Rock español

Rubén Pozo viste a Sevilla con sus roncaroles de barrio

El cantante madrileño ofreció este sábado un concierto en la Sala X presentando su último disco en solitario, «Habrá que vivir»

Rubén Pozo tocando en la Sala X E. M.

EZEQUIEL MENDOZA

Vivir del rock puede resultar toda una odisea. Por eso, a Rubén Pozo se le considera como uno de los pocos obreros del rocanrol que sigue en la carretera, año tras año, fiel a un estilo, vistiendo canciones con versos gamberros y acordes con nombre propio que maman de artistas con apellidos como Dylan, Clapton o Richards. «Qué gustito estar aquí, Sevilla», confiesa de forma muy escueta Rubén Pozo para introducir «Habrá que vivir», «Caperucita feroz» y «Te invoco», lo que podría considerarse la Santa Trinidad de su tercer disco en solitario .  Así, la Sala X -aún a medio llenar- se convierte en una parroquia de fieles del rock «stoniano» de este madrileño que, lejos de prometerles la salvación, al menos les augura una buena noche de acordes y versos traídos directamente desde la propia Alameda de Osuna.

Ante una primera fila enfervorecida, reducto de otros tiempos, Rubén Pozo teje un solo de guitarra de «ron, Coca Cola y vatios». De la mano de «Chavalita», uno de los temas de su primer disco, el madrileño se suelta la melena y se desquita: «por verte desaparecer, me hacía mago». «Disculpad mi acento, “quiyos” y “quiyas”», se justifica nervioso Rubén ante sus feligreses. «Me ha gustado mucho lo que nos está pasando hoy en Sevilla… Lo que no es la lluvia, claro».

Con «Todo pa’adelante» y «Santa Rita», el concierto se encamina hacia sonidos que llegan directamente desde lugares donde el rock crece natural y salvaje, entre plantaciones de algodón. «¡Guapo! ¡Tío bueno!» espeta su primera fila de devotos y devotas, cada vez que tiene la oportunidad. «Gracias, gracias, pero… ¡No me cosifiquéis, coño! », responde Rubén ante las risas de un respetable que, a veces, se hace un lío coreando al artista madrileño: mientras unos le gritan «¡Ru-bén!», otros dicen «¡Ru-ú!».

Canción a canción, Pozo y los suyos nos indican que vamos «saliendo de la estupefacción» para ajustar alguna que otra cuenta pendiente. Y es que, por muchos discos que Rubén saque en solitario, por mucho que su parroquia de creyentes se sepa todos y cada uno de sus versos, como salmos de una nueva religión, hay algunos temas que levantan viejas pasiones. Como es el caso de «Matar al cartero» , una canción con la que Rubén desengrasa el muelle del sobaco de sus más devotos, que suben y bajan los brazos al compás de una de las joyas de su repertorio.

Tras «Algo que decirle al mundo», Rubén aparca los acordes «stonianos» y se enfunda el «banjo» para tocar «Chatarrero» , una de esas canciones que parece importada desde el propio delta del Mississippi. Sin saber cómo ni por qué, la parroquia ruge pidiendo «Sultan of Swing» y Pozo y los suyos rescatan cuatro versos de uno de los temas más famosos de Knopfler. «Vaya desastre nos hemos marcado, borradlo de los móviles eh», avisa Rubén, al que poco le dura la amenaza: «No hacen más que prohibir, prohibir y prohibir y, en mi humilde opinión, a un concierto venimos a hacer lo que nos dé la gana, así que haced lo que queráis, pero, sobre todo, disfrutad».

Tras este mensaje libertario se suceden «Nada más» y «Pegatina», dos temas de su primer disco con los que sus fieles se entregan en una suerte de ceremonia en la que se mezclan alcohol, sudor y bailes arrítmicos. «¡Afina la bisha! ¡Suck my bisha!», grita Pozo ante la risa de sus fieles mientras afina su guitarra. «¡Que piten los millenials», vuelve a rugir, agitando a su público mientras confiesa: «Yo quería decir muchas cosas… y a veces me sale y otras no me sale… ¡Pero habéis pagao!». Así que, como si no fuera suficiente su música para justificar el dinero de la entrada, Rubén les regala un mensaje encriptado: «¡Exijo la expulsión inmediata de todos los pilotos de las aerolíneas nacionales, signifique lo que signifique eso!», espeta mientras se excusa: « No estoy borracho ni drogado… podéis borrarlo del móvil también ». Bajo esta ilógica introducción, marca de la casa, se suceden «Llámame brisa» y «Rucu-rucu». Dejando atrás «La chica de la curva», Rubén Pozo y los suyos rescatan «Grupis», otro de esos temas que provienen de tiempos lejanos y que, junto a «Nombre de canción», encarrilan el «show» directamente hacia los bises.

Sin hacerse mucho de rogar, Rubén se salta un par de temas del «setlist» y vuelve al escenario, ahora sin americana ni enchufes, para cantar «Guitarra española», una de las canciones estrella de su último disco. Y aunque, seguramente, todos sus fieles de la Sala X ya estuvieran bautizados en esto del rock, Rubén Pozo ejecuta una especie de confirmación para sus creyentes con «T-Rex», de la mano de Álvaro Sweet, guitarrista de Bunbury. Una catarsis que termina con el madrileño aferrándose a su público, sonriendo a las cámaras, gustándose y dándose un baño de «selfies» junto al respetable. Así, arañando los últimos acordes de «Tonto de tanto r’n’r», Pozo se despide de su familia sevillana, dejando claro que eso de «habrá que vivir» tiene más de optimismo que de resignación y que, en esto de vestir canciones, aún le queda mucha tela que cortar.

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