Rafael Álvarez «El brujo» se mete en la piel de un yogui

El actor estrena «Autobiografía de un yogui», basada en el célebre libro del gurú Paramahansa Yogananda

El Brujo, en una escena del espectáculo Ernesto Agudo
Julio Bravo

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En su nuevo espectáculo Rafael Álvarez El Brujo ha vuelto sus ojos hacia oriente; más concretamente hacia Paramahansa Yogananda , uno de los grandes referentes místicos de la India. «¡Era un hombre grande! -dice el actor-; un gran maestro, ¡mi maestro!». « Autobiografía de un yogui » es el título del espectáculo, y también del libro en el que se ha basado. «Es un libro fascinante que ha sido traducido a cuarenta y ocho idiomas, algo que solo está al alcance de las obras maestras: es al tiempo un libro de espiritualidad, de aventuras, poético, científico, que tiene un efecto transformador sobre las vidas de los seres humanos. Steve Jobs era un gran seguidor de este libro y de las enseñanzas de Yogananda; de hecho, en su funeral, los asistentes -desde Bono a Bill Clinton- recibieron un ejemplar de la autobiografía». El Brujo estrena la obra en el teatro Cofidis-Alcázar , donde estará hasta el 12 de noviembre, para a continuación emprender una gira por distintas ciudades de España.

¿Lleva mucho tiempo detrás de llevar a escena la «Autobiografía de un yogui»?

No mucho en realidad. Yo leí esta obra por primera vez cuando tenía 35 años, en 1985 -y con esto ya le he dicho mi edad-. Me fascinó, me gustó mucho, y desde entonces es uno de mis libros de cabecera, de consulta, de lectura y relectura. Pero la concebí como gran monólogo solo hace tres o cuatro años, cuando empecé a meditar con las técnicas de Yogananda, y cuando ya había hecho las obras sobre San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, sobre San Francisco de Asís y sobre el Evangelio según San Juan. Pensé que después de hacer un recorrido a través de la mística occidental, tocaba un trabajo sobre la mística oriental, que es el raja-yoga, la meditación.

¿Qué ha sido lo más complicado a la hora de llevar este libro al teatro?

Lo más difícil ha sido transformar los capítulos que no son narrativos. Junto al relato autobiográfico -el libro tiene 700 páginas-, hay capítulos que no son relativos a la vida. Por ejemplo, un capítulo titulado «La ley de los milagros», donde él explica cómo se producen los llamados milagros o fenómenos sobrenaturales; lo hace desde una perspectiva no exactamente científica, pero lo explica: habla de una ley que se pone en marcha, y que anula a otras leyes, es un poco lo que ahora se explica a través de la física cuántica... Ciertas paradojas y ciertas cosas que ocurren en otras dimensiones... Bueno, ese capítulo no es autobiográfico, es casi un ensayo, y tiene algunos otros iguales. Tomar todo ese material y hacer un relato de una hora y media o dos horas ha sido una labor ardua, pero me las he ingeniado para hacer una contracción, coger lo que a mí me interesaba y exponerlo de forma teatral, con la habilidad y con la experiencia de haber hecho antes otros monólogos.

El libro tiene una parte de relato, pero el poso fundamental, imagino, quiere ser cambiar a la gente o darle instrumentos para que cambie su vida.

Sí, es un libro maravilloso como relato, es un libro de lectura bonita y fácil. Pero es un libro que tiene una magia soterrada, un poder oculto, como las grandes obras de los grandes hombres. Tiene ese efecto magnético sobre el lector -un lector receptivo, naturalmente-. Y ese efecto es de mensaje profundo. De hecho hay una dedicatoria en el libro, una frase: «si no viereis signos y maravillas, no creeréis».

¿Y espera que ese mensaje llegue al público, o se conforma con que lo reciba un solo espectador?

Sí, sí, evidentemente. Lo he pensado muchas veces. El espectáculo, como el libro, tiene varias capas. Y también tengo que pensar en los espectadores que no reciban ese mensaje profundo de Yogananda. Tienen la oportunidad de pasar un buen rato, reírse y al tiempo conocer la vida de un gran hombre, como si fuera una obra sobre Gandhi, sobre los Kennedy o, qué sé yo, sobre cualquier gran personaje, un escritor, Einstein, Picasso... El espectáculo presenta y cuenta la vida de un hombre notorio, en este caso por su enseñanza del yoga como filosofía de la vida y como práctica técnica de la meditación y de los ejercicios de yoga. Yogananda tiene, aparte de su autobiografia, una enorme obra escrita. Tiene cuarenta obras más: unos comentarios a los textos cristianos evangélicos, «La segunda venida de Cristo», en tres tomos; tiene unos comentarios titulados «Dios habla con Arjuna», que son una glosa del estudio sobre el Bhagavad Guita, del Majabhárata... Y así libros y libros, charlas, conferencias... Mucho material. Estamos hablando de alguien que dejó un legado inmenso y una vida muy singular. Allí en Los Ángeles, donde se estableció y vivió durante muchos años, no hay quien le conozca; murió en 1952 en el hotel Bitmore de aquella ciudad, en una cena invitado por el embajador de la India en Estados Unidos. Estaba en el foco de la clase intelectual de la época y del mundo del cine, que estaba en desarrollo cuando él se trasladó allí.

¿La espiritualidad con comedia entra?

Sí, sí, sí... Pero esta función entra en un género de comedia donde los ingredientes están mezclados, como lo están también en algunas obras de Shakespeare. Tiene las tragedias, las comedias, los dramas, los dramas históricos... Pero son los eruditos, los estudiosos, quienes han clasificado estas obras; realmente en las tragedias hay momentos de humor, y en las comedias hay profundidad... Está todo mezclado.

Adolfo Marsillach decía que no era tan ingenuo como para pensar que el teatro podría cambiar a la sociedad, pero sí que estaba seguro de que podia ayudar a despertarla. ¿Esa es también su máxima?

Siempre que me preguntan eso pienso en una frase de Jorge Semprún, un escritor maravilloso, que fue ministro de Cultura; un hombre comprometido políticamente y un luchador que estuvo en los campos de concentración por sus ideas comunistas; al final de su vida -murió con ochenta y tantos años- decía una frase maravillosa, sobre todo de alguien que venía de las filas del marxismo: «Yo pensé que el mundo estaba ahí para ser cambiado, transformado, pero con la edad me he dado cuenta de que el mundo está para cambiarme a mí». Esta frase me llamó profundamente la atención, porque vi que del pensamiento del sociologismo marxista había pasado a la metafísica védica oriental. Los antiguos filósofos dicen: el mundo está en el alma. Es tu visión del mundo la que crea el mundo; luego no hay transformación del mundo si no empieza por tu propia transformación.

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