U2: es el directo, estúpido

Los últimos discos de la banda irlandesa son regulares tirando a malos, pero sus conciertos son el mayor espectáculo del pop

El nuevo show de U2 ha recibido excelentes críticas ABC

NACHO SERRANO

Cuando el mánager de los Stranglers, Paul McGuinness, vio a los recién rebautizados U2 (primero se llamaron Feedback, después The Hype) sobre un escenario en 1978, supo que no estaba gestionando la carrera de la banda correcta. Sus representados eran magníficos músicos, pero aquellos cuatro muchachos dublineses tenían algo especial que estaba a punto de explotar. Sólo había que exprimir a fondo ese sonido de guitarra tan particular, y catalizar al máximo las dotes escénicas de un cantante que no iba nada mal de voz. De hecho, el alias de Bono (su nombre real es Paul David Hewson) estaba inspirado en las palabras «Bono Vox» (Buena Voz), el nombre de una tienda de auriculares por la que pasaba caminando a diario en la capital irlandesa durante su adolescencia.

Tras firmar con McGuinness, el primer año de U2 fue premonitorio: su disco de debut, «Boy» (1980), fue todo un éxito que incluso llegó a colarse en las listas estadounidenses, pero unos meses después lanzaron «October» (1981) y el fiasco fue de órdago. Eran perfectamente capaces de conectar con el gran público, pero también de perderse por completo en el estudio. Algo que les ha venido sucediendo hasta hoy mismo.

Un disco bendecido

Su tercera entrega, sin embargo, pareció estar bendecida por los dioses del pop. «War» (1983) no era precisamente un disco fácil, un easy listening para las masas, pero los singles «Sunday Bloody Sunday» y «New Year’s Day» le abrieron las puertas de un éxito planetario al que siguen abonados treinta y cinco años después. Siete lustros con sus altibajos, claro está. Sólo hay que recordar cómo sucumbieron mediáticamente ante el «boom» del brit-pop a finales de los noventa. Pero hoy en día son, otra vez, los más grandes.

Bono es U2 . Quizá a Dave Howell «The Edge» también le reconocerían si se diese un paseo por la calles de Madrid, pero el cantante de gafas moradas es quien lleva el peso del icono a sus espaldas. De hecho, hubo un tiempo en que todo lo que decía y hacía, incluso fuera de los escenarios, era de lo más cool. Su lucha medioambiental, su labor humanitaria, todos sus actos públicos le convertían en un artista pop modélico. Steve Koepp, el fundador de la revista «Time», no pudo explicarlo mejor: «Bono ha hecho que cuidar a los pobres mole mucho».

Con el paso de los años surgieron voces críticas que veían megalomanía en su cruzada para salvar el planeta, e incluso hipocresía al pregonar la justicia social universal teniendo mil millones de libras esterlinas en cuentas y propiedades (sus inversiones en Facebook le hicieron superar la fortuna de Paul McCartney , y ahora es el músico más acaudalado del mundo).

Consciente del declive de su carisma, el propio Bono contestó diciendo que «sería estúpido no emplear la fama para el bien», pero entonces llegó esa maldita foto con George W. Bush , el pasado mes de abril. «El resto de la banda no sabe que estoy aquí en Texas», dijo el artista mientras el ex presidente le entregaba la Medalla Bush al Liderazgo Distinguido. Miles de fans coincidieron en que perdió la oportunidad de señalar a uno de los principales responsables de la situación actual en Oriente Medio, pero en el fondo se lo perdonan todo. A la hora de la verdad, cuando hay que hacerse con una entrada para verle en acción junto con sus socios en directo, el mundo se para. Aunque sus últimos discos , «Songs of Innocence» (2014) y «Songs of Experience» (2017), sean regulares tirando a malos, un concierto de U2 es un concierto de U2.

Ellos, de hecho, representan mejor que nadie el paradigma de esta década de los años diez: ya no importa demasiado lo que hagas en el estudio. Todo está en el directo. Por eso el cuarteto irlandés sube la apuesta escénica en cada nueva gira, presentando innovaciones tecnológicas que hacen de sus conciertos un espectáculo multimedia que va mucho más allá de lo musical, y que tiene como principal misión dejar boquiabierto al público.

Esta gira no está siendo una excepción. Cada noche, la banda despliega un nuevo sistema audiovisual que incluye una pantalla LEDgigante de alta resolución, nueve veces más potente que la empleada en el tour de 2015. Y, por supuesto, la estructura del escenario es otro alarde de ingeniería que permite al «frontman» penetrar hasta el centro de la pista para provocar el delirio en sus seguidores. «La ambición de U2 en sus producciones en directo hace que el resto de bandas del rock actual sienta vergüenza», aseguraba «The Guardian» en la crónica del primer concierto de la gira. «Trascendental... Después de esta increíble primera noche, todo parece posible con U2», señalaba la «Rolling Stone».

Aunque las entradas para los dos conciertos en el Wizink Center (jueves 15 y viernes 16) se agotaron en cuestión de minutos, varias docenas de afortunados consiguieron tickets la semana pasada gracias a la «liberación» de un nuevo cupo de localidades. Y, atención, porque aún podrían ponerse más a la venta la semana que viene. Según Nuria Rico, directora del Departamento de Ticketing de Live Nation, la explicación es que «en determinadas giras, el grupo bloquea un cupo muy pequeño de entradas al promotor local para atender sus compromisos. Eso se llama ‘artist holds’». Por eso, incluso a día de hoy «lo del cartel de ‘no hay entradas’ es relativo, puesto que igual llega la fecha de la actuación y el artista tiene reservadas veinte entradas pero finalmente necesita sólo trece. Entonces esas siete entradas sobrantes se ponen a la venta en taquilla el mismo día de la celebración del concierto».

A pleno rendimiento

A falta de seis días para el primero de sus espectáculos en el Wizink Center de la capital, la otra incógnita que queda por resolver tiene que ver con la vox de Bono. Su segundo concierto en Berlín, hace un par de semanas, se suspendió al verse incapaz de seguir cantando más allá de la quinta canción del repertorio. «Esto es como estar en un cigarro gigante. He perdido mi voz y no sé qué hacer. Estaba cantando como un pájaro hace tan solo unos diez minutos», dijo, apesadumbrado, ante la multitud.

Sin embargo, tres días después pareció completamente recuperado a su paso por Colonia. Hoy, tras cuatro días de actuaciones en el AccorHotels Arena de París en los que no ha tenido el menor problema vocal, está descansando en un hotel de la capital gala, pensando en el inminente encuentro con su hinchada española (aunque antes pasará por Lisboa), con la tranquilidad que da comprobar que el susto de Berlín sólo fue una pequeña avería de una maquinaria que sigue a pleno rendimiento.

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