Un paraíso recuperado para el pop rock español

Hace 26 años Miguel de la Cierva cogió un pequeño pub en O Grove. Ahora por el Náutico de San Vicente do Mar pasan algunos de los grupos más punteros del panorama nacional

La play de La Barrosa, en O Grove, da cobijo al Náutico de San Vicente do Mar Náutico
Bruno Pardo Porto

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La magia no se crea ni se destruye, solo se transforma. Hace veintiséis veranos, Miguel de la Cierva regresó a la playa de su infancia para coger un pequeño pub en primera línea y convertirlo en una sala de conciertos. Para él era el último reducto de un paraíso perdido: el que su familia tuvo que vender cuando le vinieron mal dadas. Hoy, aquel local modesto, construido sobre las ruinas de un antiguo almacén de salazón, es una suerte de meca musical por la que se dejan ver algunos de los grupos más punteros del panorama nacional. Solo esta temporada han pasado por el Náutico de San Vicente do Mar (O Grove) Iván Ferreiro , Leiva , León Benavente, Taburete , Coque Malla o Mikel Erentxun, entre muchos otros. Esta noche tocan Los Secretos por segundo día consecutivo. Y todavía quedan por llegar La Habitación Roja, Kiko Veneno y Andrés Suárez. Casi nada. Antes, La Barrosa era una playa especial para Miguel. Ahora lo es para muchos otros. Es lo que tiene la magia, que se transforma.

El primer gran concierto del Náutico fue en 1994. Los Limones , que entonces estaban de número uno en Los 40, quedaron prendados por el lugar. «A mí se me encendió una luz. El sitio que yo amaba también lo amaba la gente, Me di cuenta de que esto podía funcionar muy bien», recuerda De la Cierva, que luego también formó parte de la banda ferrolana. Fue la primera velada memorable de muchas otras: la de la primera vez de Antonio Vega allí, la de Los Ronaldos en el año de su reunificación… «Este es un lugar donde suceden cosas que no es fácil que sucedan en otros sitios. El otro día se juntaron aquí Jorge Pardo, que era el flautista y saxofonista que acompañaba a Paco de Lucía, y Jorge Drexler. Tocaron unas cuantas canciones… fue increíble».

El camino hasta lograr un cartel sólido durante todo el verano fue largo. Al principio, Miguel se iba allí donde había un grupo que le interesaba con un álbum de fotos . «Antes no había móviles -ríe-… Me acercaba al mánager y le decía “mira, hay un sitio muy especial aquí”... Y poco a poco iban viniendo. Después de varios en los que no sabía si iba a ser el último logramos la estabilidad. En el 2000 ya había un calendario de agosto de treinta conciertos», relata. Además del trabajo de hormiga, claro, estaba el susurro continuo, que iba transmitiendo la belleza de aquella playa, el «qué bien se está aquí». Aquí: una microensenada recogida, con el mar en calma, donde el viento no suele molestar.

Iván Ferreiro y su hermano Amaro son dos de los grandes «embajadores» del Náutico. También Leiva, que tocó por primera vez en el local antes de que Pereza fichara por BMG , la discográfica que lo catapultó a la fama. «En el mundo del pop y el rock de este país hay mucha endogamia. Traes a Nacho Mastretta y resulta que el teclista y el baterista tocan con Ariel Rot . Y otro toca con Coque Malla . Y de la banda de Ariel hay dos que tocan con Antonio Vega…», añade.

Leiva junto a Iván Ferreiro en el Náutico Jose Pérez

Con el paso del tiempo el local ha crecido con prudencia. Miguel ya no hace el sonido, ni vende cervezas, ni cocina paellas. «Mi papel es más de mayordomo. Me ocupo de que haya todo lo necesario para que sea el sitio perfecto para los músicos. Hacemos toda la producción que compete a la sala y, muchas veces, la que corresponde al management del artista», explica. Más de una treintena de personas trabajan para crear este milagro estival : un local a pie de playa donde el aforo máximo no supera las cuatrocientas personas, una sala que ofrece conciertos en directo durante todo el verano, un escenario famoso por las actuaciones sorpresa, un bar donde nunca jamás se ha servido un café. «Bueno, eso por comodidad», confiesa, entre risas, este particular «mayordomo».

«El trabajo me encanta. Si no hubiese una parte vocacional esto sería inaguantable. Hay estrés, sí, pero el resultado se agradece mucho. Me gusta ver cómo sucede todo, que termine un concierto, las caras de la gente… Es muy reconfortante», reconoce. Cuando cierra el verano, Miguel se queda aquí, con el silencio. Con la calma (interna y externa). Tras más de un cuarto de siglo al frente del local todavía sigue rascando las oportunidades del entorno. Dice que ahora le gustaría crear una residencia artística, por eso ha construido un estudio de grabación donde antes solo había un almacén (eso sí, con vistas al mar). «Me gustaría hacer de esto un espacio de creación. Este sitio es maravilloso. Hace dos años esta era la esquina de un almacén, ahora es un sitio inspirador… Siempre hay maneras de renovarse, de hacer algo nuevo», comenta. También quiere repoblar la playa de dornas, como antaño, y organizar actividades marítimas. Parecen muchas cosas, porque el Náutico es muchas cosas a la vez. Entre ellas, un paraíso recuperado . Con magia.

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