Bienal de Flamenco de Sevilla 2018

Israel Galván pincha una faena histórica

El bailaor sevillano inauguró anoche la Bienal con una obra sublime en la Maestranza en la que sólo le falló la espada del Niño de Elche

Espectáculo Arena de Israel Galván, este viernes en el Maestranza Juan Flores

Alberto García Reyes

Sale «Bailaor». El que mató a Joselito. Reencarnado en Israel, que busca el atavismo descalzo. Todos buscan. Kiki Morente busca a su padre desde el Tendido 3. Galván busca el futuro en el pasado. Abre los brazos como astas y pisa el albero sobre el paraíso del torero: una pandereta. El que se queda con los pies dentro en la embestida es el bueno. Este bailaor lo es porque no se parece a nadie y está siempre avanzando sin moverse del sitio. Sabe abandolar el trote, levantar el polvo por rondeñas , encontrar desplantes de la Viuda de Ortega. Tiene bravura en la caña. Llena el ruedo. Y lleva cascabeles en la muerte.

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Sólo con ese momento está justificado el espectáculo. El toreo es baile y el baile, en el fondo, también es toreo. Consiste en componerse en el dolor y en descomponerse en la alegría. Pero Galván comete el error de meterse en terrenos que acarrean sangre. «Arena» es un tributo a la tauromaquia y al flamenco a la vez que una provocación a las dos artes juntas. Es «Granadino» llevándose por delante a Ignacio Sánchez Mejías para que Lorca escribiera su poema con el estoque y es también una hamaca angustiante con percusiones sobre la que cita el bailaor a la muerte haciendo malabarismos. banderilleando a su sombra, alejándose de la cornada por seguiriyas sin música , sólo latidas con los pies, para que la agonía busque las tablas. Ahí se va de tiempo. Dos avisos. Pero la faena es memorable.

La adaptación de esa obra maestra que el de Santa Marina creó hace más de una década a los espacios de la plaza es apoteósica, tanto técnica como artísticamente. Su baile está minado de matices cabales, de detalles de aficionado jondísimo, y de riesgos controlados para aportar nuevos movimientos. Y se ha tragado a un toro. Sabe todos sus plantes. Por eso meter a «Pocapena» de Granero por alegrías con la gaita primitiva del Gastor es una estocada en la bola. Clasicismo del siglo XXI. Los hermanos Lagos azuleando el capote jerezano con un puñado de letras del máximo gusto. David canta para quedarse solo y Alfredo toca para que lo acompañen. Le dan a Israel un brío de verónicas con el labio mordido. Pasa, toro, pasa. Y lo frenético parece inmóvil. Para sacar los pañuelos . Ecos de Caracol y lances de los Gallo. Los Ortega en mitad del pregón de los caramelos de Macandé . No cabe más flamencura. Ovación a los toreros de plata. La cuadrilla es más de medio matador. Israel lleva joyas detrás. Y cuando sale «Burlero», el que le partió el pecho al Yiyo, con Jesús Méndez vestido de muleta por bulerías de los jereles, a nudillos, tocando con las muñecas muy suavemente, llega el toreo de plazuela. El de los chiquillos jugando a cantar. El del soniquete de luna. «Que mi primo Enrique tiene / la cornaíta de un toro: / mi primo Enrique se muere». El ole sale sin bulla. Lento y gemido. Una, dos y tres. Galván baila a la Grabiela por fiesta. Y se clava los alfileres de colores de Diego Carrasc o en la puerta de cuadrillas. Donde están los aficionados del campo. Parándose por fandangos naturales, muy naturales, con la mano abajo. Camaroneando con «Arte y Majestad ». A José le dieron una ocasión «pa» salir a torear. A Israel le han dado el templo sagrado del toreo para salir a bailar. Por derecho. Y se acuerda del Turronero , de Panseco, de Morente, de todos los que le han cantado al misterio de un hombre contra un burel. Dándole la vuelta al ruedo por romances , con la muleta cantaora siempre a su acecho. Eje, toro. Una patá detrás de otra, a cual mejor, entrando y saliendo en los contratiempos que no tienen burlader o, donde el bailaor exponde de verdad. Israel baila con la safena por delante. Pone los tendidos bocabajo porque Sevilla entiende de esto y para lo bueno siempre tiene una camisa que romperse.

El problema es la espada. Después de una faena como esa no se puede entrar a matar con el Niño de Elche . Un cantaor mediocre, desafinador chillón, vocero desagradable, pésimo rapsoda, recitando un intento de poema ideológico de muy escasa calidad literaria. Se entiende que la coreografía termine con almohadillazos. Ya dijo el Guerra que «hay gente pa to» y que «ca uno es ca uno», pero también dijo que «lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible». Pero un pinchazo no le quita hondura al baile templado, largo, de cadera a cadera y clavado hasta los tobillos del niño de José Galván y Pastora de los Reyes ante «Playero» y «Cantinero» por tarantas. El sevillano es una figura histórica del flamenco que ha revolucionado este arte asumiendo riesgos que ahora, después de muchas fatigas, ya se consideran tradicionales. Israel ha inventado un nuevo canon, un sistema que quienes le sucedan tendrán que aprender y romper si alcanzan la sabiduría obligatoria y tienen el talento necesario. La Bienal lo ha consagrado. Con sus virtudes y sus defectos, ya ha abierto la Puerta del Príncipe para su cultura. Y yo voy bailando a la media verónica por las esquinas.

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