apartado número 32 donde se detiene en la difícil definición del toro bravo.

¿Qué es la bravura? Esa eterna pregunta tiene respuesta en la voz del creador de un encaste propio como Torrestrella. «Un toro bravo -escribe el inolvidable caballero- es un hermoso y orgulloso animal que ataca siempre, sin el menor resquicio de miedo». Y destaca su pelea heroica para catalogarlo como « un gladiador que hemos preparado y fortalecido en la soledad, cuatro años largos, para la lucha de solo diez minutos». Porque, según este alquimista de la bravura, un toro debe entregarse al combate «sin vacilación» y «no cansarse y embestir aún cuando sienta la espada atravesándole». Y se refiere a esa « misteriosa cólera que poseen solo los toros bravos de morir embistiendo».

La muerte gloriosa

Suya es una conocida frase de bravas notas: «He visto coronar con música la muerte gloriosa de un toro de raza y he sentido un coro de aplausos inaudibles e invisibles que corrían por mi sangre».

¿Condiciones del toro bravo? «Arranca pronto, embiste por derecho, siempre para adelante, galopando, no andando ni trotando. Va siempre más allá de la cornada , tranquilo, reposado, seguro de su fuerza, de su poder, sin temores, sin bronquedad falsa, sin temor al ataque por la espalda. No debe sentir, además, el más insignificante gesto de dolor».

Quien fuera amigo íntimo de Manolete resaltaba que «el ganadero ha de hacer hincapié en una bravura con fuerza , que transmita y tenga movilidad, tres cualidades que hay que fijar y buscar con empeño». E hilaba aquellas condiciones con el asunto de la báscula: «Y conseguirlas con el peso que se exige, ahora, y pese a la muralla del caballo con que se pica». Advertía de que el animal «que se destruye en el primer tercio deja de ser bravo en los dos tercios que le siguen, y es porque la bravura tiene muchas veces un límite que la fuerza señala». En su opinión, el ganadero debe dar una «atención especialísima a la fuerza ». ¿Cómo? Sustentada en estos dos pilares: «La salud de la totalidad de su ganadería, madres e hijos, desde su nacimiento, y a través de la casta, el carácter y el nervio que es el que hay que manejar en el arte puro de un bien seleccionar ». Igualmente, hacía distinción entre la buena y la mala casta : «Separarla siempre es difícil». Ahí entrarían en juego los distintos tipos de movilidad: con o sin fijeza, con o sin entrega, con o sin profundidad...

Hondos son los caminos que conducen al toro bravo, «con su raza enhiesta, hasta tal punto que a veces vemos algunos a los que se les podría hacer un poema». Frase a frase, verso a verso, don Álvaro Domecq desentraña los indescifrables misterios del animal más bello del mundo.

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