Lolita en el volcán de Fedra

Éxito de la nueva producción del festival de Mérida, con el clásico revisitado por Paco Bezerra y dirigido por Luis Luque

Lolita Flores, faro y foco de la función Jero Morales
Julio Bravo

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«Fedra» es un volcán. De emociones, de pasiones, de sentimientos, de pulsiones. Y ese volcán entra en erupción para configurar una de las tragedias griegas más sabrosas y que más creadores han mordido desde que Eurípides, allá por el 430 a.C., la llevara al papel: autores como Séneca, Racine, Unamuno, Salvador Espriú o Sarah Kane contaron también su historia.

El festival de teatro clásico de Mérida , que acogió a «Fedra» por primera vez en 1953, en una de sus primeras ediciones, ha vuelto a este mito y lo ha puesto en manos de uno de los jóvenes dramaturgos más notables del panorama teatral actual: Paco Bezerra . Su texto, un zumo de tragedia que exuda intensidad y poesía, lo ha puesto en pie Luis Luque , habitual compañero de aventuras escénicas de Bezerra, con una protagonista que concentra las miradas cada vez que se sube a un escenario —cosa que, afortunadamente, hace cada vez con más frecuencia—: Lolita González Flores . Junto a ella Juan Fernández , Críspulo Cabezas , Eneko Sagardoy y Tina Sainz (que incomprensiblemente no había actuado nunca en el augusto teatro emeritense).

Bezerra ha vuelto, explica, a la primera versión, perdida, que escribió Eurípides; las críticas de la sociedad de su tiempo, cuenta el autor, le hicieron modificar el carácter de su protagonista, que en su nueva versión se arrepentía finalmente de la pasión incestuosa que sentía por su hijastro Hipólito y buscaría la muerte como expiación. Bezerra y Luque «regresan» a una Fedra «ardiente e inmoral» , «una nueva mujer más combativa y con menos miedo; una Fedra exenta de culpa, capaz de luchar por lo que siente y que, ante todo, se atreve peligrosamente a amar».

Escriben Luque y Bezerra: «El amor, en muchos casos, es sinónimo de dicha y felicidad; pero, en otros, es tormento y grandísima condena. ¿Qué hacer cuando el instinto y la razón entran en conflicto? ¿Pensar o sentir? ¿Seguridad o libertad? Esta es la duda a la que, tradicionalmente, ha tenido que enfrentarse Fedra: una mujer que elige darle la mano a la muerte ante la diatriba de serle fiel a su sexo o a su razón».

«Fedra» emerge en escena abrumada por el tormento, con su espesa cabellera cubriendo su rostro, en una hermosa imagen creada por Luque. La culpa le corroe y le atenaza, pero poco a poco va creciendo en ella el orgullo, la firmeza, que le llevan a querer desafiar las normas y reivindicar la legitimidad de sus deseos. Pero tropieza con la negativa de Hipólito, y la necesidad de salvarse de la ira de Teseo, su marido, le llevan a acusar a su hijastro de haberle querido violar. La tragedia está servida.

Una escena de «Fedra» Jero Morales

Bezerra, en un texto de hermosa sonoridad, ha concentrado la historia y ha tejido una red con los sentimientos, las intenciones y los motivos de cada personaje, perfectamente definidos. Desde la Fedra atormentada y pasional al Hipólito bucólico y naíf, pasando por la fiel y sinuosa Enone, la nodriza de Fedra; o los rectos e inflexibles Teseo y Acamante.

Sobre este tejido Luis Luque ha creado un espectáculo tan bello como certero, basado sobre todo en la sinceridad de sus personajes. «La verdad de las emociones; eso nos ha hecho buscar Luis durante los ensayos. Ha sido un trabajo muy intenso y un camino difícil, pero el resultado ha merecido la pena», decía una feliz Tina Sainz.

Y de esa emocionante sinceridad participa también Lolita; a nadie se le escapa que este es un proyecto por y para la hija de la Faraona, faro y foco de la función. La actriz se enfrenta a un personaje aristado, oscuro y a la vez transparente; la suya es una interpretación encendida, donde la mujer consumida por sus pasiones prohibidas va cediendo ante la dignidad de la reina; Lolita es en «Fedra» la diva que su cartel proclama, y encabeza un reparto firme, afinado, compacto y conmovedor.

Los envuelve Luque con el trabajo de un equipo artístico de primera magnitud. Decir que la escenografía de Monica Boromelllo tiene su calidad habitual es volver a rendirse ante su talento y su poesía. Un envolvente volcán en cuyas entrañas los personajes viven sus pasiones es, conforme dicha escenografía, subrayada por las videoproyecciones de Bruno Praena y las luces —también, como siempre, brillantes— de Juan Gómez Cornejo y bañada por la música y el espacio sonoro evocador e inquietante de Mariano Marín .

En su ecuador, el Festival de Mérida ha llegado de momento a la cumbre de esta edición , y ha encontrado una nueva dama que incorporar a su histórico elenco: Lolita.

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