Bienal de Flamenco de Sevilla 2020: La Tremendita inventa el flamenco punk

La cantaora de Triana aborda los cantes clásicos con su estética rockera, una transgresión aceptable

La Tremendita este martes sobre el escenario del Lope de Vega Raúl Doblado

Alberto García Reyes

La ruptura que la Tremendita pretende hacer con la tradición desde la propia tradición tiene cosas buenas y malas. La estética me interesa mucho. Media cabeza rapada y la otra media con melena, chupa, piercings... Ese flamenco urbanita, de plazoleta de suburbio, es una realidad incontestable . El cante no es mejor o peor por la vestimenta porque de lo único que depende es de la garganta y del corazón, que es un músculo involuntario. Se puede elegir la camisa con la que salir al escenario, pero no las pulsaciones por minuto. La seguiriya de Rosario evita rápido que caigamos en ese error.

Su aspecto es punky, su cante no. Y esa dicotomía puede funcionar en un momento dado si logramos eludir la trampa de la cortina de humo. No podemos picar el anzuelo de descentrarnos de la voz para mirar todo lo demás. Ese es el peligro de su propuesta. Lo accesorio distrae demasiado de lo medular. O quizás lo superficial es lo realmente importante en ella. No lo sé. La bambera le suena dulce, pero yo no termino de meterme en ella porque hay mucho ruido alrededor: de instrumentos, de luces, de todo tipo. Por eso dudo: ¿detrás de esa fachada rompedora hay una buena cantaora o con esa fachada trata de tapar lo que le falta en los labios? La verdad es que no soy capaz de contestarme. Aunque suene raro, a mí me gusta. Pero no sé si el fandango está bien dicho o sólo bien vestido. Me pierdo, lo reconozco.

El flamenco necesita artistas valientes porque su evolución siempre ha dependido de ellos. La Tremendita es de Triana, se fraguó en las peñas, ganó concursos, sabe de qué va esto. Y ha decidido abrir un camino propio en el que se presenta como una rockera, rodeada de su banda, con un mono de colores que lleva a Camarón serigrafiado en la espalda y botas de soldado, bajo eléctrico al cuello, para cantar la petenera de la Niña de los Peines. Su idea es unir esos dos mundos con naturalidad. La psicodelia y la jondura. No diré que me emociona, pero sí que me parece creíble. Lo respeto porque está bien hecho, porque de alguna manera es puro, no está concebido para provocar, sino porque tiene fe en ese concepto, aunque no quepa ni un ole.

La colombiana tiene su punto y sirve para explicar esta rareza: el cante original está perfectamente ejecutado, lo que cambia es todo lo que lo rodea. La Tremendita lo único que hace es cambiarle el marco al cuadro. Poner a Velázquez en el Pompidou . Experimentar por ahí sin ninguna pretensión de agredir a nadie. Cantar de pie como una popera los estilos festeros y sentada la malagueña. En el fondo, el concepto troncal de cada estilo está bien expuesto. Hay cantes que no se pueden hacer paseando, que exigen meterse en un rincón. Ella nunca transgrede eso. Por supuesto que no me voy a romper la camisa, pero tampoco me voy a rasgar las vestiduras.

Al flamenco le cabe todo si es de verdad. Le cabe el bailaor Andrés Marín cantando la taranta levantica, las letras de Lorca y Leonard Cohen , una cantaora underground tocándose a sí misma la guitarra por derecho en un trémolo por granaínas, un trasunto de los Ramones con un soniquete perfecto por bulerías, un garito oscuro por alegrías de Córdoba, la arritmia por soleá, tu abuela sentada en el escenario, una cresta mientras se canta por Lola Flores... El flamenco es una actitud. Es buscarse la vida. La Tremendita probablemente habría sido una más cantando en el formato clásico porque se asienta en el falsete y no araña. Su mayor virtud es el compás. Pero en el formato punk es única. No haré ningún esfuerzo por volver a verla, pero le presento mis respetos.

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