La Chana: del glorioso éxtasis del baile a la travesía por el infierno

Barýshnikov, Dalí, Paco de Lucía, el maestro Rodrigo o Plisetskaya se postraron a sus pies, mientras la vida de la bailaora se hundía a causa de los maltratos

La Chana, bailando de joven sobre una tabla en su barrio de L'Hospitalet de Llobregat ABC
Israel Viana

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Cuesta creer a Antonia Santiago Amador (Barcelona, 1946) cuando asegura que puede contar con los dedos de una mano los días en los que ella cree que bailó bien, porque a sus pies se han postrado figuras como Barýshnikov, Plisetskaya, el maestro Joaquín Rodrigo, Paco de Lucía, Manolo Caracol, Lola Flores o estrellas de Hollywood como Peter Sellers. «Me llevan diciendo que soy muy buena toda la vida, pero no me lo creo. A Antonio Gades siempre le respondía: “Qué va, solo soy aquella niña pequeña que zapateaba encima de dos ladrillos”», cuenta a ABC.

La Chana, durante la presentación de su biografía en Madrid ISABEL PERMUY

Se refiere la bailaora a aquella gitanita rubia que vivía en una casa de L'Hospitalet de Llobregat sin luz ni agua. La misma que nació marcada por la tragedia, cuatro horas después de que su abuela Isabel muriera arrollada por un tren el día de Nochebuena, y que comenzó muy joven a traducir en ritmos todo lo que oía: las conversaciones de los mayores, su forma de andar, el crujir de los carros o el ruido de las máquinas de la fábrica de hilos donde empezó a trabajar con once años. Como su familia no paraba de repetir que «una artista no puede ser nunca una mujer honrada», ella comenzó a practicar a escondidas sobre dos ladrillos robados en una obra cercano, sin más maestro que su propia intuición, hasta que un día su tío Chano, guitarrista aficionado, la descubrió bailando las falsetas de sus seguiriyas. A pesar de actuar en algunos locales de la costa con profesionales, nunca había visto a nadie zapatear igual. «Nena, pero ¿cómo has aprendido tú eso?», preguntó sorprendido. Y cuando le explicó que ella sola con la radio que habían traído a casa hace no mucho, ni se lo creía. «Nunca fui a una academia ni en mi casa había tele para ver bailar a alguien. Lo aprendí todo yo sola improvisando», asegura la protagonista, que ha decidido hacer público ahora el infierno vivido en su ascenso hacia la gloria en « La Chana. Bailaora » ( Capitán Swing , 2018), firmada por la especialista en flamenco Beatriz Pozo y ella misma.

Una biografía en la que pronto descubrimos que jamás le permitieron ser libre del todo para perseguir su sueño, que consiguió a pesar de los encierros, las humillaciones y las palizas sufridas desde que, con 17 años y gracias a la conservadora ley gitana , se vio obligada a emparejarse con un hombre con el que había compartido habitación en camas separadas. En el libro se le conocerá como X. «No se merecía que le llamara por su nombre. Le he perdonado, pero solo es el padre mi hija y no le veo desde que huí de él en 1979», explica. Lo conoció tres años después de su debut a los 14 —tras muchas peleas y hasta una huelga de hambre para convencer a su padre— en un pequeño local de la Tossa de Mar. En aquella primera actuación, sin prepararse nada, dejó sin palabras a todos. No sabía que los bailes llevaban coreografía y se montaban, porque nadie se lo había dicho. Creía que esa forma espontánea y anárquica de moverse era la única que existía, aunque la realidad es que nadie bailaba como ella. Su tío se lo repetía cuando le entraba el pánico escénico: «Nena, sigue así. No te pareces a nadie».

