Bob Dylan, maestro y aprendiz

El músico y premio Nobel de Literatura vuelve a actuar en nuestros escenarios vistiendo su nuevo disfraz de «crooner»

Bob Dylan

ARCADIO A. FALCÓN

Robert Allen Zimmerman lleva 58 años entre la soledad del cuaderno y el bullicio de los escenarios; infatigable en su afán por seguir empujando los límites de la canción. A finales de este mes, el Nobel de Literatura se embarca en su enésima gira por España, donde presenta un repertorio a caballo entre los clásicos del jazz que le inspiraron a dedicarse la música y sus temas originales, reinventados para la ocasión.

Muchas cosas han cambiado desde 1961, cuando un desarrapado joven nacido en la tierra de los 10.000 lagos -Minnesota- descendía de un autobús en Times Square dispuesto a conocer a su ídolo y mentor Woody Guthrie, convaleciente en un hospital a las afueras de la ciudad. En apenas dos años se convirtió (le convirtieron) en un icono del movimiento anti-belicista americano , que se encontraba en guerra contra el gobierno por su rol en Vietnam..., y el resto, como dicen los teóricos, es historia.

Archienemigo de toda etiqueta, la carrera de Dylan es una oda a la contradicción . Cuando la masa pedía rock&roll suave, él ofreció folk y canciones protesta («The Lonesome Death of Hattie Carroll», «Masters of War»).

Cuando cautivó a la audiencia y consiguió llevarla a su terreno, dio un volantazo hacia el frenético rock surrealista de mediados de los 60 («Rainy Day Women», «Visions of Johanna»), desconcertando a propios y extraños con letras más cercanas a Arthur Rimbaud que a Woody Guthrie. Tras un accidente de moto que le alejó de los escenarios ocho años (siguió escribiendo y sacando discos), Dylan fue cantante de country sureño, romántico inconsolable, profeta religioso, estrella del pop en los 80 y ahora «crooner», como su amado Frank Sinatra .

Curiosamente, es esta última máscara la más apropiada para un personaje tan esquivo. Desde el trono detrás de su piano, Dylan dobla, rompe y reconstruye canciones más grandes que su propia leyenda . Donde otros se regocijan y reproducen hasta la saciedad la fórmula musical que les ha hecho grandes, Dylan huye del cliché y la comodidad, como Picasso o el mismísimo Shakespeare.

Y es que es ahí donde reside la dificultad del arte; en reinventarse una y otra vez (aunque uno tenga ya 77 años), retando a las musas a llegar aún más lejos. Con su sólida banda, con la que lleva ya más de 15 años de gira, Dylan ofrece un repertorio en el cambian las canciones cada noche , como piezas en un puzzle imposible de terminar. «Don't Think Twice, it's Alright» se ha convertido en una balada minimalista , con piano y sin un tempo claro que le proporciona un aire casi místico. «Like a Rolling Stone» , un clásico del rock, es hoy un híbrido entre el rock primigenio de Buddy Holly y las baladas lentas de Van Morrison . Sus versiones de «standards» del jazz como «Autumn Leaves» y «Stay with me» están más cerca de la delicadeza de Nat King Cole que la energía de Sinatra.

Su voz, aunque diezmada por los años, sigue siendo el centro de su obra pero no es su timbre rasgado la clave del estilo vocal de Dylan, es el uso que le da. Si uno cierra los ojos y escucha con atención, no tarda mucho en darse cuenta de algo: la pronunciación y entonación de las sílabas. En un mundo en el que cada vez se presta menos atención al detalle, Dylan es un perfeccionista de la lengua que hace malabares tanto con la palabra escrita como con la recitada.

Cambiando los ritmos a su antojo y acentuando donde la teoría dice que no se debe acentuar , Ellston Gunn (uno de sus muchos seudónimos) se cerciora de que el mensaje se transmite de la forma más accesible para el oyente... ¿Y qué es el arte sino el oficio que convierte en tangible lo intangible?

Distante y en ocasiones antipático , Dylan toma los escenarios con la convicción de un cruzado dispuesto a morir por la causa . Como ha explicado en numerosas ocasiones, no es su leyenda lo importante sino esas canciones e historias que vienen de un lugar que pocos han visitado..., y muchos menos aún vivieron para contarlo.

Como resume en la línea que cierra su discurso de aceptación del Nobel, citando a Homero : «Canta, oh Musa, y a través de mí cuenta la historia».

Y eso es Bob Dylan, el Ulises de la Odisea que se niega a permanecer estático, encontrando el sentido de la vida en el camino y no el destino; convencido de que la inmortalidad no reside en una fuente mágica que se encuentra más allá de los pilares de Hércules, sino en embarcarse en una travesía más grande que uno mismo... Y enfrentarla con dignidad .

Bob Dylan: Maestro y aprendiz a partes iguales.

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