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Mark Knopfler en una imagen promocional del álbum - abc
entrevista

Mark Knopfler: «He elegido ser una persona privada, tener un perfil bajo»

El músico británico presenta «Tracker», su nuevo y recomendable dico que sale a la venta este martes

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Mark Kopfler tiene 65 años. Guarda ya poca relación física con aquel tipo flaco, de ochentera cinta en el pelo y muñequeras kistch, que despachó 30 millones de copias de «Brothers in arms» en 1985. Tampoco su música es la misma. El folk le ha ido comiendo terreno al pop. Sus obras son de una cadencia más lenta. «No soy la misma persona. No puedo hacer la misma música».

Mark, que nació en Glasgow, hijo de un arquitecto y ajedrecista judío que huyó de Hungría y de una maestra inglesa, se crió en el norte de Inglaterra y está aquí de prestado. En 2003, a los 53 años, circulaba con su moto Honda de 800 cc por el centro de Londres cuandola conductora despistada de un Fiat Punto cometió una infracción y se lo merendó. Siete costillas rotas, la clavícula y un hombro hechos papilla.

Tardó siete meses en volver a empuñar su otro yo, la guitarra. Desde entonces los movimientos de este hombre hoy corpulento son lentos, como buscando que las piezas no chirríen. Anfitrión amable y bienhumorado, nos recibe en la que casi es su casa, sus estudios British Grove, un caserón de piedra en una bonita y tranquila calle muerta, cercana a una autopista, y tras ella, al paseo del Támesis.

-Sus discos son cada vez más sabios… pero más lentos. Los añorantes de los Dire Straits echan de menos más pop y menos folk ¿Es consciente?

-Sí, pero no tengo elección, es lo que hay, ja ja ja. Tengo que ir con lo que siento. No puedes contentar a todo el mundo

-El primer single del álbum está dedicado a Beryl Bainbridge, la novelista de Liverpool que murió en 2010. He leído hace poco una novela de ella sobre el último amor de Samuel Johnson y era excelente, pero sorprende verla como materia de una canción.

-Cuando Beryl Bainbridge comenzó a escribir imperaba aquí un sistema literario en el que se tendía a tomar en serio mayormente lo que salía de Oxford y Cambridge. Pero Beryl era otra cosa, de clase trabajadora y de Liverpool. Incluso su editor, con el que tuvo una relación, no creía en ella, no pensaba que hiciese nada particularmente importante. Hoy todo le habría resultado fácil. Es curioso, tuvo que morirse para que la reconociesen.

Lejos de las celebridades

-¿No le sucede a usted un poco lo que a Beryl, que la crítica de cejas altas le hace un cierto vacío? Usted ha vendido millones de discos, pero aquí la prensa musical especializada lo ignora, o lo consideran eso que se llama «un placer culposo».

-Creo que todo tiene que ver con que yo he elegido tener un perfil bajo. No doy apenas entrevistas televisivas, no he entrado en el mundo televisivo y de las celebridades. Me gusta ser una persona privada. No hago las cosas que otra gente hace para estar ahí.

-¿Cómo se las ha apañado para que Richard Ford, para muchos el mejor novelista norteamericano vivo, le haya escrito unas notas al disco?

-Es fácil, le di un montonazo de dinero.

-Ah.

- Nooo, ja ja ja. Simplemente, somos amigos. Le envié un mensaje pidiéndoselo y aceptó.

-Se le ve gusto literario: Beryl, Richard Ford, un extraordinario disco («Sailing to Philadelphia», del año 2000) inspirado en la novela «Mason & Dixon» del extravagante Pynchon… ¿Qué está leyendo?

-La última novela que escribió Beryl, «La chica del vestido de lunares». Solía leer mucho, sobre todo de gira. Pero hoy en día no creo que lea más que una persona media.

-Es amigo de Bob Dylan y en 1983 le produjo su disco «Infidels». Se cuenta que usted tuvo que ausentarse y cuando regresó él había destrozado su producción. ¿Es cierto?

«Para hacer canciones hay que coger una realidad enorme y encajarla en unos minutos. Como un bonsái»

-Hmmm, bueno… el trabajo no estaba acabado todavía y él siguió adelante. Pero yo realmente nunca me he visto como un productor. Me puedo producir a mí mismo, eso sí, pero poco más. Pero ha sido muy agradable volver a la carretera con Bob. Hicimos dos giras juntos recientemente, una en Europa y otra en América, y no era algo que esperase, y me encantó. Él es un adicto a la carretera, con su «Never Ending Tour». Me resultó interesante ir en autobús, como hace casi siempre él. Fue divertido. Volver al autobús lo cambia todo.

-Pero a sus años acabará molido…

-Lo sé, sí. Pero te cambia la mentalidad, y hasta la forma de componer. Dos canciones de este disco vienen de allí.

Sin renunciar a su pasado

-Dylan ha reconocido que nunca volverá a tener su asombrosa fuerza creativa de los sesenta. ¿Siente usted lo mismo, o todavía espera darnos más clásicos como «Sultans of Swing»?

-No lo sé. Yo solo continúo intentando seriamente hacer buenas canciones. Luego, las opiniones sobre ellas son ya cosa de los demás.

