San Isidro

Pablo Aguado, herido, proyecto ilusionante de gran torero

Vuelve a deleitar en Las Ventas con su fino estilo pero sufre una cornada grave que le impide matar a su segundo toro

Pablo Aguado, cogido al entrar a matar al tercero de la tarde Paloma Aguilar

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En el último festejo de la Feria, Pablo Aguado da muestras de su gran calidad pero es herido, al entrar a matar. Santiago Domecq, que ya triunfó en Sevilla, lidia una excelente corrida, con casta, nobleza y movilidad; destaca el último, uno de los grandes toros de la Feria.

Acertó Simón Casas al programar que cerrara la Feria la revelación que, ahora mismo, más esperanzas despierta, Pablo Aguado. El cartel, en su conjunto, me parece menos elogiable. La técnica del contrapunto, desde Juan Sebastián Bach hasta Aldous Huxley , tiene sus límites. ¿Qué tiene que ver el toreo de este joven sevillano con el de sus dos compañeros de esta tarde? No alcanzo a verlo. En vez de armonía, corremos el riesgo de ver dos corridas, en una.

Se anuncia ésta como la corrida «de la Prensa». Más allá de lo simbólico, no consigo percibir en qué se concreta eso. En todo caso, en el callejón, esta tarde, no veo -como otras veces- a políticos que quieren lavar su imagen con un «brindis al sol», en vez de promover que sus compañeros de partido respeten la Tauromaquia. Me refiero, por supuesto, al PSOE y a su actuación en Barcelona, en Valladolid, en Oviedo, en Palma de Mallorca… ¿Hace falta dar nombres y datos? No es difícil. No veo, esta tarde, a políticos sino a directores y compañeros de medios de comunicación. Habrán comprobado -espero- la vitalidad de esta Fiesta

Como es lógico, El Fa ndi sigue siendo El Fandi : profesional, atlético, espectacular en banderillas, más atento a la cantidad que a la calidad. En el primero, cuando todavía está muy suelto, recurre a las chicuelinas y, naturalmente, el toro se va. Quita López Simón con el capote a la espalda, sin estar el toro fijo, y casi lo coge; lo mismo le pasa al Fandi cuando insiste en las chicuelinas. En las banderillas, luce su facilidad y sus facultades pero clava con salto, fuera de cacho. Cuando va a brindar, el bravo toro se arranca y lo recorta, a cuerpo limpio. Galopa el toro con alegría: lo cita de rodillas, en el centro del ruedo, y logra vibrantes circulares. Luego, el trasteo decae. Mata con decisión. En el cuarto, un precioso sardo (de tres colores, como la capa de un estudiante, decía el «Diccionario cómico-taurino»), vuelve a banderillear con facultades y concluye con el aplaudido par al violín. La «afanosa porfía» -como decía Borges - no encuentra eco. Mata bien. El sexto, «Zahareño», no es intratable, como dice su nombre, sino todo lo contrario: un bravo toro, que derriba espectacularmente, antes de recibir un gran puyazo de Manuel Bernal. El Fandi se luce con el capote, en un par por dentro y jugueteando con el toro, a cuerpo limpio. Después de la desilusión de no ver más a Aguado, la gente ha reaccionado a favor de David, que se entrega, de rodillas y de pie. Mata a la tercera y le despiden con una fuerte ovación.

López Simón sigue cosechando triunfos por su entrega y su quietud vertical pero no llego a ver la deseable evolución estética. Ya de salida recurre a las chicuelinas, en el segundo, un bonito salpicado caribello -según la ficha-, que tiene gran movilidad. Como hace el poste, en vez de sujetarlo, el toro se va muy lejos. Cuando lo fija, liga muletazos vibrantes porque el toro repite, incansable. Un desarme baja la emoción. El trasteo se queda en voluntarioso y desigual. Un metisaca bajo precede a la estocada. Al quinto lo pican mucho y mal. Carretero hace un oportunísimo quite a un banderillero. López Simón se queda quieto pero los enganchones deslucen la faena y tampoco mata bien.

