Extremoduro, de rockero del lumpen a ídolo de masas

Su líder Roberto Iniesta pone fin al grupo después de más de treinta años de sexo, drogas y rock'n'rol

Extremoduro anuncian su separación definitiva

Extremoduro en un concierto, con Robe Iniesta al frente ABC

Nacho Serrano

En la distancia corta Roberto Iniesta habla bajito y pausado, encogido sobre sí mismo como un animalillo en alerta, con un discurso que brilla por su descarnada sinceridad y humildad. Pero sobre el escenario es una fiera, un ser intocable que ha protagonizado una de las historias más fascinantes de nuestro rock .

En los primeros años de Extremoduro , cuando todavía tenía que recorrer Extremadura de pueblo en pueblo con su puesto de chuches para sacar unos durillos, Iniesta era una de las criaturas más peculiares del panorama musical español. En su música resonaban ecos casuales del Alice Cooper de «Under my wheels» (él nunca lo ha considerado una influencia), pero también del folclore y el primerísimo rock urbano madrileño. Su estética tenía un hippismo carpetovetónico y sus letras combinaban la imaginería del lumpen más turbio e inaccesible con una hermosa poesía callejera con la que sólo gente como Sabina puede competir. Pero Robe iba bastante, bastante más allá.

«Vamos a un garito, sale un camarero

nos ha mirao de lado, tiene cara de lelo

le pido unas cervezas, está malhumorado,

si no me baja el tripi ya la hemos preparado.

Un vaso al suelo, segundo vaso al suelo,

tercer vaso al suelo, a la calle»

(Sin Dios ni amo, 1993)

Extremoduro, y por extensión Roberto Iniesta, fueron sinónimo de droga durante mucho tiempo (no olvidemos que su anterior grupo se llamaba Dosis Letal, donde militó Zosi, que años después sería encarcelado por emparedar a su hermana). Por eso la primera etapa de Extremoduro tuvo un techo de cristal. Pero poco a poco se fue resquebrajando desde arriba gracias a miles de jóvenes que buscaban algo de peligro en su apacible vida de clase media . Las cintas TDK empezaron a rular por las urbanizaciones de chalés, y la popularidad de Extremo se disparó.

Un VHS que circuló entre la chavalada fan de Extremoduro ayudó a construir la mitología «extrema». Era una grabación pirata de un concierto de finales de los ochenta, que era puro y seductor caos . Las leyendas urbanas sobre las sobredosis de Iniesta, los mitos sobre su consumo de toda droga habida y por haber encajaban con aquella imagen. Y ahí fue donde muchos escuchamos por primera vez aquello de: «Nos vamos un ratillo al camerino a hacer lo que nos dé la gana, vosotros haced lo mismo, pero cuidadito... ¡que no os vean!».

En una entrevista de hace algo más de diez años, al ser preguntado por sus hábitos tóxicos Robe respondió sin pestañear: « He vivido siempre como me ha dado la gana . Lo que pasa es que vivimos en un país muy moña en el que hay tantas cosas que no se pueden hacer ni decir que parece que si no ocultas las cosas eres un demonio. Se mete cocaína la mitad de la población, pero lo hace a escondidas. Y, de repente, lo hace un tío, lo dice y la gente grita: “Eh, mírale, ése es el que se la mete toda"».

Para entonces, Robe ya era un hombre rehabilitado . O así nos lo aseguraba a los periodistas, con los que siempre ha tenido una relación cordial pero muy restringida a ocasiones especiales. Lo cierto es que su música empezó a indicar que decía la verdad.

En la carrera de Roberto Iniesta y Extremoduro hubo dos grandes puntos de inflexión . El primero fue en 1991, cuando fue fichado por Dro (que estaba ya negociando su fusión con Warner). Y el segundo, mucho más importante, fue en 1996.

El 23 de febrero de ese año, la hinchada veterana de Extremoduro se quedó de piedra al escuchar un single del grupo en Los 40 Principales . (el de «So Payaso») Para colmo, en el videoclip de la canción Robe salía vestido de traje. Él era consciente del giro comercial que estaba a punto de dar a su carrera con el disco «Agila», y quiso llevar la provocación hasta el límite. Y funcionó: se produjo un auténtico terremoto entre sus fans, enfrentados en agrios debates sobre el «vendido» de Robe; y miles de «pijos» se hicieron automáticamente seguidores de Extremoduro. El yonqui se había convertido en ídolo de masas .

El legado musical de Iniesta no sólo abarca los once discos de Extremoduro. También está el formidable «Poesía básica» de Extrechinato y tú , la asociación con Fito Cabrales, y los tres fantásticos álbumes que ha publicado en solitario en el último lustro, «Lo que aletea en nuestras cabezas» (2015), «Destrozares, canciones para el final de los tiempos» (2016) y «Bienvenidos al temporal» (2018, directo). Pero lo más importante de ese legado, además de sus propias canciones, y de los memorables conciertos que ha dado en las plazas más importantes de la piel de toro, es la gigantesca influencia del icono . Sí, probablemente fue un poco Lou Reed y animó a muchos a probar cosas que quizá no debían, pero su estilo, esa marca de la casa que docenas, se diría que cientos de grupos han intentado copiar (algunos con demasiado éxito, lamentablemente), es algo que se recordará en los anales de la historia del rock español para siempre.

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