Critica de Danza

«Still life»: La filosofía de la danza a través de la plástica

Dimitri Papaiaonnou empezó en el comic y se define como artista visual y por ello el espectáculo tiene más de instalación que de danza

Sevilla Actualizado: Guardar
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Un hombre está solo en el escenario. El público entra. Sobre su cabeza, una gran nube llena de humo que parece encapsulada. Suena como si se rompiera porcelana y del fondo negro surge una figura con un panel del que van desprendiéndose fragmentos que van rompiéndose. Ése es el comienzo de un fascinante espectáculo llamado «Still life», una obra llena de poética y que ha encontrado en la danza contemporánea su extraño lugar.

Dimitri Papaiaonnou empezó en el comic y se define como artista visual y por ello «Still life» tiene más de instalación que de danza, pero sólo bailarines pueden sumergirse en un muro que se traspasa, componer figuras con varias piernas, brazos, o crear hipnóticos momentos, a veces pelín largos, con excepcionales e irreales visiones.

Hay imágenes que recuerdan a las obras de Yael Davids (humanos que traspasan los lienzos), o luces que nos rememoran aquella mítica instalación lumínica de Anish Kapoor en la sala de Turbinas de la Tate Modern, pero todo ello pasado por el tamiz del humor y el lirismo del creador griego.

La combinación de materiales es fundamental, el tablero de espuma cubierto de yeso, la dureza de unas piedras que casi aplastan los pies del bailarín, o un lienzo de plexiglás con el que hacen sonidos y efectos de luz creando efectos muy dramáticos.

La obra consigue introducir poco a poco al espectador en un mundo en el que un muro y una persona llenan por completo el gran escenario del teatro Central, vacío de hombros.

Siete intérpretes van sucediéndose en esta poema visual de Papaioannou que va forjando un hilo invisible con el público en un universo propio que no se resiste a compartir.

Y nos deja cautivados por tanta poesía y por esa especie de aparente sencillez que esconde una complejísima elaboración. El tiempo parece suspendido sobre nuestras cabezas, al igual que esa nube que al final se convierte en una especie de ameba que conforma figuras al menor toque.

El sonido es fundamental de la obra. No hay música, ni palabras, tan sólo los sonidos de los elementos que caen, se arrastran, se rompen y que son amplificados o distorsionados desde el mismo escenario. Increíble.

Al final los intérpretes sacan una mesa procesional llena de comida griega: tomates, aceitunas negras, pan queso, y...¿ouzo? y cenan.

El mito de Sísifo y su castigo en el más allá que consistía en empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, ronda toda esta obra de Papaioannou donde las influencias de las artes plásticas y del cine están a flor de piel.

Al fin hemos podido ver en España «Still Life», un espectáculo que muere aquí en Sevilla para Europa, y que sólo se podrá ver en una próxima gira en Australia. El Teatro Central se apunta un tanto, al igual que hizo el pasado año con la única función que realizó en España Jan Fabre con su mítico «Monte Olimpo».

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