Parábola de estos tiempos sombríos

Vicky Luengo, en una escena de 'El golem' Luz Soria
Diego Doncel

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Juan Mayorga ha apostado por un teatro sin concesiones. Viendo su nueva obra uno recuerda aquello que dijo José Ángel Valente sobre la necesidad que tiene la literatura de alojar el pensamiento, de transcender el mero realismo anecdótico y crear en la literatura la dimensión de la meditación. En ' El Golem ' nos acercamos a una suerte de gran poema dramático de corte meditativo donde la acción (entre el psicothriller y el laberinto kafkiano) es una parte misma de la reflexión, no ajeno a ella. «Lo que en mí siente está pensando», escribió Pessoa y Mayorga, como Unamuno, como Pirandello o como Borges, nos habla de la cima y la tragedia de pensar; es decir, de esa paradoja de condena y salvación que conlleva el pensamiento y su máxima expresión: la palabra. 'El Golem' es una extensa reflexión sobre la palabra, sobre el poder transformador de ese verbo que simboliza, crea o destruye nuestras percepciones del mundo. El hospital en el que transcurre la obra puede ser interpretado como un hospital de palabras, de relatos, de todas esas narraciones por las que estamos poseídos. Tras una alerta social y un colapso sanitario, Ismael debe abandonar ese centro a menos que su pareja, Felicia, se someta al juego que le propone Salinas, una empleada del hospital: memorizar un texto. Ese juego aparentemente inocente va a tener para Felicia unas consecuencias devastadoras: cada palabra que interioriza supone una transformación de su ser, de sus sueños, de su memoria, de su cuerpo, incluso de su voluntad hasta convertirla en alguien nuevo, tal vez un Golem, tal vez ese cuerpo torturado de Pablo que vive en el misterio de esas palabras capaces de crear una dominación.

Obra densa, compleja, ambiciosa y perturbadora sobre la que juega en contra esa exigencia máxima a la que invita al espectador, ese altísimo nivel conceptual y ese grado de oscuridad que se percibe desde el patio de butacas. Tal vez hubiera necesitado un mayor ejercicio de limpieza, esa vela con que Georges de La Tour iluminaba la tragedia de sus composiciones.

'El Golem', por momentos, entusiasma, molesta, sorprende y aburre. Pero sobre todo muestra una obra de enorme inteligencia, inquietante, perturbadora y una propuesta teatral y estética poderosa. Ayudada sin duda por una Vicky Luengo en estado de gracia y una dirección de Alfredo Sanzol sorprendente y eficaz, de gran altura, Mayorga lleva a cabo una bellísima parábola de estos tiempos sombríos en los que hemos hecho enfermar a nuestras palabras, en los que las hemos convertido en esos objetos peligrosos tanto en su dimensión política como en la construcción de nuestra propia intimidad. Pero donde todavía, en nuestras catacumbas personales, existe la posibilidad de encontrar las brasas de una palabra liberada.

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