Juan Carlos Marset
Juan Carlos Marset - JUAN MANUEL SERRANO
ENTREVISTA

Marset: «La izquierda ha ejercido en Sevilla el odio a la Sinfónica y al Maestranza»

El poeta, profesor universitario y exdelegado de Cultura publica su último poemario «Días que serán», donde habla de la muerte y aborda el sentido laberíntico del tiempo. En esta entrevista habla también de Sevilla y de la cultura

SEVILLA Actualizado: Guardar
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Juan Carlos Marset (Albacete, 1963) publica «Días que serán» (Tusquets), un poemario que aborda el sentido laberíntico del tiempo y que es tributario de muchos poetas latinoamericanos como el peruano Carlos Germán Belli o españoles como Hierro o Valente.

—No hay apenas poemas románticos en «Días que serán».

—Los poetas románticos son un fundamento muy importante de mi formación y Bécquer está en el libro, sobre todo por su sonoridad. Yo soy sensible a las cosas pero no sensiblero. No creo que la poesía deba ser un espacio para el desahogo sentimental sino para la objetividad y la fuerza del lenguaje.

Ha tenido problemas de salud de los que se ha recuperado completamente. ¿Ha sentido miedo a la muerte?

—Más que miedo, respeto.

Rilke, uno de mis autores preferidos, tenía una fascinación por la muerte (que le llevó a la muerte) que yo no tengo. Hablo mucho de la muerte en el libro como un elemento fundamental de la vida. Uno tiene que vivir recordando la muerte. Es algo que nunca verás, que te habrá pasado cuando te pase, pero que hace que valores la vida y el tiempo.

Cita a Pavese en su libro. ¿Es tan difícil el oficio de vivir?

—Con la edad Pavese se veía sin futuro pero unos meses antes de morir reflexiona y ve que su pasado es un futuro inmenso para ver qué fue, aquello que quería ser y no fue e incluso para cambiar su pasado. La dificultad estriba, como digo en el libro, que cuando uno inicia las cosas, tiene las posibilidades, es decir, es joven y tiene tiempo, pero no sabe. Y justo cuando gracias el aprendizaje de la vida has comprendido, es decir, ya sabes, ya no tienes tiempo.

—¿Tiene esa sensación?

—No sólo por la muerte en sí sino por la muerte de los acontecimientos que uno tenía cuando era joven. Ni los lugares que visitaste entonces son ya los mismos, como decía Milos.

—¿Qué es lo peor que ha tenido que vivir?

—Prefiero no pensar en las adversidades. Las veo como parte de la vida, como a quien le toca una guerra, una traición o la muerte de un ser querido. Es lo que te ha tocado. Creo que la vida, incluso en condiciones trágicas, merece ser vivida.

—¿Y lo mejor que ha vivido?

—Fue muy feliz para mí entrar en la universidad pero a mi edad tengo que pensar en mis hijos. Russell explica los motivos para ser felices en cualquier circunstancia y uno de ellos es porque damos la vez a los demás, aunque esa expresión es de Félix Duque, que fue profesor mío. Uno puede morir feliz si tiene hijos porque está dando la vez a que ellos vivan su vida.

¿Crecer en la vida es aprender a decir adiós?

Creo que hay que vivir siempre diciendo adiós.

—En un poema que dedica a Claudio Rodríguez, titulado «Está por ver», parece que anuncia la llegada de la «posverdad». ¿Veía venir hace 3 años que los hechos objetivos se rendirían ante el tsunami de las emociones?

—Este es uno de los poemas que más me gustan del libro. Esta sensación de que el pasado puede ser también un proyecto de futuro porque a lo mejor no has percibido aquello que pasó en realidad. Los hechos objetivos no han cedido al tsunami de las emociones sino al puro chismorreo, ni siquiera a la opinión, que siempre es modesta. Ahora se habla con una autoridad, una ignorancia y una temeridad desde el Parlamento que asusta. Las emociones son para mí muy importantes pero esta es una emoción sensacionalista. Es lamentable pero es lo que hay.

