Crítica de cine

Tibieza entre los nuevos y los viejos

Arranca Madre de Rodrigo Sorogoyen —inaugurando de paso la presente edición del SEFF— con una mala decisión, la inclusión en su extenso metraje del exitoso corto del que nace la película

Elia Suleiman, director de De repente, el paraíso ABC

Alfonso Crespo

Arranca Madre de Rodrigo Sorogoyen —inaugurando de paso la presente edición del SEFF— con una mala decisión, la inclusión en su extenso metraje del exitoso corto del que nace la película, que en cierta medida debe sentirse como la resaca de su argumento diez años después. Al realizador le sirve, en todo caso, para dotar de solidez al guión —las rimas y paralelismos estructurales—, mientras poco a poco se desangran las posibilidades de inocular misterio a una puesta en escena tan dependiente del off. Desde la modernidad —resumamos en La aventura , o Europa 51 por el tema que nos trae— en el cine de la ausencia, el luto y el agujereo —aquí la traumática pérdida de un hijo como shock inaugural— los mejores cineastas han sabido hacernos dudar de lo que vemos. Sorogoyen a veces lo intenta: ¿vemos caminar por la playa a una madre perturbada y a un adolescente desorientado, o asistimos al reflejo (espalda del tiempo) de una mujer con su hijo como si nada de lo anterior hubiera pasado? Pero el entramado del cine de autor «de la desgracia» —frialdad de fábrica, distorsiones gratuitas, movimientos innecesarios, personajes de papel maché (Brendemühl)— frena en seco la capacidad de distinguir estos momentos del resto del film, pues se ruedan de igual manera (con iguales malas maneras). Curiosamente, y gracias a los veteranos hermanos Dardenne ( El joven Ahmed , en la EFA, tuvo su primer pase), se ofrecía ayer la opción de comparar y poner a Sorogoyen al lado de otra historia férrea y calculada, pero donde se trabaja lo real para que, en el mejor de los casos, atisbemos algo, ¿el milagro? No se sabe. Lo cierto es que, consumida la duración, el joven y fanatizado musulmán que protagoniza la película ya no volverá a mirar igual a través de sus gafas (es ésta, sin duda, una gran película óptica).

A la tarde, con el veterano Elia Suleiman nos las prometíamos más felices, pero De repente, el paraíso sirve sobre todo para constatar lo lejos que le quedan al cineasta palestino los grandes modelos burlesco-melancólicos del cine europeo que tan felices nos han hecho, desde los más apolíneos —Tati, Étaix— hasta los más dionisiacos —Iosselliani, Monteiro—. Ni su físico ni su mirada, tampoco la rácana concepción de los gags, le alcanzan al cineasta para desafiar la impuesta continuidad del mundo o desmontar los tópicos que nos rodean con las armas del extrañamiento. Sin embargo, vista como una gran performance de Cannes a Sevilla, Suleiman al menos demuestra que «Palestina» sigue siendo esa contraseña que abre algunas puertas y cierra otras.

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