Circo del Sol

Arranca el Circo del Sol con «Kooza», fiesta de confeti, lona y talento

El espectáculo se prolongará hasta el mes de marzo

Arranca la nueva propuesta del Circo del Sol: «kooza» J. M. Serrano

Luis Ybarra Ramírez

Caja, tesoro o baúl, eso es lo que significa «kooza» en sánscrito . Y con un objeto similar arranca la nueva propuesta del Circo del Sol. Un pequeño habitáculo del que por sorpresa aparece quien será el maestro de ceremonias con el rostro empolvado y chaqueta a rayas de mil colores. Las luces se vuelven tenues. Las paredes, de pronto, son de tela y nada desde aquí en adelante es lo que parece.

El engaño de los bromistas, el riesgo de los trapecistas que se cura con destreza, la sonrisa blanquecina de los que ríen para fuera y suspiran para adentro que por favor ningún payaso los saque a la palestra. Todo ello y algo más estalló anoche bajo la carpa recién instalada en el Charco de Pava: el miedo al fallo, la carcajada entre número y número de los que incansablemente la buscan y una euforia efervescente que se hinchó al ritmo de la complejidad de cada movimiento . «Kooza» es, ante todo, la gran fiesta del circo.

Ávidos de trapecios y bailes, de hombres que vuelen y cuerpos fabricados con goma, el público esperó encendido un recital de talento que eclosionó en múltiples variantes . Hay profesionales del vértigo, la música y la rueda. Mujeres que se descollan con elegancia ante la estupefacción de los que las miran. Juntas, crean figuras inverosímiles a base de extremidades forzadas y una flexibilidad que sobrepasa cualquier límite aparente. También se descubren los equilibristas , que luchan a varios metros de altura sobre una delgada cuerda. En ese filo, montan en bicicleta, se baten en duelos de esgrima y se abrazan unos con otros como si este fuese su espacio natural.

No faltaron los monociclos, los disfraces ni, por supuesto, los ya mencionados payasos, quienes conforman la auténtica alma máter de un evento de estas características . A través del humor físico, hacen honores a aquella frase de Charles Chaplin que dice eso de que «un día sin risa es un día perdido». La asistencia a «Kooza», por este motivo, es una catarsis que promete evasión . Un viaje que tiene su retorno al final del show y que mantiene viva en todo momento la pretensión de divertir.

La obra se divide en dos partes interrumpidas por un descanso. En total, dos horas y media con el corazón palpitando en los labios y una tensión compartida que hace que la llama de la ilusión ni siquiera parpadee. Al brillo de la guadaña y las lentejuelas, dio comienzo la segunda mitad. Tambores estentóreos, esqueletos que se mecen repletos de fragilidad y voces reventadas en el aire metálico de las trompetas. El virtuosismo sigue con un juego de péndulos , por llamarlo de alguna forma, de dos miembros del equipo artístico. Un ejercicio aéreo que provoca el grito unánime de los asistentes cuando ambos coquetean con lo imposible al caminar sobre un enorme rotor. Puro «rock and roll», guerra de baquetas, ojos vibrantes.

La torpeza de algunos, como antítesis, causa destellos de gran hilaridad . Mezcla de lonas exteriores, artificio y la habilidad seguramente pulida en largos días de ensayo, el ingenio con el que todo se hilvana transcurre sin tregua. Se cimenta entonces una torre de sillas que quien la construye asciende con pausa y cierto contoneo. Al llegar a la cima, el derroche de chulería resulta inevitable. En este espectáculo, cuando parece que se ha terminado una acción, esta se vuelve aún más difícil , por eso el que se eleva sobre el suelo apoyado en una estructura espontánea, alta e inestable tiene la capacidad de hacer el pino para coronar su actuación. Todo fluye con solvencia.

Saltimbanquis, pértigas, caretas, trampolines ... Las palabras que muchos creíamos olvidadas se agolpan ahora alumbrando en nuestra retina y nos hacen volver a la niñez que algunos creíamos olvidada. Pero muchos nos encontramos con que la teníamos escondida en algún recodo de la memoria o el pecho.

Y el reloj, indiferente, persistió en su traqueteo. Una cometa convertida en pavesa sirve como despedida . Queda una última mueca de felicidad. El telón. La mano del adiós y un circo de confeti al que hemos acudido para abrazar a la infancia.

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