Ida Vitale, premio Reina Sofía de Poesía: «Uno empieza tropezando»

La poeta uruguaya recibe de manos de la Reina el premio que lleva su nombre y publica una antología de su obra

MADRID Actualizado: Guardar
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Era todavía de noche cuando sonó el teléfono. Preguntaban por Ida Vitale (Montevideo, 1923) para decirle que era la ganadora del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Alguien debió medir mal la diferencia horaria y la pilló dormida. «Esto es una broma, ¿no?», preguntó escéptica. Superada la frontera de los 90 años no esperaba recibir ese reconocimiento. «Estaba totalmente dormida, pero ni siquiera en sueños tenía en mente el premio».

La escritora uruguaya recibió ayer el XXIV Premio Reina Sofía de Poesía de manos de la propia Reina, un galardón del que ya disfrutaron otros autores como José Manuel Caballero Bonald o Mario Benedetti, compañero de esa generación del medio siglo que tiene en Vitale a una de sus mejores representantes.

Antes de recibir el premio, la autora acudió por la mañana a un encuentro con los medios de comunicación. Llegó a esa rueda de prensa sin hacer ruido, casi pidiendo permiso, como los niños que entran por primera vez al dentista.

Humildad

«Hay un momento de la vida en que uno piensa que el premio va a llegar -aseguró-. Cuando uno empieza a escribir piensa de uno mismo, “Qué maravilla esto que hice, ¿Cómo no se dieron cuenta todavía?”. Eso se termina más o menos a los 25 años. Primero se pierde la humildad y luego por suerte se recupera, aunque hay algunos que no la recuperan».

Ella es de ascendencia italiana, pero en su casa siempre se habló español. Eso le ha permitido aspirar al galardón (que premia literatura en castellano y portugués) y sentirse, aunque sea en la distancia, como una española más. «Uno de mis recuerdos más antiguos era cómo después de la cena desplegaban en casa un mapa. Era el mapa de España, porque era un momento que correspondía con la Guerra Civil. Yo ahí veía que se preparaban como para una especie de juego, pero muy pronto me di cuenta de que aquello no era un juego, que era algo muy serio porque estaban oyendo los noticiarios del día y siguiendo el curso de la guerra».

El premio está dotado con 42.100 euros y la publicación de una antología con los mejores textos (en prosa y verso) de una autora que llegó a la poesía por inocente curiosidad. En su casa había profesores, pedagogos... Y libros de poesía que no siempre le llamaron la atención. Una tarde, una profesora en prácticas bajó donde ellos estaban y les hizo memorizar un poema de Gabriela Mistral que empezaba así: «La hora de la tarde, la que pone / su sangre en las montañas. / Alguien en esta hora está sufriendo; / una pierde, angustiada / en este atardecer el solo pecho / contra el cual se estrechaba».

«Me lo aprendí como un loro, no entendía nada», reconoció ayer. «Pero en los primeros años de colegio, como aquello era tan raro, me volví hacia el poema y al final lo entendí. Fue un misterio, pero de esa curiosidad, de ese tratar de entender algo que me habían enseñado en la escuela, creo que nació cierto interés. Uno siempre empieza tropezando».

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