Enésima lección de Enrique Ponce en la Feria del Pilar

Corta una oreja (que debieron ser tres), igual que Perera, en una seria corrida

Enrique Ponce, en la Misericordia Fabián Simón

Andrés Amorós

Día grande de la Fiesta de Zaragoza, de España y de Hispanoamérica. Sólo la unión de estupidez y sectarismo puede disminuir su importancia. Sigue vivísima la devoción a la Virgen del Pilar. Y, en la Plaza, el Himno Nacional levanta un clamor.

Los toros de Puerto de San Lorenzo, serios, dan juego desigual: destacan primero y sexto. Penúltima corrida de Ponce, esta temporada. Es un caso único: conserva la ilusión de un jovencillo que tuviera que ganarse los contratos. En el primero, encastado, manda, muy relajado; aguanta coladas, con valor; concluye con un cambio de mano eterno y preciosos ayudados. Lo cuadra andando, como hacía Ordóñez; se vuelca en la estocada… y el presidente no le da la oreja. ¡Un absurdo más! El cuarto es un manso rajado que huye descaradamente, por el que nadie da un duro. Sorprendentemente, Ponce, dejándole la muleta en la cara, lo imanta, traza clásicos naturales y, al final, en tablas, dibuja tres poncinas, para mostrar su absoluto dominio. La Plaza es un manicomio. En chiqueros, deja un espadazo. ¿Se atreverá el presidente a negarle la oreja? No se atreve, pero sí la segunda, y la casta brava aragonesa lo abronca con fuerza. Ponce ha debido salir, esta tarde, con tres orejas. Da igual: ahí queda su lección, una más.

Después de su gran triunfo, en Madrid, llega Diego Urdiales con la moral a tope. Ha triunfado sin salirse del clasicismo. Arropado por muchos paisanos, traza algunos buenos muletazos en el segundo, pero el toro se apaga y la faena es desigual. Mata a la segunda. El quinto cabecea, protesta; sin gran maldad, es deslucido. Diego lo intenta pero no logra resolver las dificultades.

Perera no tuvo fortuna, en su primera tarde: ha de compensarlo. El tercero flaquea mucho, la gente se encrespa; dándole distancia, le saca algunos muletazos, con mediano eco. Necesita más toro. Prolonga y no mata bien. El último le permite –¡por fin!– desplegar su tauromaquia. Saludan Ambel, con los palos, y Curro Javier, por la lidia. Perera se clava en la arena, muy firme, y se enrosca al toro, que se come la muleta y humilla. Mata defectuoso pero corta una oreja.

Mi amigo jotero me pasa la letra de una jota: «Aquél que no se emociona/ viendo torear a Ponce,/ o no le gustan los toros/ o la lidia no conoce./ Desde Valencia ha traído/ hasta la cuna de Goya/ el color y la armonía/ de los cuadros de Sorolla».

Enésima lección de Ponce. Su cabeza, su mando, me recuerda el título de Vivaldi: «El cimiento de la armonía».

Postdata. Desde Barcelona, me envía fotos de la manifestación de esta mañana Ana, una buena aficionada. No podemos olvidar ni abandonar a los miles de catalanes que quieren seguir siendo españoles.

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