¿Qué vendrá después del Brexit y Donald Trump?

—Gran sufrimiento para el Reino Unido, país donde he vivido y han estudiado mis hijos. Los políticos fueron unos irresponsables, pero me ha decepcionado la gente. China y Rusia son el futuro. EE.UU. va a pintar poco con Trump.

—Poeta, profesor, político, ¿en qué faceta ha disfrutado más o ha sufrido menos?

—Todo tiene sus pros y sus contras. He cometido errores por inexperiencia o exceso de confianza. Pero he sido un profesor feliz con mis alumnos.

—Ha estudiado y trabajado en varias universidades inglesas y americanas. ¿Qué nos falta y qué nos sobra para acercanos al nivel de las mejores?

—Nos falta planificación: aquí a los alumnos se les suelta un monstruo de libro y se le da cuatro meses para estudiarlo. Mis dos hijos estudian en Estados Unidos y yo nunca les he animado a que se vayan fuera. A nuestro sistema educativo le sobra mala leche, pretenciosidad y agresividad. La educación norteamericana está pensada en la felicidad del estudiante, que pueda pensar, vivir y aprender. He dado clase cinco años en la Universidad de Columbia y allí el profesor es como el entrenador y forma parte del equipo con sus alumnos. Las tutorías son constantes mientras aquí muchos profesores ni saben cómo se llaman sus alumnos. Allí el profesor que enseña no examina: es el departamento.

—¿Ser «un hueso» que no aprueba a nadie da prestigio en España?

—Es incomprensible que en la Escuela de Ingenieros haya profesores que no pongan más que un 6 nunca y se les valore más. Esos profesores son tontos o se lo hacen y en EE.UU. estarían despedidos. Allí también implican mucho a las universidades con las empresas desde el primer año de la carrera, pero en las prácticas el profesor está siempre comprometido con su formación.

Sevilla y Málaga

—Usted estuvo muy cerca, siendo delegado de Cultura, de lograr que el Museo de Carmen Thyssen viniera a Sevilla. Málaga se lo llevó y ha cogido carrerilla desde entonces...

—Cuando yo era delegado, Málaga estaba muy pendiente de nosotros, ahora no lo sé, pero en Sevilla no creo que haya faltado liderazgo pero sí el sentido de la continuidad de los proyectos.

—¿Por qué?

Creo que los sevillanos son muy adanistas. La persona que me sustituyó (Maribel Montaño) tenía la necesidad de hacerse notar y lo hizo parando todo lo que ella no había iniciado. Eso es muy sevillano pero yo no lo podía entender. ¡Haga mejor usted las cosas que yo pero no empiece de cero!. De toda maneras creo que a Sevilla no le falta mucho que le sobre a Málaga, que ha ido por la vía rápida de las franquicias culturales.

—¿Cómo calificaría lo que está pasando con el Maestranza y la Sinfónica?

—De vergonzoso. La falta de dinero es una excusa y casi una coartada. Que la Junta le deba 2 millones de euros a la Sinfónica es inaceptable. Los recortes no se han aplicado proporcionalmente, lo que se ha hecho con el Maestranza raya en lo delictivo, casi una persecución. Cuando la gente de las artes escénicas de Sevila se alegraba de que le quitaran el dinero al Maestranza les decía que no lo hicieran, porque lo que le quien al teatro no te lo van a dar a ti, como así fue. Al Maestranza lo han machacado. Es curioso: aquí con Mariano Rajoy, al que tengo mucho respeto por otras cosas, se ha ejercido el odio a la cultura y al teatro. En el teatro este odio ha venido de la derecha, pero en Sevilla el odio a la Sinfónica y al Maestranza viene desde la izquierda.

—¿La cultura marca la diferencia ente las ciudades?

—Sí. Sevilla puede ser Madrid o Puertollano y vamos hacia Puertollano, con todos mis respetos para esa ciudad.

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