El discreto encanto de Carla Bruni abre el Festival de Pedralbes

La cantante, algo justa de voz, recuperó en Barcelona las mullidas versiones del reciente «French Touch»

Carla Bruni, anoche durante su concierto en Pedralbes Marta Díaz

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El arte del susurro en su versión más sofisticada y el encanto de la chanson como atemporal vehículo de emociones refinadas regresaron anoche a Barcelona para inaugurar una nueva edición del Festival Jardines de Pedralbes, cita que se diría diseñada a la medida de Carla Bruni. Aquí se estrenó la artista francoitaliana en 2014 en el que fue su primer concierto en suelo español y aquí regresó anoche con las vaporosas y mullidas versiones de «French Touch», disco que invoca a clásicos del pop y el rock para arrastrarlos por una perfumada alfombra persa.

Barra libre, pues, para la elegancia y los suspiros contenidos, para las melodías de seda y lino, en una noche en la que Bruni hizo de sí misma de la mejor manera posible. Esto es: explotando al máximo su faceta de diva seductora y contrarrestando con su distinguida naturalidad unas prestaciones vocales algo limitadas. Melodías de seducción para un público que si algo quería era dejarse seducir; caer rendido desde los primeros compases de esa «Le chemin des rivieres» c on la que empezó, frágil y titubeante, al último suspiro de la noche.

No hubo, como hace cinco años, inesperado ramo de flores cortesía de monsieur Sarkozy ni desembarco masivo de políticos de ese partido que, desde entonces, se ha cambiado más veces de nombre que el llorado Prince, pero a cambio Bruni siguió perfeccionando su cóctel de sutilezas instrumentales y ampliaó su marco sonoro de la mano de cancioneros ajenos. Así, arropada por cuatro músicos y con su voz siempre a punto de descarrilar, la cantante abrazó el country de Willie Nelson en «Crazy», se llevó a The Clash de visita a un cabaré picante con «Jimmy Jazz», y le bajó aún más las revoluciones al «Moon River» de Henry Mancini, «la canción más maravillosa del mundo».

Con pocos cambios respecto a su concierto del año pasado en el Palau de la Música, navegó entre la melancolía de «J’arrive a toi», liofilizó a Depeche Mode con una, cómo decirlo, intrigante «Enjoy The Silence», y reivindicó raíces cantando en italiano «Dolce Francia». El público, embelesado o quién sabe si sorprendido por una noche más fría de lo esperado, aplaudía cuando tocaba y poco más. Sonaba, coqueta y juguetona, «Le plus beau du quartier», pero nadie parecía querer romper el encanto ni echar a perder el suave cosquilleo de «Miss You» o «Highway To Hell», parada y fonda en los regazos de los Stones y AC/DC.

Con «Quelqu’un m’a dit» , éxito con el que se dio a conocer, Bruni se colgó la guitarra por primera vez y recuperó durante unos minutos a la frágil cantautora que fue. Una artista de voz quebradiza que con los años se ha acabado por convertir en discreto objeto de adoración. El culto al chic, en vivo y en directo.

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