-¿Está harto de la gloria de los Dire Straits, de que la gente vaya a sus conciertos esperando aquellas canciones?

-No, porque es parte importante de las vidas de la gente, tal vez de tu vida, por ejemplo…

-Así es…

-Esas canciones les recuerdan momentos de sus vidas. Escuchan «Brothers in arms», por ejemplo, y se acuerdan: «Ah, sí, entonces yo…». «Local Hero», «Romeo and Julieta», «Once upon a time in the West»… Son trozos de la vida de la gente. Pero las canciones que estoy haciendo ahora serán lo mismo para otras personas, gente que hoy tiene 16, 17 años… Cuando salgo a tocar sigo viéndolos, también vienen. Son simplemente otra generación.

-¿Cuál es su disco favorito entre todos los que ha hecho?

-Probablemente las cosas que estoy haciendo ahora. Vas cambiando y tienes que expresar la persona que eres ahora. Pero me gustan mucho las viejas canciones también, y tocarlas, porque sé que gustan y yo disfruto tocando para la gente.

Saltar al ruedo

-La última vez que le vi en España, en un extraordinario concierto en un jardín de la Costa Brava, la verdad es que la gente suspiraba por sus solos de guitarra…

-Sí, algo de eso también hay, ja ja ja. Me encanta tocar en España.

-¿Por qué?

-La gente. Es asombrosa. También me gusta tocar en las plazas de toros, aunque no me guste la fiesta taurina. Y pienso que es ridículo que se prohíban y se conviertan en centros comerciales, como en Barcelona ¿Qué clase de persona puede hacer eso?

-El nacionalismo.

-Ya… Pero incluso así… No sé… Puedes impedir los toros sin llegar a acabar con el lugar. Es un sitio natural para tocar, un lugar para el espectáculo. Una pena.

-¿Nunca ha tenido la tentación de introducir la política en sus canciones?

-Bueno, no sé lo que haré en el futuro. Leo los periódicos como todo el mundo. Me asombra que se siga discutiendo por los territorios, que hasta EE.UU. y Canadá estén separados.

-Usted nació en Glasgow. ¿Le pidieron su opinión en los agitados días del referéndum de Escocia? Muchos músicos se pronunciaron.

-No. ¿A quién le puede interesar lo que opine sobre eso un músico o un compositor de canciones? Mi opinión no es más importante que la de un hombre que esté haciendo una carretera.

-Decía antes que lee los periódicos cada día. ¿Cuáles?

-Sí, dos cada día. Compro el «Telegraph» y el «Guardian», uno de derechas y uno de izquierdas, y luego hago mi balance y saco mis conclusiones.

-Su primer trabajo fue como periodista. Tras su éxito musical, supongo que no lo echará de menos.

«Es ridículo que se prohíban los toros y las plazas se conviertan en centros comerciales, como en Barcelona»

-Más que periodista, casi diría que fui un reportero-bebé. Tenía 22 años. Es una buena cosa para un chico joven. No creo que yo tuviese la materia prima para aquello. Para ser un buen periodista necesitas la tinta en vena. Si la tienes es una cosa fantástica, pero no era mi caso, componer canciones es más adecuado para mi forma de ser. Realmente, yo lo que quería era tocar. Pero el periodismo me enseñó muchísimas cosas sobre la vida, sobre cómo es la sociedad. Cuando eres un chaval no tienes ni idea de cómo funciona el mundo. Escribiendo información, casi sin darte cuenta, aprendes a manejarte con la realidad y también a hacerlo todo más corto, a condensar. Hacer canciones también funciona un poco así: coges una realidad enorme y tienes que encajarla en unos minutos. Es como un bonsái. A veces me gusta hacer canciones con muy pocas palabras.

-Como un cuadro impresionista.

-Pues sí, algo así. Seleccionas y con cuatro versos fijas la idea. Es algo pequeño. Yo no puedo escribir la prosa de Richard Ford. Tengo que buscar otra forma de escribir. Yo no podría escribir un libro. No es mi formato, es muy duro. Tienes que buscar lo que encaja con tu persona, como te pasa a ti con el periodismo.

-Bueno, lo mío es más bien un medio de vida.

-¿De verdad? Eso es lo que dicen los ladrones [Knopfler suelta una de sus carcajadas, feliz con su salida].

Una persona sociable

-Usted se ríe bastante, pero parece un hombre triste. ¿Es así?

-¿Triste? No, no. Soy justo lo opuesto. No valgo para estar solo. Me gusta desayunar con gente. En la carretera soy muy feliz estando con el equipo. Precisamente una de las cosas que me gustan de las giras es reírme, nos estamos riendo todo el rato. No soporto desayunar solo. Y en la carretera me gusta beber algo con los chicos, cenar con ellos...

-Vino español, espero.

-Oh, muy bueno. «Rioga», «Riberra del Duerro», el blanco de Galicia... A veces tomas unos vinos allí en España que luego vienes a Londres y dices: ¿y dónde podría yo encontrar esto?

-Pues lo hay.

-Pues ya me dirás.

Algún día, por los buenos ratos que nos ha hecho pasar con su música sin prisas, habría que mandarle a Knopfler dos buenas botellas de godello. Es seguro que sabría despacharlas.

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