Crítica de Danza

Rocío Molina, sin fronteras

Rocío Molina en «Caída del cielo» ABC

MARTA CARRASCO

Sólo se recuerda en el teatro Central un final como el que anoche vivimos con Rocío Molina tras en el estreno de «Caída del cielo», y fue con Jan Fabre y su «Monte Olimpo». Un final donde el público en catarsis, no sólo aplaudía, sino que chillaba a una artista que nos habían transmitido en dos horas una energía difícil de explicar.

Rocío Molina no tiene fronteras . Partiendo de su «lenguaje madre» que es el flamenco, nos sumerge en un universo de ritmos, silencios, e incluso gestos contemporáneos que componen una poética espectacular en dos horas de constante creación, en la que nadie para en el escenario. Es una declaración de intenciones, para sumergirse en la teatralidad, un terreno donde el flamenco de Molina se encuentra cómodo porque ha adoptado nuevos lenguajes.

Tras un comienzo musical al «estilo Alameda », nos sumerge Rocío en el bello mundo del silencio, que nos traspasa la mirada, y nos deja en una especie de situación espiritual a la espera de lo que vamos a vivir.

Se queda breves instantes desnuda cual Venus de Botticelli, para romper con intensísimos zapateados, que acompañarán toda la obra. Hay momentos de seriedad, de chanza, de explosión, como cuando hace breves incursiones con la música de la ' Leyenda del tiempo' de Camarón.

Rocío Molina no para de bailar, acompañada magistralmente por la música de Trassierra , el cante flamenquísimo de José Manuel Carmona, el compás de Oruco y la percusión de Martín Jones, que no sólo son un atrás, sino un delante, junto a la bailaora.

Soleá, garrotín, fandangos, tientos, bulerías..., se pueden identificar muchos palos en esta obra iconoclasta que nos presenta a una mujer que baila y mucho, que se presenta femenina, que utiliza la bata de cola para desmitificarla, o que se disfraza comiendo una bolsa de patatas porque la broma también tiene cabida, pero no deja nunca de bailar.

Esta mujer ante quien se hincó de rodillas en Nueva York el mismísimo Mijail Baryshnikov , lleva su físico al límite, no sólo por el baile, sino por la energía que nos transmite a todos en una obra, que sin duda es el fin de una etapa. Ante ella se abren ahora nuevos y apasionantes universos.

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