Historia

Marineros de Indias: un oficio de alto riesgo para soñar con una vida mejor

El historiador Pablo E. Pérez Mallaína condensa en un libro sus investigaciones sobre la vida de los hombres de mar del XVI

Vista de Sevilla cuando era puerta de América, obra anónima del siglo XVII de la Fundación Focus ABC

Jesús Morillo

Hay un par de dichos del siglo XVI que le gusta recordar al catedrático de Historia de América de la Universidad de Sevilla , Pablo E. Pérez Mallaína : «Mar viene de amargura» y «El que iría al mar a pasear, iría al infierno a pasear». Ambas sentencias definen con la sencillez y brevedad del saber popular las durísimas y arriesgadas condiciones de vida de los marinos que se embarcaban en Sevilla en el XVI para formar parte de la flota de Indias y afrontaban unas travesías inciertas y llenas de peligros, bien por las tormentas bien por los piratas, y en las que hacían frente a extremas condiciones de falta de higiene y malnutrición.

Portada del libro 'Los hombres del océano'

Estos peligros se compensaban en la mente de estos marineros, la mayoría de ellos de muy baja extracción social , por el sueño del rápido enriquecimiento y el posible ascenso en la escala social, ya fuera por los pingües beneficios del comercio de especias o por, una vez en ultramar, escapar desde el barco como emigrante ilegal a los nuevos territorios de las Indias en pos de la promesa de una vida mejor. «En América se pensaba entonces que se ataban los perros con longanizas», añade este catedrático.

Las vidas de estos marineros las ha investigado y condensado Pablo E. Pérez Mallaína en ‘Los hombres del océano. Vida cotidiana de los tripulantes de las flotas de Indias. Siglo XVI’ , que acaba de publicar la Diputación de Sevilla y que propone un apasionante viaje en el tiempo para asomarse al día a día de esas naos y galeones que surcaban la «gran autopista transoceánica», que tenía su punto de partida en la capital del Guadalquivir y los principales puertos de esa primera globalización en Veracruz, La Habana, Cartagena de Indias, Acapulco y Manila .

En sus casi cuatrocientas páginas este historiador narra, a partir de las investigaciones realizadas en el Archivo de Indias —«una mina de datos sobre la gente de mar»— cómo eran los marineros del siglo XVI, en aspectos que van desde su extracción social y nacionalidades, las razones que los llevaron a dejar una vida más pausada en tierra para embarcarse a destinos inciertos , la Sevilla que era la puerta del Nuevo Mundo , qué salarios percibían, las condiciones alimentarias y sanitarias del viaje, su religiosidad y supersticiones...

Hombres libres

Como todos los que conviven con el peligro, explica este historiador, los marineros eran gente «muy supersticiosa , igual que los toreros, pero con el paso del tiempo esta gente iba viendo mundo y vio que los monstruos que decían que vivían en el mar no existían». Además, los marineros «no cumplían las normas, eran libres, porque podían enrolarse en un barco y perderse. Fueron vistos por los demás como hombres libres ».

Todo ello configura un libro imprescindible para acercarse a la vida en las flotas de Indias en el siglo XVI, una época en la que aún no se había creado la escuela de mareantes de San Telmo en Sevilla y el oficio tenía mucho de empresa incierta y de descubrimiento de nuevos territorios, lo que lo hacía atractivo, pese a los peligros, a gente inquieta y aventurera que quería mejorar su vida.

Maestre de una embarcación dibujado por Christoph Weiditz (S. XVI)

Lo arriesgado de estos viajes, la «dureza del oficio» y la « mala fama de los marineros en el XVI» hacía que estos fueran de muy baja extracción social. «Se echaban a la mar cuando no podían ganarse el sustento en tierra» o «porque no tenían otra cosa que hacer mejor, porque la gente que tenía buenos oficios se quedaba en tierra. Los que tenían un empleo aceptable en Sevilla no se iban a América», explica Pérez Mallaína. «No hay que olvidar que el barco era un trampolín para saltar a las India s como emigrante ilegal», añade.

