Balance 2023

El FIT del olvido y para el olvido

Con casi 40 años de historia, el FIT de Cádiz ha ido perdiendo su identidad en estos últimos años.

Miguel Oyarzun e Isla Aguilar

Germán Corona

Cádiz

Desde que en 2020 arribaran a Cádiz con el espaldarazo del ex subdirector general de Teatro del INAEM, Fernando Cerón, y luego aupados por la anterior administración municipal de «Kichi» y compañía, el FIT en manos de Miguel Oyarzun e Isla Aguilar fue convirtiéndose desde un primer momento en un cotarro de conocidos y amiguetes que terminaban vinculados de una manera u otra a las actividades o la programación. Basten como muestra la presencia constante del activista Marcelo Expósito y, este año, la del asesor del FIT Gonçalo Amorim, quien dirigió la infumable «G.O.L.P.E.»

Quedó constancia también desde un primer momento que el tándem se adentraba en un ámbito completamente desconocido para ellos: la escena iberoamericana. La directora y su entonces compañero olvidaron hacer una labor revisionista del festival y su devenir y lo contaminaron con un sesgo político, europeísta y aburguesado que es abiertamente contrario al espíritu de verdadero compromiso ético y social que caracteriza al teatro latinoamericano.

La presente edición quedará marcada por la ausencia de inauguración y cierre a raíz de la suspensión de las propuestas de la uruguaya Tamara Cubas. Se adujeron cuestiones técnicas y climatológicas que no terminaron de ser convincentes.

Una vez más, hemos asistido a una avalancha de montajes aparentemente rompedores y renovadores pero que casi todos ellos representan un claro retroceso de la escena por la extendida moda de experimentos unipersonales, narrativos, didácticos o de entelequias superfluas clasificados como conferencias, performances o autoficciones que empobrecen y mancillan sobremanera al Teatro como disciplina artística. Y lo que es peor, se ha dado voz en numerosas ocasiones a temáticas tan próximas a lo autobiográfico que resultan intrascendentes y, en la mayoría de los casos, en espectáculos de poca solvencia artística, técnica y estética. No ha habido edición en la que esa actitud «maternalista» de querer que veamos el lado débil de la sociedad no haya terminado por tratar a los espectadores como tontos.

Esta limitada visión de la directora, por lógica, merma también la visión del público generando una confusión de lo que es teatral y lo que no. Parte del problema es la ignorancia. No saber no es un problema, lo que sí lo es -aunque estemos en un trabajo que nos queda grande- es no haber querido cambiar de rumbo durante estos cuatro años. Esa falta de pluralidad y flexibilidad de Aguilar queda de sobra rubricada en la escasa participación de nacionalidades americanas en estos años: España ha participado en casi 40 propuestas, mientras que Argentina en unas 15. Portugal ha estado presente con 10 obras; Chile, Uruguay y Brasil con menos de una decena de producciones; México no ha llegado a estar ni en 5 ocasiones, y a partir de ahí, Perú, El Salvador, Cuba, Colombia, Bolivia y Guatemala han tenido una presencia insignificante, mientras que otros como Ecuador ni siquiera eso. Sin embargo, consiguieron recalar en Cádiz producciones alemanas, belgas, francesas e inglesas.

Es cuestionable también si la fuerte presencia de Argentina refleja la realidad de ese país con producciones tan desastrosas como «No hay banda» o la aburrida, insulsa y estúpida broma clownesca de «Hielo negro».

Con una radiografía de este tipo no queda más que preguntarnos dónde están esas miradas diversas en el FIT y que sí forman parte de la vida cultural de los países al otro lado del Atlántico. Tal vez los mercados del primer mundo a donde se acerca Aguilar a seleccionar las producciones que nos ofrece no tienen nada que ver con el cromatismo y colorido inherentes a las culturas americanas. ¿Es esto lo mejor o más contemporáneo que se está creando en Latinoamérica? Es triste que teniendo en sus manos la posibilidad de abrir visiones, el FIT termine convirtiéndose en una sucursal de otros festivales.

Su propia imagen en las calles también se ha alejado del público gaditano con esa predilección por carteles miniaturistas y poco llamativos que no terminan de avisar a la ciudad de que el festival ya está aquí.

Hacía falta no echar en el olvido lo que ha sido el FIT para Cádiz y el mundo teatral iberoamericano para no convertirlo edición tras edición en un evento que queremos olvidar.

Sería buen momento para pedir responsabilidades a aquellas personas que implantaron este «modelo» y que ya no están en sus puestos y dejaron en manos de la pareja un festival que hoy es un juguete roto. Isla Aguilar, ya aislada, ha pretendido arrastrarnos a su constreñida perspectiva (si la hay) de lo escénico. Es obvio que lo que ha habido detrás es puro desconocimiento y falta de interés por nutrirse de Iberoamérica pero también de lo que una ciudad como Cádiz puede ofrecer.

Lástima que las constantes críticas del público asistente (profesional o no, autóctono o no) no hayan tenido eco ni en la dirección artística ni en los políticos al mando en su momento. Bastaba escuchar las opiniones vertidas tras cada función para entender que este no era el camino. Ceguera, sordera, falta de conocimiento y connivencia política: cóctel demoledor.

Creo que ya hemos visto todo lo mal que pueden hacerse las cosas.

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