Tomatito (derecho), junto a Michel Camilo, en la presentación de «Spain Forever»
Tomatito (derecho), junto a Michel Camilo, en la presentación de «Spain Forever» - IGNACIO GIL

Michel Camilo: «Tocar con Tomatito fue un sueño hecho realidad»

El pianista dominicano actúa por primera vez con Tomatito en el Teatro Real de Madrid, durante la gira de presentación de su último disco: «Spain Forever»

MADRID Actualizado: Guardar
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«Has tocado fatal», le dijo Paco de Lucía a Tomatito, el 31 de octubre de 1984. El joven guitarrista almeriense acababa de bajar del escenario del Palacio de los Deportes, a donde Ray Barretto le había invitado a tocar « Spain». Era tradición del Festival de Jazz de Madrid que las estrellas del cartel llamaran a un artista flamenco para tocar un tema juntos. ABC calificó aquella colaboración de « no demasiado brillante». Aunque en ese momento no los presentaron, Michel Camilo también estaba allí, como pianista de Paquito D’Rivera, en el que fue su debut en España: «Es curioso, yo le vi aquel día. Tomatito no se sabía el tema y lo pasó fatal. Tocó con la guitarra como apagada y se le quedó un trauma.

Cuando surgió la oportunidad de colaborar en 1997, me recordó la historia y le dije: “Venga, vamos a sacarte esa espina”».

La Mar de Músicas (Cartagena, 16 de julio).

—¿Quién le presentó a Tomatito?

—Fue Ketama. Yo estaba en Madrid produciendo su disco «Pa´ gente con Alma» (1992) y Juan Carmona, que era compadre suyo, le invitó a pasarse por el estudio. No tocó nada, simplemente estaba allí con nosotros todo el rato y nos hicimos amigos.

—Pues tardaron muchos años en animarse a tocar juntos…

—Sí, hasta noviembre de 1997, cuando el Festival de Jazz de Barcelona me propuso casualmente tocar con él para hacerle un tributo a Tete Montoliú, que acababa de morir. Les dije que éramos amigos y que, «si él quería, por supuesto que aceptaba». La primera vez actuamos por separado y, al final del concierto, nos juntamos para tocar «Bésame mucho» y «Spain». Fue una sorpresa para el público, que se volcó en los aplausos.

—¿Recuerda cómo se sintió Tomatito, años después de aquella primera crítica de Paco de Lucía?

—Me dijo que estaba muy contento de haberse quitado la espina y de haberse metido en el jazz a improvisar. Ten en cuenta que, aunque era un fanático de Pat Metheny y George Benson, aquel era un terreno nuevo para él. Tuve que explicarle las armonías y las escalas del jazz y cómo entrar y salir de las improvisaciones.

—¿Usted sí dominaba el flamenco?

—No, con Tomatito yo también aprendí mucho. Siempre me explicaba cómo había que tocar y sentir cada palo, enseñándome los nombres de referencia de cada uno de ellos. Beber directamente del manantial, sin ningún tipo de complejo, fue muy bueno para mí.

—Pues para no saber, entraron ustedes por la puerta grande.

—Sí. Hasta la prensa internacional se hizo eco de aquellos primeros conciertos en España, así que, poco después, recibimos la primera llamada para tocar en Japón. Recuerdo a mi mujer, Sandra, que es mi manager, diciéndome tras colgar el teléfono: «¿Qué es esto? No me has hablado de ningún Tomate» (risas).

—¿Cómo reaccionó el público japonés?

—Aquella primera vez, Tomatito estaba muy confundido. Él venía del mundo del flamenco y estaba acostumbrado a que la gente le jaleara con cada falseta que tocaba. Sin embargo, el público japonés nos escuchaba casi con los ojos cerrados, muy concentrado, como si entrara en trance. Eso cambió con los años, con espectadores cada vez más jóvenes y marchosos. Ahora los conciertos son apoteósicos, el público reacciona a todo. Es impresionante.