A los 18 ya era la estrella del tablao de Los Tarantos, en Barcelona. Dalí acudía cada noche a verla, fascinado por su forma pura y salvaje de bailar. El local que empezó llenarse de aficionados cuando se corrió la voz. Con el dinero que ganó al principio, su familia pudo al fin poner luz eléctrica y agua corriente en la casa. Fue allí mismo donde también conoció a Peter Sellers , que pasó a encabezar su club de admiradores y la contrató inmediatamente para la película « El magnífico bobo » (1967). Le ofreció incluso un contrato para irse a Hollywood, pero lo celos patológicos de su pareja le cerraron las puertas. A esas alturas, La Chana ya conocía con creces el rostro del mal. Las palizas eran diarias, y así continuaron durante 18 años en los que X —que se hizo un hueco como guitarrista de su compañía y se autonombró su representante para quedarse con todas sus ganancias— intentó minar su carrera. «En el escenario me liberaba de todo aquello, me iba a otro mundo. Pensaba: “Aquí mando yo, esto es mío”. Y en los peores momentos, me empleaba más a fondo. Cuando uno sufre se agarra a un clavo ardiendo, dicen, y mi clavo era muy grande. Por eso digo que lo más fuerte que hay es la improvisación, porque a mí me liberaba de todo», reconoce.

Reportaje sobre La Chana publicado en «Daily Mail», en 1990 ABC

Por eso el baile de La Chana fue siempre un baile jondo, surgido del dolor y dotado de la fuerza y la rabia necesarias como para escapar de su mundo. Causó sensación en sus apariciones en TVE y acabó llenando recintos en Australia, Argentina, Inglaterra, Estados Unidos, China o Chile, donde el diario «Clarín» la calificó como «la sacerdotisa del ritual, tras demostrar como un cuerpo puede suspirar y gritar, y como unos brazos pueden convertirse en saetas curvas». Cuenta Antonia Santiago Amador que, incluso, estrellas como Tom Jones , Cliff Richard o Demis Roussos se negaron a actuar después de ella durante los festivales en los que coincidieron. Su percusión era tan vertiginosa que muchos palmeros y guitarristas no podían seguirla. «Estoy rota por todas partes, pero bailo», comenta entre risas la artista de 71 años, que el mes pasado puso al público en pie, durante tres noches seguidas, en el Sandler’s Wells de Londres y que acaba de recibir, junto al guitarrista Pepe Habichuela, el Premio Nacional de Cultura Gitana entregado por el Ministerio de Cultura.

Cuando se encontraba en la cima de su carrera, X comenzó a enfrentarse con los promotores y dejarla sin contratos por miedo a que se alejara de él. «Era una cosa imposible de vivir. Hacía más de un año que yo no bailaba y él bebía bastante. Una vez me hizo arrodillar para que le dijera que él era muy importante. Tuve que hacerlo para evitar una paliza. Hasta que llegó un momento en que pensé que si me mataba, ya no me importaba», relata.

Cuando por fin sacó fuerzas y huyó de él en 1979, sin un duro y asfixiada por las deudas que habían acumulado por la mala vida de su pareja, estuvo alejada de los escenarios durante cinco años. Olvidada por todos, el único apoyo que tuvo fue el de su amigo Peret . Y cuando por fin se animó a volver en 1985, tras realizar un trabajo de recuperación propio de un atleta olímpico —su exigente estilo así lo requería—, volvió a sorprender a todos con unos ritmos que eran completamente diferentes a los que estaban de moda entre los jóvenes bailaores. Libre al fin de su opresor, recorrió el mundo varias veces con el éxito que tantas veces le quisieron robar. En 1990, «The New York Times» la calificó «el emblema magnífico del pueblo gitano que usa sus pies con destreza cristalina». Y un año antes, «The Independent» comentó: «La velocidad con la que golpea el escenario nos hace pensar que estuviera expulsando a toda una comunidad de demonios». Y es probable que así fuera.

La Chana habla distendidamente en el tablao de Los Canasteros con el actor Peter Sellers (a su derecha con cazadora vaquera) y el director de «El magnífico bobo», Robert Parrish (a la izquierda con camisa blanca), en 1967 ABC
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