Escena de «Carmen»
Escena de «Carmen» - ABC
Crítica de música clásica

«Carmen», en Aix-en-Provence: jugar a la guerra

El festival presenta «Pinocchio», «The Rake’s Progress» y una relectura hasta el punto de la resignificación de un clásico como «Carmen»

Aix-en-Provence Actualizado: Guardar
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Las tres nuevas producciones operísticas que este año presenta el Festival d’Aix-en-Provencecompendian buena parte de la filosofía actual en referencia a la representación escénica del género: desde el estreno absoluto de «Pinocchio» (Boessman) como ejemplo de nueva composición a partir de un viejo asunto, al «aggiornamento» escénico que se propone con «The Rake’s Progress», o la relectura hasta el punto de la resignificación de un clásico como «Carmen». Es evidente que esta última posibilidad centrada en el cambio radical del punto de vista supone riesgo y polémica. Así ha sucedido con la ópera de Bizet, fundamentada en el afán de «fidelidad» musical que debería interesar a un director como Pablo Heras-Casado y fundamentalmente en la propuesta del controvertido director teatral Dmitri Tcherniakov, curiosamente muy discutido por algunos intelectuales y mucho menos por la gran mayoría de los espectadores.

El contundente éxito de la segunda representación en el Grand Théâtre de la Provence viene a demostrar que no debe ser baladí la novísima escenificación de un título bien conocido aquí, pues es referencia indiscutible del repertorio francés.

Varios detalles hacen sospechar que Tcherniakov no se toma demasiado en serio la dramática, costumbrista e, incluso, tópica, cotidianeidad de «Carmen». La sonrisa pícara con la que el director aparece en la foto publicada en el programa de mano podría ser una declaración de principios ante un trabajo que da la vuelta al texto de Halévy y Meilhac, basado en la novela de Mérimée. Aquí, Don José se somete a una terapia (¿un juego perverso?), sin duda de alcance sentimental, y de la que van a participar los demás personajes incluyendo a Micaela, confundida por los celos en su doble papel de esposa y «rival». Las razones argumentales de fondo importan poco (puro «MacGuffin») ya sea en el origen o frente al desmoronamiento definitivo del personaje que, vapuleado por el «choque» del tratamiento, se rinde mientras escucha los aplausos y risas de todos los demás. A Tcherniakov le preocupa la tensión que dimana de las relaciones personales en la claustrofobia de un espacio con aire de elegante vestíbulo de hotel en la vieja Europa del este. El imán es el arrebato personal de Carmen, generador de una ardiente reacción por parte de Don José.

Cada cual digerirá el trabajo de Tcherniakov según su particular grado de generosidad especulativa, pero fuera de duda queda la calidad de una carpintería teatral impecable que alcanza un notable grado de sofisticación en la dirección de actores. Todo parece calculado: movimientos, posiciones, las acciones de una perspectiva dramatúrgica que obliga a un ritmo vital contagioso y que Tcherniakov, con extraordinaria habilidad, relaja después de la tensión acumulada recordando por boca de algún personaje la irrealidad de los acontecimientos. Arroba la minuciosidad del espectáculo, la clara dirección del engaño y su progresiva intensidad; algo menos, una interpretación musical que a duras penas se funde en una unidad coherente.

Pablo Heras-Casado, con carrera en repertorios extremos desde la música antigua a la contemporánea y formado en la escuela del rigor musical, logra una versión limpia de cualquier adherencia estilística, si bien, contaminada por la irregularidad de la ejecución musical. Desde el decaído «coro de cigarreras» la dirección se hace fuerte en las partes instrumentales, cuando no tiene que interactuar con el escenario, y se resiente en el acompañamiento especialmente ante el desajuste de números como el quinteto, el conjunto «Quant au douanier» o la flexibilidad del acompañamiento en varias arias.

Aseada de cualquier intención colorista, la Orchestre de Paris se une a todos reservando las fuerzas para el final. Entonces, Heras-Casado da lo mejor de sí mismo, el tenor Michael Fabiano se entrega a la causa musical después de dibujar a Don José con cierto grado de histrionismo, y Stéphanie d’Oustrac ratifica su condición de buena actriz para una protagonista obligada a resolver la partitura con una voz de limitado arrojo. El papel de Micaela se apunta en la interpretación de Elsa Dreisig y queda desnaturalizado el Escamillo de Michael Todd Simpson de calidad hosca. Pero a todos hay que reconocerles un trabajo escénico muy importante, vital sin duda, para el propósito de esta «Carmen», quintaesenciada en su realidad y dispuesta a destruir la zona de confort de todo aquel que se quiera exponerse a su terapéutica influencia.

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