Muere Kathleen López Kilcoyne, pionera de la gestión teatral

Subdirectora de la productora Pentación, era muy querida en la profesión, que la despidió ayer en el tanatorio de San Isidro

Kathleen López Kilcoyne, en el escenario que tanto amaba ABC

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W. H. Auden lo predijo, en aquel blues que sólo puede ser cantado en funerales. Y la hondura de esos versos, el vacío que representan, el enorme dolor que desprenden, se apodera de ti cuando llega el día de recitarlos. Ese día, para quienes queríamos a Kitty, fue el sábado pasado. A media tarde, los relojes se detuvieron, los teléfonos fueron desconectados, los pianos quedaron silenciados y sólo retumbó el sordo tambor de la pérdida. Al poco tiempo, los aviones empezaron a dar vueltas en el cielo del teatro, garabateando «Ella ha muerto».

Porque Kathleen López Kilcoyne era el Norte, el Sur, el Este y Oeste de una profesión a la que amó sin condiciones, como sólo es capaz de entregarse el que vive para lo que hace. La familia teatral, esa que ella contribuyó a formar en un país poco dado a afectos profesionales, la despidió el domingo, en el tanatorio de San Isidro: Lola Herrera, Héctor Alterio, Ana Belén, Marisa Paredes, José Sacristán, Tina Sáinz... La otra, su familia, la que venía del norte, sus cinco hermanos, junto con Ana, su alma gemela, y la «perruca» Ara, su debilidad, estarán con ella siempre. Porque el amor verdadero es eterno, diga lo que diga la muerte.

Volviendo a Auden, él escribió que lo mejor que se le puede desear a alguien es la teatralidad, «pues solo llegarán lejos quienes aman y conocen la ilusión». Y Kathleen era puro teatro. Puro amor. Pura ilusión. Con fuertes raíces irlandesas por parte de madre, la «tierruca» cántabra la vio nacer y a ella volvía siempre que buscaba la calma. A sus playas, a sus paseos, a sus atardeceres, a sus amigos. Empezó en el teatro desde abajo, como los grandes: trabajó como técnica, como tramoyista... Y, desde ahí, llegó a lo más alto de la gestión teatral en este país.

En 1990 comenzó a trabajar en la productora Pentación, empresa que dos años antes habían formado Rafael Álvarez «el Brujo», José Luis Alonso de Santos, Gerardo Malla y Jesús Cimarro. En esa primera etapa en Pentación estuvo diez años, en los que llegó a ser gerente de la compañía y directora del departamento de Distribución. Poco después, se marchó al Teatro de la Abadía, de la mano de José Luis Gómez, donde fue gerente hasta 2003. De la Abadía pasó al Centro Dramático de Aragón, en el que estuvo año y medio como directora adjunta.

Tras un periplo de cinco año, regresó a Pentación, ya como subdirectora y mano derecha de Cimarro. Junto con él gestionó los teatros Bellas Artes y La Latina, en Madrid, y el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Su último trabajo, antes de caer enferma, fue la obra «El Padre», dirigida por José Carlos Plaza. «Cuando yo estaba en Mérida, ella lo hacía todo. Supo llevar el lema de que primero son las personas y, con mano izquierda, con su sonrisa y su profesionalidad, que era mucha, consiguió todo. Todo el mundo la quería. El mundo del teatro va a echar mucho de menos a Kathleen», dijo a Efe un emocionado Cimarro, al conocerse la triste noticia.

El telón ha caído, pero ella seguirá en cada página de nuestra imaginación.

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