CRÍTICA DE TEATRO
«La cueva de Salamanca»: magia y gazuza
La Compañía Nacional de Teatro Clásico presenta el texto de Ruiz de Alarcón dirigido por Emilio Gutiérrez Caba
Juan Ignacio García Garzón
Las andanzas de los antiguos cómicos de la legua van unidas a la imperiosa desazón de la gazuza. Como ayer, buena parte de esa profesión tan errabunda bracea entre el azar y la necesidad. Los protagonistas de esta pieza cosida con textos de varias son modernos cómicos de la legua que están a la cuarta pregunta y, para poder ir tirando, aspiran a montar un espectáculo conmemorativo del octavo centenario de la Universidad de Salamanca. Emilio Gutiérrez Caba refleja en ese esbozo argumental el encargo que él mismo recibió y cuyo resultado es este montaje brioso y desigual, cuajado de momentos muy divertidos.
Puesto a buscar obras clásicas de ambiente salmantino, el conocido entremés de Cervantes «La cueva de Salamanca» resultaba manido, pero encontró otra pieza de igual título de Juan Ruiz de Alarcón , el escritor novohispano nacido en México en 1581 al que malévolos ingenios de la Villa y Corte, entre ellos el implacable Lope, hicieron la pascua todo lo que pudieron, además de mofarse de su doble joroba de pecho y espalda. La obra de Alarcón, fechada en 1599, es una « comedia de magia » asociada temáticamente a «La prueba de las promesas», otro de sus trabajos. Recurre el autor a la leyenda sobre una cueva de la ciudad del Tormes convertida en referencia de nigromantes, y la mezcla con una intriga de capa y espada para adobar un debate moralizante sobre la licitud de la magia.
Gutiérrez Caba imagina a unos actores que, buscando una obra adecuadamente salmantina para sus propósitos, ensayan escenas de «La Fénix de Salamanca» de Antonio Mira de Amescua y «Obligados y ofendidos, y gorrón de Salamanca» de Francisco de Rojas Zorrilla , hasta que se topan con «La cueva de Salamanca», ideal para sus fines. Con mucha gracia y mejor tino, el director enhebra magia y gazuza, entreverando en el montaje diálogos sobre la precaria situación de los intérpretes y sabrosa munición satírica actual sobre su oficio. Toda esta guarnición tiene más enjundia que el plato principal, pues el texto de « La cueva de Salamanca », viga maestra del proyecto, ha sido severamente podado, lo que dificulta la comprensión cabal del argumento y su desarrollo, bastante deslavazado.
Con todo, funciona muy bien la fluida puesta en escena que transcurre en una sobria escenografía de Alfonso Barajas animada por los primorosos telones del grafitero Suso 33 . Y brillan también las interpretaciones de un reparto tan acertado en los cometidos clásicos como en los de «paisano».
«La cueva de Salamanca»: magia y gazuza
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