El médico de la tristeza

Podrían hacer un Shakespeare, pero han elegido lo difícil: hacer clown, rendir homenaje al oficio de payaso, ese que al final nos deja con una cierta melancolía, «porque somos el médico de la tristeza», dicen.

Rhum no está, no aparece, pero a la compañía la llaman para.. «¡hacer un bolo en Sevilla!», y falta el augusto. ¿Cómo van a estar las caras blancas sin el augusto?. Hay que inventarse un «Rhum», y así empieza la obra.

Esta hora y media tiene de todo. Música, canciones, gags, palabrotas bien puestas, insinuantes bromas de doble sentido, vibrantes diálogos rapidísimos, escenas cómicas, otras melancólicas. Señor Arqueti, Martínez, Giuliani, Paganini y Tonino, no paran. Lo mismo se convierten en camareros, que en mejicanos, o se ponen unos bañadores rosas para hacer un número de «natación sincronizada», o una diana y un globo al que quieren disparar.

«No te enrrolles charlesboyer», «la cagaste burtlancaster», y todo metido en los diálogos con la rapidez del método del clown. Juegan con el público: hacen un concierto de palmas dirigido con el sonido de un pito, y tiran al respetable unos cubos de confeti, no de agua. Aunque si, agua hubo: por el «toro» que sale al escenario y que se pone a bailar y a hacer pipí hacia el público que ya esta desternillado de risa. Se burlan de todo, «somos catalanes, pero no pedimos perdón por eso», e inevitablemente, «ha llegado la hora de la voluntaria», y sacan a una chica, «Miliquituli», con la que organizan «una cita de amor», que se pueden imaginar...

La música se hace con cualquier cosa, con un serrucho, botellas, bocinas, tazas, globos..., porque ellos son así, una especie de genios de la imaginación que se metieron al público en el bolsillo, público que por cierto los rodeaba. Y tras toda esta alegría, el secreto de la melancolía, el homenaje a un payaso, Enrico Jacinto Sprocani. Murió sólo.