—Eso demuestra que su música no entiende de barreras culturales…

—Es que hemos absorbido muchos sonidos y estilos diferentes. Para el último disco, por ejemplo, propuse incluir «Gnossienne No.1», de Erik Satie, que adaptamos con las escalas flamencas y moras, añadiéndole un sentimiento mediterráneo, del Medio Oriente. Y cuando la tocamos en Estambul en mayo, nos dieron tal ovación que todo el público se puso de pie y nos obligaron a parar el concierto un rato. Se nos pusieron los pelos de punta y celebramos que el arrojo tuviera su premio.

—¿Se intercambia música con Tomatito cuando no están de gira?

—Sí. Nos enviamos continuamente enlaces de YouTube. Tomatito vive todo el tiempo investigando ahí, es como su vicio. Estamos muy al día y siempre nos mandamos discos. Nos hemos hecho tan amigos, que nos echamos de menos cuando no estamos de gira.

—¿Qué les llevó a grabar el primer disco, «Spain» (2000)?

—Fue por aquellos dos primeros conciertos en Tokio. Le pedí al ingeniero de sonido de Blue Note que, por favor, los grabara. Nos dio una copia a cada uno, pero yo no la escuché hasta un mes después, en casa. Me quedé tan impresionado que llamé a Tomatito inmediatamente. «¿No la has oído? Pues póntela y luego hablamos, porque creo que aquí hay algo importante que podemos grabar». Para confirmarlo, cuando pasé por Madrid de gira, quedé con Fernando Trueba para tocarle los temas y enseguida nos apoyó.

—¿Cómo ha cambiado vuestra forma de entenderos sobre el escenario desde entonces?

—La complicidad y la confianza es ahora inmensa, como si hubiéramos desarrollado un séptimo sentido. A mucha gente le choca que durante las actuaciones no dejemos de mirarnos a los ojos en ningún momento, como hablándonos continuamente. Es una conexión muy personal y profunda, casi como el wifi (risas).

—¿Cuánto tardan en adaptar un tema?

—Es impredecible. Aunque no lo creas, al principio lo hacíamos en el camerino antes de salir al escenario. Yo cogía cualquier piano suelto que hubiera por ahí y, en las dos horas entre la prueba de sonido y el concierto, nos entreteníamos sacando algo. Y si nos animábamos, los probábamos después con el público para ver cómo reaccionaba. Nos gustaba lanzarnos al ruedo.

—¿Es fácil improvisar con un músico de flamenco?

—Tomatito es una excepción, porque ahora sabe improvisar muy bien. Pero recuerdo como, tras el primer ensayo que hicimos hace veinte años, se quería marchar a su casa. «No entiendo nada. ¿Cómo va esto?», preguntaba. Y no quería salir a tocar. Estaba como asustado, porque era un terreno nuevo para él. Las falsetas del flamenco, aunque suenen a improvisación, las tienen aprendidas como si fuera música clásica. Pero eso fue hace 20 años. En este tiempo hemos tocado por todo el mundo e influenciado mucho el uno al otros en la forma de tocar.

—¿Qué le hace sentir el flamenco que no le haga sentir el jazz?

—El desgarro del flamenco me toca en las entrañas. Eso fue lo que me enganchó inicialmente y me llevó a acercarme a él. La primer vez que lo escuché, algo cambió dentro de mí. Tocar con Tomatito fue un sueño hecho realidad. Y eso que para mí el cante jondo y el blues comparten cierta emoción y ese sentimiento profundo.

—¿Cuál es su objetivo como artista y compositor?

—Hacer caer barreras. Estamos en el siglo XXI y es importante establecer diálogos entre diferentes géneros, así crece uno como artista. Por eso Tomatito y yo estamos enfrascados en otros proyectos, como tocar con orquestas sinfónicas. Se trata de romper muros, acabar con los tabúes, que no sea todo tan cuadriculado. A mí me gustan todos los géneros de música, mientras tengan un mínimo de calidad.

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