Hijos de la pobreza

La pobreza se convertía entonces en el principal acicate para lanzarse a navegar, aunque también había quienes lo hacían huyendo de la justicia o eran forzados a embarcarse por levas o por ser niños que eran «casi vendidos» por sus padres a los dueños de los barcos, cuando no directamente raptados, para emplearlos como grumetes y así poder alimentarlos.

«En Sevilla había muchos niños de diez o doce años, como los que pinta Murillo en sus cuadros, que eran huérfanos o formaban parte de una familia de diez o doce hijos, cuyos padres no los podían alimentar. Sus progenitores los cedían a los dueños de los barcos para que hicieron con ellos lo que quisieran , siendo las únicas cosas que no se le podían pedir las deshonestas y las imposibles», explica. De hecho, muchos marineros iniciaron sus carreras de esta forma. «Los hijos de la pobreza llenaron las naos mercantes y galeones de la carrera de Indias».

A bordo, estos hombres y niños hacían frente a unas duras condiciones de navegación en unos barcos que eran percibidos como «una cárcel muy estrecha», donde «no se puede huir». Los peligros no sólo venían por la posibilidad de un naufragio a consecuencia de una galerna, sino porque durante meses había que vivir hacinado, con el riesgo de quedarse sin agua potable, a base de una dieta, fundamentalmente, de bizcocho (un pan duro similar a la regañá) y vino, con la que sobrellevar interminables jornadas de trabajo en las que «no había domingos ni días de fiesta».

La mayor parte de la marinería de la flota de Indias era de procedencia española. «El 90% de ellos era de Andalucía o de la cornisa Cantábrica », explica Pérez Mallaína. También había numerosos extranjeros en estas tripulaciones, sobre todo, portugueses e italianos, siendo su presencia intensa entre los artilleros navales. «Uno de cada tres era flamenco, alemán o italiano».

Marineros cobrando el salario, detalle de una obra de siglo XVI

Las tripulaciones de los mercantes eran fundamentalmente andaluzas, mientras que las de la armada de guerra cantábrica, especialmente, de vascos. En estos últimos barcos es donde puede localizarse la única presencia de la nobleza en la flota de Indias. Es el caso de marinos como Álvaro de Bazán o Pedro Menéndez de Avilés , es decir, hidalgos y caballeros que veían en el mar la posibilidad de aumentar su patrimonio y que colocaban a su pequeña corte de amigos y parientes al frente de los barcos de la flota.

«En los barcos de guerra sí que iban navegantes nobles, que solían ser hidalgos , aunque algunos llegaron a almirantes y a mediados del siglo XVII llegaron a tener títulos de nobleza. Pero eran, sobre todo, militares que lo mismo los ponían al mando de un barco que al frente de una compañía de soldados».

El peso del salario

El tráfico entre Sevilla y los puertos de Veracruz y Cartagena, pero también la ruta del Galeón de Manila , hizo que miles de marineros participaran en estas flotas en el siglo XVI. Las investigaciones de este historiador le llevan a afirmar que a finales de aquel siglo la flota llegó a tener 9.000 tripulantes .

La promesa de una vida mejor y la búsqueda de riqueza explica que muchos sintieran la seducción del mar y de embarcarse. «Aunque la mar es un lugar difícil, había atractivos económicos para los marineros. Para empezar se les pagaba en dinero, es decir, recibían un salario , que no era lo normal en una época donde lo habitual era cobrar en especie. Además, podían recibir quintaladas, es decir, el derecho a transportar una cantidad de mercancías cuyo precio se encarecía mucho respecto al origen, como sucedía con las especias, cuando las vendían en Sevilla».

Esto es una gran diferencia, añade, «porque si cobrabas en trigo, te tenías que quedar en un lugar para aprovecharlo, pero si te pagan en dinero, tienes convertibilidad económica y te podías mover. Algunos utilizaron este dinero y se hicieron ricos, pero muchos más se metieron a marineros para emigrar ilegalmente a América y sortear los controles de la Casa de la Contratación », señala Pérez Mallaína.

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