Crítica de teatro

La llama y el cortafuegos

Esta propuesta, en definitiva frágil y pespuntada, esconde una desmedida ambición

Un momento de ‘Las que arden’ Miguel Jiménez

Alfonso Crespo

‘Las que arden’ , obra autoconsciente, feliz y sonámbula plantea, quizás, si es posible (o suficiente) hacer teatro para poner en escena un estado de ánimo particular. Así, este asumido ‘patch-work’ que mezcla lo alto y lo bajo, la fría estilización onírica con el naturalismo sentimental , el ‘sketch gracioso e incluso la broma privada con el alegato místico y pseudo-político; esta propuesta, en definitiva frágil y pespuntada, esconde una desmedida ambición, que pasa por creer que ante el desgarro y la desgracia la mayoría de las personas reacciona de manera parecida, y por eso el teatro —aquí, de nuevo, doble del mundo— puede hacer las veces de analgésico general, incluso de viático hacia una atalaya desde donde avistar un nuevo comienzo.

Se trastea aquí, evidentemente, desde un clima naíf pero muy calculado, que de tanto pretender arrostrar al espectador termina por escamotearlo. Este ‘Decamerón’ post-pandémico, que parece arrancar con una voluntad denunciadora de un lenguaje tópico e insuficiente —sólo sirve, aún, para jugar, para repetir y balbucear el malentendido—, para luego, sin solución de continuidad, pasar a albergar parlamentos emocionantes y encendidos desde los que involucrar a la audiencia, se apoya una argumentación demasiado fofa para que la llama prenda.

Que, por ejemplo, esta ‘generación’ (pues así se explicita en los discursos) eche mano de cumbres de la cursilería como «Un hombre y una mujer» de Lelouch para traducir un ideal de belleza y apaciguamiento no deja de ser asombroso —y hasta pavoroso—, pero lo que en realidad, más allá de gustos, filias y fobias, estas voces indican es esa insalvable distancia entre la escena y la butaca que toda obra de teatro está obligada a trabajar. Es decir, no basta con ‘desear arder y que los demás lo hagan con nosotros, si no se ve al ‘otro’ ; lo que, como demostrara Chaplin en ‘Luces de la ciudad ’ , supone mucho más que mirarlo, más bien revelarlo, asumirlo, para que el calor lo rodee.

‘Las que arden’, espectáculo por otro lado exigente, de destellos profundos y coreografías pregnantes y arriesgadas, se asemeja a esa fiesta a la que uno no ha sido formalmente invitado , una feliz autarquía que, en el mejor de los casos, uno siente curiosidad por espiar.

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