Brian Wilson, aplauso final para un genio herido

Londres celebra durante tres días al frágil cerebro de los Beach Boys, que interpreta por última vez su obra maestra, «Pet Sounds»

CORRESPONSAL EN LONDRES Actualizado: Guardar
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«Desde muy pronto entendí que papá nunca iba a ser como los otros padres. Pero de algún modo sigue siendo un padre». La frase es de Darin, una chica de 18 años, hablando con «Rolling Stone». El padre que no es como los otros tiene 73 años y cinco hijos en su actual matrimonio -el menor de solo cinco-, a los que se suman dos más del primero. Carece de teléfono móvil (perdió uno hace un lustro y no quiso otro), no lee la prensa, tampoco navega en internet. Apenas ve a sus amigos, que estarían encantados de visitarlo. Vive en una mansión de Berverly Hills, a un paso del castillo de pastiche donde murió Michael Jackson con 50 años, comido por las drogas.

«Soy ansioso, depresivo y tengo un montón de miedos», ha confesado el hombre. Para contenerlos se atiene a una rutina fija, implacable. Ataviado con su camisa hawaiana y con su pelo blanco perfectamente atusado, visita cada mañana el café Beverly Glen Deli. Después, con sus andares algo osunos, se da un paseo milimetrado por el parque y vuelve a su mansión, donde se planta en su sofá rojo frente a la tele para ver el programa que lo serena, «La Ruleta de la Fortuna». La propiedad tiene un estudio de grabación con su piano incluido. Pero poco emerge en limpio de ese cuarto: «Me siento al piano y todo lo que me sale es escribir otra vez "California Girls". ¿Pero cómo voy a hacer algo mejor que eso? Es una estúpida pérdida de tiempo», ha confesado este hombre herido y conmovedor, con esa sinceridad casi infantil que ahora lo distingue.

Tiene 73 años, se llama Brian Wilson y es uno de los mayores genios de la música popular. En cuatro años mágicos con los Beach Boys pasó el pop surfero por el tamiz del Muro de Sonido a lo Phil Spector y hasta por los ecos de George Gershwin para convertir la diversión en otra cosa: canciones clásicas, para la crítica de las mejores de siempre («God Only Knows», «Good Vibrations», «Caroline No»). Un brillo impregnado por la melancolía del chico algo friki que en verdad nunca hizo surf («me daba miedo») y no era invitado a esas fiestas ideales que evocaba.

Malos tiempos

Brian Douglas Wilson, hijo de un músico menor californiano de sangre sueca, se pasó treinta años totalmente fuera de juego. En 1965 comenzó a sufrir alucinaciones acústicas tras abusar del LSD. Su infancia también lo había dañado, con un divorcio y el maltrato de su padre, que lo golpeó con una tabla en su oído derecho mermando para siempre su audición. En 1973 se pasó dos años encerrado; bebiendo, fumando, comiendo como un poseso y entre nubes de cocaína («era tan vago que orinaba en el hogar del fuego por no moverme»).

Luego vino un psiquiatra ventajista, Eugene Landy, que en los ochenta se apoderó de su vida durante nueve años, lucrándose hasta de sus royalties y colocándose como beneficiario de su testamento. Lo contrataron para que le ayudase a salir de las drogas recreativas y la bulimia. Con Landy bajó de 141 kilos a solo 84. Pero lo diagnosticó mal (una falsa esquizofrenia paranoide) y lo bloqueó por completo con drogas legales a granel.

A finales de los ochenta, los allegados de Brian Wilson lograron en tribunales que Landy perdiese su licencia de médico y lo apartaron del músico por orden judicial. Pero los estragos ya eran enormes: no podía valerse por sí solo. En 1995 se casa con Melinda, una exmodelo a la que conoció cuando ella vendía Cadillacs. Bajo su batuta y con la psiquiatría convencional se recupera hasta donde puede y logra volver a actuar. En 1999, con 56 años, realizó su primera gira en solitario. Un milagro. Como si Syd Barrett, el fundador roto de Pink Floyd, hubiese retornado desde su sima mental.

50 años de «Pet Sounds»

Este mes se cumplen cincuenta años de «Pet Sound», la obra maestra de Brian Wilson y los Beach Boys, con frecuencia citado como el mejor disco de todos los tiempos, la obra que le abrió las orejas a McCartney para aventurarse en la experimentación del St. Pepper’s. La delicada belleza de Wilson se publicó el mismo día que otra obra que marcó la hora de aquel siglo, el «Blonde on blonde» dylaniano. Melinda ha embarcado a Brian en una gira mundial de 65 paradas, con el reclamo de que toca por última vez «Pet Sounds» en vivo (escala en España el próximo día 4 en Barcelona).

Brian Wilson y su maravillosa banda de diez músicos han actuado tres noches consecutivas en el London Palladium, al lado Oxford Circus, un hermoso teatro decimonónico de 2.500 localidades. Cartel de lleno cada noche y critica frontalmente dividida. «The Guardian», el diario laborista, le ha otorgado lo máximo: sus cinco estrellas. «Daily Telegraph», el periódico tory, ha sido demoledor:«El concierto más triste que he visto en mi vida», concluye su crítico, que señala el evidente uso crematístico de un hombre mermado (se ofrecen incluso unas entradas de 360 euros que permiten acudir a saludar al compositor).

Tercera y última noche. En este teatro hay más fieles de los Beach Boys que en un chiringuito de Malibú. Muchos veteranos, algunos disfrazados con camisas hawaianas. Pero también jóvenes de aire post-mod y personas de mediana edad que buscan divertirse. Todos saldrán felices. La propuesta recuerda a esas bandas-homenaje que clavan el repertorio de grandes grupos extintos. Pero una diferencia lo cambia todo: allí, con su mirada un poco asustada, grandón y embutido en una camisa negra tras su piano de cola, está la historia, el superviviente, Brian Wilson.

Bien acompañado

El planteamiento es sencillo: una banda perfecta, que clava las armonías vocales y la instrumentación; algunos pasajes en los que Brian lleva la voz y sustitutos para cuando la garganta del genio ya no llega. Como escudero Al Jardine, otro fundador de los Beach Boys, flaco, rubio y optimista, como siempre. Su hijo Matt, dueño de un falsete impresionante, se encarga de las notas altas y las canciones imposibles para Wilson. Arrancan en tromba, con clásicos del cancionero más surf-pop. La tercera es «California Girls» y en la cara se te planta una sonrisa entre ilusa y melancólica que ahí se queda toda la velada

En la segunda parte dan cuenta del «Pet Sounds» íntegro. A veces la mirada de Brian vuela al techo del teatro, o se lleva un brazo a la cara, como si apartase el sudor… o el miedo. Pero asume cantar su obra maestra, «God Only Knows». Hasta la presenta: « Paul McCarney me telefoneó y me dijo que era la mejor canción que había escuchado» (es cierto, y también que cuando la cantaron juntos en Los Ángeles en 2002, el beatle acabó llorando). Wilson no le hace toda la justicia, pues su voz, aunque entera, ha perdido agudos y los matices en el fraseo; entona con cierto deje robótico, tal vez fruto de la medicación. Pero es él. Todavía. Y toca reconocérselo con un enorme y agradecido aplauso.

La fiesta se cierra con una digna versión de la compleja «Good Vibrations» y dos himnos de karaoke surfero. La última canción se llama acertadamente «Amor y redención». Brian Wilson sale del escenario como aturdido, sostenido por el cariño de unos de sus músicos.

Amor y redención. Eso es.

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