Vicente Amigo, durante su actuación en el Carnegie Hall
Vicente Amigo, durante su actuación en el Carnegie Hall - YANN SERRAND

Vicente Amigo pone al público en pie en su debut en el Carnegie Hall

«He cumplido un sueño», dice el guitarrista flamenco en su primera actuación en el templo neoyorquino de la música

Corresponsal en Nueva York Actualizado: Guardar
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«He visto a Paco de Lucía seis veces y a Tomatito, tres», explicaba un estadounidense alto y pálido como la torre de un campanario a la salida del baño del Carnegie Hall. «Pero nunca a Vicente, estoy emocionado», decía momentos antes de que se apagaran las luces del patio de butacas, en uno de los platos fuertes del Flamenco Festival de Nueva York, que se alarga hasta el próximo 20 de marzo.

Muchos otros compartían su entusiasmo y, sin que el guitarrista cordobés hubiera tocado una nota, se pusieron de pie para recibir a Vicente Amigo con una ovación. Quizá porque era el debut de este maestro en Carnegie Hall, quizá porque la afición le coloca ya en la cúspide con la ausencia de Paco de Lucía o quizá porque hacía mucho que no se celebraba un concierto de guitarra flamenca solista de esta calidad en Nueva York.

El caso es que Amigo jugó en casa, con el viento de las palmadas a favor desde el primer minuto.

Arrancó con una taranta espectacular -«Callejón de la Luna»- que se abría como una puerta al campo y que cerró por soleá. Lo hizo solo en el escenario y ese fue el momento del recital en el que su guitarra llenó más el inmenso teatro. «Estoy encantando de estar en este templo de la música», dijo nada más acabar la pieza, y entraron los componentes de su grupo: el percusionista Paquito González, el segundo guitarra Antonio «Añil» Fernández, el bajista Ewen Vernal -quizá en el único problema técnico del concierto, su bajo sonaba apagado- y Rafael de Utrera al cante, que dejó clara su calidad y potencia desde que se acercó al micrófono, con los fandangos «Mensaje».

Ovación por bulerías

Era un formato musical discreto, un grupo pequeño para la grandiosidad del envoltorio del Carnegie y la propia música de Amigo. Aun así, sonó impecable y transmitió a la perfección las melodías marca de la casa de temas como «Tierra» o los «Tangos del Arco Bajo». Los momentos más emocionantes llegaron con piezas más introspectivas e hipnóticas como «Bolero a los padres» o en las bulerías de «Autorretrato», donde la guitarra de Amigo se caía en un pozo negro, empujada por la voz de Rafael de Utrera: «Érase una vez un barco de papel perdío… Érase una vez un hombre de cartón herío».

La ovación más grande llegó también por bulerías, un rato después. Fue cuando el invitado especial del espectáculo, el bailaor Antonio Molina «El Choro’» despegó de su silla. Se hartó de gusto, en un baile sin estridencias, vertical, recogido, que maravilló a un público al que le cuesta entender el flamenco sin baile y que agradeció con generosidad el cambio de tercio.

«Hoy he cumplido un sueño», dijo Amigo antes de su última interpretación, «Azules y Corintos», dedicada a su amigo José María Manzanares. «¿Qué será de esos toreros y del alma mía que se van con ellos?», preguntaba a su izquierda el cantaor utrerano en despedida. Pero el grupo tuvo que volver a las tablas tras la petición persistente del público. «¡Play "Roma"»!, gritaba una pareja de avanzada edad en el patio de butacas. Y el guitarrista accedió y tocó «Roma», el tema más popular de su último disco, «Tierra». Muy tímido, recogió la última ovación casi incómodo, queriendo escapar del escenario. Vicente Amigo solo sonreía de verdad con un quejío de Rafael de Utrera, con un contratiempo de Paquito González. Pero esa sonrisa iluminaba todo el Carnegie Hall.

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