Una tarde, en la Feria de Abril, bastó a Pablo Aguado para revolucionar el panorama taurino: así es, a veces, esta Fiesta. No hablo sólo de cortar cuatro orejas y abrir la Puerta del Príncipe, me refiero a algo mucho más importante, demostrar la vigencia absoluta de un toreo clásico, que muchos habían olvidado: el buen gusto, la naturalidad, la armonía; en el repertorio, la verónica y el pase natural, como columnas básicas, sin «inas»; el sentido de la medida, para no prolongar inútilmente faenas que sólo logran impacientar y aburrir al personal. Es decir, lo que siempre ha sido el arte del toreo. Cuando se presencia eso, se advierte claramente la diferencia con tantas moderneces. En su primera actuación en San Isidro, toreó de maravilla y mató fatal. ¿Será capaz de mantener ese nivel artístico? ¿Mejorará con la espada? El público tiene muchas ganas de comprobarlo. Recibe al tercero con verónicas, no perfectas pero sí de buen estilo. Las chicuelinas y, sobre todo, la media sí tienen la airosa gracia sevillana de este lance. En la primera tanda, le engancha un poco pero se queda en el sitio y liga con naturalidad y suavidad. La finura de su estilo encanta al público. Ya con la espada en la mano, dibuja naturales de frente, puro estilo de Manolo Vázquez. Entrando a matar desde muy lejos, da tiempo a que el toro levante la cabeza y le hiere. A la segunda, de más cerca, sí logra la estocada. El toro se amorcilla, la inexperiencia se nota al descabellar y suenan dos avisos pero queda el recuerdo de algunos hermosos momentos. Aunque no ha hecho ningún gesto, lleva una cornada en el muslo derecho, con dos trayectorias, de pronóstico grave, que le impide matar al último toro. ¿Podrá torear en Granada el jueves? No lo sé. Se advierte en algunos detalles que ha toreado poco pero eso mismo añade una sensación de frescura y autenticidad atractivas. Y sobre todo, posee un gran estilo: claro, puro, natural. Sin desmesurar los elogios, me parece evidente que estamos ante un proyecto de gran torero; de él, de los que le llevan y de la fortuna -que también juega, en esto- dependerá que cuaje. Por el momento, ilusiona a los aficionados. Además, el ejemplo de ver cómo el público agradece su estilo puede ser muy beneficioso para la orientación de la Fiesta, haciendo que vuelva a los cauces clásicos, los que nunca pasan de moda.

Concluye así una Feria de San Isidro realmente me morable. Basta con recordar un solo dato: han abierto la Puerta Grande nade menos que cinco matadores, Perera, Roca Rey, David de Miranda, Ferrera y Ureña (y tres rejoneadores). No domino la estadística como para saber cuánto tiempo hacía que no vivíamos tantas emociones. En treinta y cuatro festejos, por supuesto, tampoco han faltado tardes de sopor pero el recuerdo limpia lo gris y se queda con lo brillante. A partir de este lunes, habrá que recordar la famosa frase de Rafael el Gallo: «Los ingleses, que no tienen corridas de toros, ¿qué es lo que hacen, los domingos por la tarde?» Al té y al cricket habría que añadir, ahora, el Brexit… No nos da mucha envidia, salvo que analicemos el panorama que nos están ofreciendo nuestros partidos políticos.

En todo caso, la Fiesta no se acaba con San Isidro. Se preguntaba Federico García Lorca «qué sería de la primavera española, de nuestra sangre y de nuestra lengua, si dejaran de sonar los clarines dramáticos de la corrida». Eso es lo que algunos pretenden, ahora mismo. Lo proclamó, en verso, Rafael Alberti: «El negro toro de España, / libre, al sol del redondel. / Que nadie puede doblarlo, / que nadie puede matarlo, / porque toda España es él» . Este verano, van a sonar los clarines en muchas Ferias españolas: a algunas de ellas acudiremos, para contárselo luego a ustedes, en estas páginas de ABC.

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