Andrés Calamaro

Polvo de estrellas

Andrés Calamaro
Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

1.- Terminó con un disco flamante una vida de cincuenta años de creaciones, de imagen, proyección, vanguardias. Un personaje clave para el rock. Bowie puso la imaginación, la libertad y la inteligencia al servicio de lo que -en su caso es indudable- bien puede llamarse Arte Pop. Casualmente, y si digo casualmente es porque me encuentro en un periodo de dudas y replanteamientos estéticos, en su último disco intentó no grabar un epílogo roquero, ni apegado a la fantasía roquera.

Yo que soy muy respetuoso con la carrera integral de DB, de la que todos conocemos momentos geniales y algún desacierto, le aplaudo en sus reinvenciones personales y musicales, incluso le acepto con agrado algunos de sus episodios de los ochenta, cuando se presentó como caballero mainstream vampirizando un «dance» que lo llevó a las portadas de Time y Newsweek.

Digamos que se transitó a sí mismo en clave alemana berlinesa, vanguardista, rock & roll teatro, acústica, tecnológica, hard roquera, elegante …

La palabra más vulgarmente usada para Bowie es «camaleónico», pero siempre imprimió una personalidad fuerte, sentido del humor y compromiso con un rock de diseño, pensado con inteligencia más allá de la honestidad, que nadie pone en duda. Sin discusión, el rock le debe mucho, pero también la estética. Incursionó incluso en el cine con un interés inopinable; como vampiro, como marciano, como brujo, como él mismo en graciosos cameos.

Es muy poderoso este último capítulo de la vida y obra de David. Hay que considerar que su último álbum, grabado significativamente con músicos de jazz, fue realizado ya en la dura batalla, sabiendo que era el último round de una pelea inevitable, pero también inevitablemente injusta: la de la vida misma. Adiós, David Bowie, bailarín, berlinés y glamuroso, el enigmático, el sonriente y carismático hombre de mil caras y un ojo de vidrio (otra teoría no del todo confirmada). Único en su clase.

 

2.- Se van... y todos nos vamos. Se fueron Paco de Lucía, Johnny Winter, Juan Moneo «El Torta» y «Chocolate» Armenteros... Todos le dieron a la música muchos detalles y profundas cosas. Se fueron Coltrane, Miles y George Harrison. Algunos artistas viven muy poco y sin embargo ofrecen una obra influyente; el paradigma es Hendrix (que dominó el instrumento y el espíritu como pocos -o nadie- en el rock), o Charlie Parker. Otros viven para trascender generaciones y reformularse, como Miles Davis.

Todos habíamos escuchado rumores sobre la salud de Bowie, que no se mostraba demasiado en la carretera últimamente. Su anterior disco llegó casi por sorpresa para diluir habladurías por un momento.

Bowie fue un caballero-artista del rock inglés y universal. Lo tuvo todo a favor y supo rodearse de gente valiosa para reencarnarse en vida muchas veces.

En el documental «Five years» se entiende a qué me refiero: manipula el rock para que el rock no lo manipule a él, haciendo teatro donde la mayoría hace circo, para después despedir al personaje y presentarse como el «joven americano» del soul imposible con Luther Vandross en el coro de Young Americans. Luego se muda al Berlín del Muro con Robert Fripp y Brian Eno, y más tarde se cuela en la fachada del Time en plan vampiro del dance. También naufragó con discos, giras y proyectos que ahora podremos revisitar desde otra óptica, la de la lente de la ausencia. La máquina de lata, la araña de cristal...

Dicen que en las redes hay una batalla encarnizada para demostrar quién es digno de una mayor aflicción por la desaparición física del Duque Blanco. Todos los huérfanos quieren ser sus viudas. Como cada artista que deja el eco de su música, Bowie lega un rastro de imagen, sonido y personalidad… de savoir faire y de inteligencia, un saber estar siempre rodeado de mitos y habladurías (si bebía sus propios orines, si tenía implantes capilares, el misterio del ojo de cristal, si lo encontraron en la cama con Mick, si estaba enfermo). Todo se acalla con la aparición de su disco-testamento. Un epitafio demoledor para alguien que lo había hecho todo, menos esculpir su propia lápida.

Ver los comentarios