Flamenco SinCejilla

Cante y poesía; el verso más claro

Una selección de algunos grandes poemas de Machado, Lorca y Benedetti, entre otros, que han sido interpretados en el flamenco

Enrique Morente Manuel Montaño

Luis Ybarra Ramírez

Al fin y al cabo, muchos descubrimos la poesía por la música. No caímos primero ante Espronceda, sino ante ese verso cantado de Lorca o Machado. Porque la música, ante todo, es un vehículo perfecto para transmitir ideas complejas, palabras claras y sentencias . Paisajes de tinta que uno aprende a recitar de memoria junto a la armonía. Así que, con este objetivo, me lanzo a mostrar y refrescar poemas que al filtrarse por una voz se esculpieron en mármol. Blancura que tal vez sirva de compañía durante el confinamiento.

Así se acercó María Jiménez al «Te quiero» de Benedetti . A compás de bulería y con una estrofa sanadora en estos días de máxima dificultad colectiva: «Te quiero en mi paraíso/es decir que en mi país/la gente viva feliz/aunque no tenga permiso». Aparente sencillez que contrasta con la honda letalidad que presenta Lorca, el poeta más recurrente para la herida flamenca . Su ritmo interno, arrebatador, ha hecho que muchos artistas se asomen a su literatura. Nos quedamos entonces con el Pepe Marchena de «Los cuatro muleros», su lado más popular; el Pepe Albaicín, un desconocido cantaor granadino, de la «Baladilla de los tres ríos»; Enrique Morente en el álbum «Lorca» y el Camarón de la Isla de «La leyenda del tiempo».

Carmen Linares y Calixto Sánchez también han sumado a su obra una infinidad de autores, al igual que Enrique Montoya. Destacar una sola pieza de cada uno es como elegir un trazo de la capilla Sixtina. Un absurdo que no lo es tanto si nos sirve como puerta de entrada hacia otra cosa. Por ello, menciono las alegrías «Remembranzas», de «Raíces y alas», un paseo por el bosquejo de Juan Ramón Jiménez de su pueblo, Moguer; la sevillana machadiana con afán de retrato «Mi infancia son recuerdos» y la soleá «El puente», escrita por Manuel Benítez Carrasco e interpretada por el utrerano junto a Paco de Lucía.

La fatiga agreste de Miguel Hernández brilla hasta en la oscuridad , como el agua de noche, en el fandango «El pez más viejo del río», una nana rara que afloró entre barrotes para la hija de su compañero de celda. Escuchen el grito afinado. Morente dedicó todo un álbum para registrar las catedrales más tristes de «El niño yuntero» y «Sentado sobre los muertos», letra en la que se basa el «Viviré». De nuevo, de Camarón.

Félix Grande narró la «Persecución» gitana y José Menese masticó la libertad en la pluma de Moreno Galván . Hermosa palabra, «aunque algunas veces cavilo/que siendo cosa tan grande/esté pendiente de un hilo». Los flamencos, además, crearon universos paralelos al albor de la poesía de mayor altura. Manuel Molina, El Pica, Cepero. Nombres que dejamos para más adelante, pues este texto, de arte menor, no halla más espacio. Las sílabas se hermanaron a la queja.

«Que suene el cante», de Antonio Reyes: entre lo genial y adormecido

Lo que le sucede al de Chiclana es que tan buen cantaor que incluso en un álbum que no es brillante tiene la oportunidad de dar muestra de su buen gusto . Su primer disco, «Viento sur», no funcionó demasiado. En el segundo registró la inspiración que su público recibe de manera asidua en los directos y en este tercero tenía el reto de ofrecer algo diferente. Un planteamiento que aborda al versionar «Aires de la Alameda» o al incluir una sevillana pausada con hermosas cadencias en su interior. También al acelerar de ritmo la seguiriya o al cantar por rumbas, por lo que hay que reconocer su apuesta. Viene cargado de flores que no le habíamos olido.

El guitarrista elegido para este proyecto ha sido Diego del Morao , con quien ha creado una dupla durante estos último años. Por el contrario de lo que seguramente muchos piensan, creo que este no es el toque que más le beneficia , pues un contratiempo de más o un traste transportado sacan a Antonio Reyes, que necesita lo contrario, del marco.

La malagueña del Mellizo sencilla y elegante junto al piano, las bulerías de Jerez y los estilos de seguiriyas de Manuel Molina, Joaquín Lacherna, este especialmente tomasero y de enorme gracia, y Curro Durse en la versión más caracolera resultan enjundiosos. Los coros, muy estándares, nublan su bosque en el fandango, donde espero al cantaor que solloza para luego levantar altivo el rostro y no lo encuentro. Y sobre esa senda camina. Entre lo genial y lo excesivamente adormecido . Con talento y afán por contarnos algo nuevo.

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