CRÍTICA DE TEATRO

«La cueva de Salamanca»: magia y gazuza

La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta el texto de Ruiz de Alarcón dirigido por Emilio Gutiérrez Caba

Daniel Ortiz y Juan Carlos Castillejo, en «La cueva de Salamanca» CNTC

Juan Ignacio García Garzón

Las andanzas de los antiguos cómicos de la legua van unidas a la imperiosa desazón de la gazuza. Como ayer, buena parte de esa profesión tan errabunda bracea entre el azar y la necesidad. Los protagonistas de esta pieza cosida con textos de varias son modernos cómicos de la legua que están a la cuarta pregunta y, para poder ir tirando, aspiran a montar un espectáculo conmemorativo del octavo centenario de la Universidad de Salamanca. Emilio Gutiérrez Caba refleja en ese esbozo argumental el encargo que él mismo recibió y cuyo resultado es este montaje brioso y desigual, cuajado de momentos muy divertidos.

Puesto a buscar obras clásicas de ambiente salmantino, el conocido entremés de Cervantes «La cueva de Salamanca» resultaba manido, pero encontró otra pieza de igual título de Juan Ruiz de Alarcón , el escritor novohispano nacido en México en 1581 al que malévolos ingenios de la Villa y Corte, entre ellos el implacable Lope, hicieron la pascua todo lo que pudieron, además de mofarse de su doble joroba de pecho y espalda. La obra de Alarcón, fechada en 1599, es una « comedia de magia » asociada temáticamente a «La prueba de las promesas», otro de sus trabajos. Recurre el autor a la leyenda sobre una cueva de la ciudad del Tormes convertida en referencia de nigromantes, y la mezcla con una intriga de capa y espada para adobar un debate moralizante sobre la licitud de la magia.

Gutiérrez Caba imagina a unos actores que, buscando una obra adecuadamente salmantina para sus propósitos, ensayan escenas de «La Fénix de Salamanca» de Antonio Mira de Amescua y «Obligados y ofendidos, y gorrón de Salamanca» de Francisco de Rojas Zorrilla , hasta que se topan con «La cueva de Salamanca», ideal para sus fines. Con mucha gracia y mejor tino, el director enhebra magia y gazuza, entreverando en el montaje diálogos sobre la precaria situación de los intérpretes y sabrosa munición satírica actual sobre su oficio. Toda esta guarnición tiene más enjundia que el plato principal, pues el texto de « La cueva de Salamanca », viga maestra del proyecto, ha sido severamente podado, lo que dificulta la comprensión cabal del argumento y su desarrollo, bastante deslavazado.

Con todo, funciona muy bien la fluida puesta en escena que transcurre en una sobria escenografía de Alfonso Barajas animada por los primorosos telones del grafitero Suso 33 . Y brillan también las interpretaciones de un reparto tan acertado en los cometidos clásicos como en los de «paisano».

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